Cuando leo el libro disfruto del sol, del descanso, de la fruta del verano. Resulta que mi hermana Sara nos ha venido a ver con su marido con un melón cortado y fresco del campo de mi abuelo. Nunca me ha gustado el melón (prefiero la sandía) pero mi abuelo de 83 años me recuerda que sus melones son dulces como un caramelo y decido coger con los dedos tres trozos. Me los meto en la boca y saboreo un sol que se escurre hasta la barbilla; mentalmente pienso en las manos de mi abuelo: callosas, agrietadas, gigantescas, aplauden el melón para escuchar su hueco. Los abre todos de la misma forma: una tajada en forma de media luna con una navaja finísima, y luego coloca la tajada en vertical para quitarle las pepitas sobre un folio y envolverlas en papel secante al sol de este verano. Dependiendo del sabor del melón esas pepitas se plantan o no. Recuerdo a mi abuela que dice “Curro, deja la simiente, estos melones no saben a nada” pero mi abuelo hace oídos sordos, sigue secando pipas de melón año tras año.
Se ruega se tenga esto presente al leer, porque la cronología de las razones por las que este texto se publica un poco tarde son las que siguen y tienen que ver con el trabajo y el cuidado.
El 25 de julio de 2019 Rodrigo García Marina decidió envolver en un sobre de paquetería de Correos (cruz, doble M, raya, espiral) el libro Edad (Hiperión, 2019) y un 31 de julio me llegó al buzón. Desde el día 25 de mayo me he mantenido puro y completamente impermeable a sus poemas excepto por los que incluye Piel fina. El 14 de junio a las 20:29 Rodrigo me escribió a Twitter para decirme que me lo enviaría próximamente. Hacía dos horas que mi hijo había nacido y estas casualidades hacen la vida más agradable. En el mensaje me decía que me lo regalaba entre otras cosas “por formar un afuera del capital más bien maussiano donde los dones vuelvan a significar cosas, etc.”. Este hecho externo a la obra hace de ella un objeto dintinto, fuera de la circulación de las mercancías. Así sea.
En una ocasión dije que Rodrigo se emparentaba con Vallejo y con Artaud y el mismo día, Adrián Viéitez pedía que se imaginara que las palabras perreaban mientras se leía a Herta Müller… y eso era la poesía de Rodrigo García Marina. En el acta del jurado del premio de Poesía Joven “Tino Barriuso” se dice que se aprecia en el libro “un cierto disfraz antimetafórico lleno de sugerencia”.
Entre Aureus y Edad dista una metáfora, un vuelco del aliento que diría Paul Celan. Cuando la profundidad trasciende el