Ángelo Néstore: El cuerpo casi, una maternidad queer

“El deseo de dar a luz es un deseo que puede llegar a tener cualquier cuerpo, pueda o no dar a luz, y yo he experimentado este deseo”

“No hay ninguna naturaleza, sólo existen los efectos de la naturaleza: la desnaturalización o la naturalización”

Jacques Derrida

La razón principal por la que escribí a Ángelo Néstore para concretar una entrevista fue el nombre de su libro Actos impuros (Hiperión, 2017). El título se me presentaba enigmático antes y después de la lectura. Me lo preguntaba mientras sentía la ansiedad de mi hijo por beber de la leche de su madre, y escuchaba los ruidos balbucientes, guturales, de un niño que buscaba un pezón del que mamar sobre mi pecho. Yo no podía cubrir esa necesidad y de algún modo me desmaterializaba al evidenciar la diferencia biológica e irreductible que existía entre su madre y yo.

Cuando mi hijo nació, después del proceso quirúrgico de la cesárea, su madre no se encontró con él hasta al menos tres horas más tarde. Durante ese tiempo me encargué del puerperio inmediato. Tenía el pecho descubierto de la camisa mientras él con los ojos cerrados hociqueaba buscando un pezón del que mamar la leche del calostro, pero el pezón de los hombres ni siquiera nos sirve para llenar la boca de un niño en el momento de su nacimiento, por lo que el niño lloraría. Pero anatómicamente mi pezón izquierdo es tres veces mayor que el derecho y resultó que lo que me hubo avergonzado durante gran parte de mi adolescencia hizo posible que mi hijo no llorara durante las horas que su madre estuvo ausente. Mi hermana me pintó los labios de rojo para que mi hijo los viera hablar, para que a mi hijo no le faltara una madre en sus primeras horas de vida. Llevaba tres horas dándole de comer un pezón de leche a un niño que buscaba el calostro de su madre cuando Eva, drogada, seccionada de parte a parte, cosida y sangrando demudó el rotro de René, que respiraba su leche a un metro de distancia. Un artificio para hablarle a los ojos con cuidado redujo esa diferencia a la mínima expresión.

Un acto impuro, el de imaginarse en un estado, en un cierto estado, y preparar las ceremonias necesarias para el rito, juntarse para hacer el sacrificio… Un conjuro era eso, “invertir el sentido de la ficción” como dice Nichi Vendola en el epígrafe que abre el libro de Ángelo. Entonces, para mí, el único acto impuro que realizaba Ángelo Néstore era el de materializarse; por eso existía junto al acto performativo de transformar descriptivamente su cuerpo, la escritura de los movimientos corporales que hablan del cuerpo como su puesta en escena:

“Dibujo una línea recta con los dedos, con la mano la deshago”

Para que dios se olvide de su cuerpo se tiene que entrar en él y olvidarse de la imagen del cuerpo que nos es dado para asumir el cuerpo tal cual es: un acto impuro, porque ese es el cuerpo del que quiere dar a luz. Este libro es en parte eso: un trabajo de olvido sobre el cuerpo lacerante.

“Desde el momento en el que nacemos ya el cuerpo no nos pertenece, en el sentido de que se genera en torno a él una serie de exigencias, expectativas y deseos que hacen que el cuerpo forme parte de la norma. Sin embargo, creo que precisamente por ser la norma algo construido y, culturalmente determinado, hay muchas otras formas de desear, de ser y de concebir el cuerpo”

El cuerpo ya no nos pertenece desde el momento en el que nacemos porque el cuerpo está ya siempre sujeto a la norma, porque lo que conocemos como cuerpo es el producto de esa normalización que dicta lo que debe ser un cuerpo. De ahí que el libro Actos impuros de Ángelo sea un libro profundamente subversivo, que plantea antes que una paternidad imaginada, una maternidad real, experimentada poéticamente por la palabra.

“Se articula un discurso muy fácil, poco inclusivo y heteronormativo cuando se dice que las mujeres pueden dar a luz y los hombres no. El de dar a luz es un deseo que puede llegar a tener cualquier cuerpo, tenga o no esa capacidad, y yo lo experimentado. Por eso, no creo en lo natural desde un punto de vista científico, porque el género es algo performativo, construido con una repetición de diferentes acciones, como dijo Butler hace treinta años. Ese tipo de discursos impone un marco conceptual que deja fuera a todas las mujeres que no pueden dar a luz por cuestiones físicas (hay mujeres que no pueden dar a luz porque son mujeres trans, por ejemplo, o mujeres que simplemente son estériles)”

“El mundo vuelto del revés:/ las vísceras por fuera,/ el pene y los testículos escondidos en el pecho”. El discurso que construye Ángelo choca frontalmente con la norma; al discurso biologicista y naturalizado de la maternidad, Ángelo enfrenta una maternidad trans, una maternidad queer en donde la palabra genera las condiciones de posibilidad de su experiencia.

“Por un lado, Adán o nada (Bandaàparte Editores, 2017) es una referencia a todos los padres que una persona tiene: el heteropatriarcado, la religión o cualquier institución que ejerza esa función y esa posición de poder. Cuando Rosa Berbel presentó mi libro me decía ‘hablas mucho de religión’ y era verdad. La religión me influyó mucho y me rebelo contra ella. Yo apelo a ese padre, “yo arranco la nuez que guarda mi cuello/ para matar, por fin, a todos los dioses que llevo dentro”. Salgo de estos dogmas que han construido a mi alrededor y ahora estoy en una fase de liberación. Por eso perdí mi nacionalidad italiana en favor de mi nacionalidad española. Cambié una ficción por otra. Y no deja de resultar irónico que un cambio de frontera (un cambio ficcional, entonces) sea lo único que me permita ser un agente activo dentro de las políticas españolas. Por otro lado, Actos impuros es en parte un homenaje a Pasolini y su Atti impuri. Le debo muchísimo, sobre todo durante mi formación de adolescente, porque aunque no tiene nada que ver con las teorías queer, me acercó a ellas”

Decía Margot Rot contestando a la entrevista de Iván Repila y Aixa de la Cruz que probablemente podría decirse que una maternidad se percibe (de alguna forma) incluso cuando esta no ha podido ser culminada” y estaba siendo muy precisa en determinar también las paternidades. Decía: “No dejo de sentir esto tan profundo que se dice sobre el vínculo de los cuerpos y además inevitablemente pienso en las vacías, en el vínculo que se mantiene con una potencial maternidad o con una maternidad interrumpida. No dejo de sentir que va incluso más allá del cuerpo”.

“Para mí no fue imaginada, fue real, y además fue una maternidad que la poesía me permitió disfrutar. En ese sentido, el arte tiene esa capacidad creadora, no solo evocadora, creadora. Yo creo que esto es posible a través de un nuevo acuerdo o una nueva posibilidad de pensar la relación entre los cuerpos a través de redes de cuidado, a través de vínculos que surgen cuando eres madre o padre y de repente eres el responsable de un cuerpo que antes no existía, y aquí hago un paralelismo con un cuerpo que puede que tú no conocieras, es decir, lo distinto, lo diverso, lo otro. Para mí, la maternidad y la paternidad se pueden experimentar a través de una nueva forma de abrazar la otredad, desde una nueva visión política sobre la inmigración, por ejemplo, o sobre el cuidado de las personas mayores. Para mí, la maternidad y la paternidad tienen que ver con esta red de cuidados que se crea entre los distintos cuerpos”

Vuelvo a pensar en Rosa Berbel; vuelvo a pensar en lo que Marina L. Ruidoms y Vicente Monroy dijeron este verano. Marina avisaba de que nuestra incapacidad para imaginarnos como privilegiados era lo que sustentaba nuestros privilegios y Vicente respondió que la responsabilidad artística fundamental de los autores modernos era la imaginación, no haciendo un arte moral

“sino [haciendo] arte moralmente. Esta diferencia es un acto de fe en la imaginación […] En contra del privilegio de la costumbre y del ‘sentido común’. No es una tarea fácil: ayudar a los demás a imaginar”

La imaginación era entonces la facultad humana predominante en nuestra relación con los otros seres humanos: sin imaginación no existe lo social ni tampoco experiencia. Es en este sentido en el que Ángelo Néstore piensa la maternidad: una que se articule dentro de una red de cuidados, una que se articule en torno a la imaginación. Un acto impuro, el de materializarse como madre en un acto performativo que no llega a realizarse porque necesita de una ceremonia se ve frustrada, pero que igualmente tiene consecuencias como el duelo o la pérdida.

“De hecho los últimos poemas, ‘El prospecto’ y ‘Éxtasis’ son un poco ese duelo. El primero es la vuelta a la realidad del médico que dice ‘usted no puede dar a luz’, ‘usted no puede llorar por un cuerpo que no ha nacido, se llora por los muertos no por los que no han nacido’. Un duelo que a mí me sigue afectando. El segundo es la masturbación de un hombre en frente de una iglesia como en un delirio final. Una monja que deliberadamente ha decidido no tener hijos y un hombre que se masturba y ‘manch[a] la tierra con la semilla última de la esperanza’; porque en el fondo y, de verdad que me emociono cuando lo digo, sigo teniendo esta esperanza. Después del duelo, vuelve a existir esta esperanza de volver a repensar las relaciones entre los cuerpos”

Desde el punto de vista hegemónico, la maternidad es biológica y la paternidad es performativa. Sin embargo se suele olvidar el ritual cuando se habla de lo performativo, y es que un acto de habla performativo solo es válido si la ceremonia es correcta, es decir, que las palabras solo hacen cosas si la ceremonia se lleva a cabo correctamente; la palabra solo hace cosas si se la pronuncia acompañada de un gesto. Porque como decía Aixa de la Cruz, lo performativo no viene de

“‘performance’ sino de los ‘actos de lenguaje performativos’ de Austin, para evitar lecturas simplistas de ‘el género es un disfraz de quita y pon’”

Ángelo construye performativamente una cosa que ha sido pensada desde la biología y así subvierte el propio sentido de la maternidad: construye una maternidad performativa, una maternidad invertida, una inversión, un espejo, una maternidad impura, una maternidad queer como todo lo contrario a lo que el marco ideológico hegemónico dicta: es decir, la suya es una maternidad desnaturalizada que atenta contra la norma. Porque lo performativo no es una actuación aunque necesite de la teatralización, pues de lo que se trata es de encarnar la palabra. Los padres deberíamos aprender a poner nuestros cuerpos al servicio de los cuidados, algo que durante el Renacimiento y el Barroco se refería a un sentimiento muy preciso: el amor; lo que se reivindica con los cuidados es el amor.

Empecé la entrevista en Málaga mientras Eva cuidaba de René. No sé cómo se construye la maternidad pero mi paternidad se apoya constantemente en el esfuerzo de su maternidad y la generosidad con la que demasiadas veces me privilegia. Su hermano recitaba interminablemente léxico en inglés con definiciones tautológicas como cordero es lamp, jamón cocido es ham, por cada fallo sumaba dos minutos más a su estudio como castigo. La acabé de escribir en el Hospital Virgen de Valme, en la habitación 215, mientras mi madre convalecía por una operación quirúrjica. El primer día que dormía lejos de mi hijo lo hice con mi madre.

Podría ser peor, Alberto Acerete

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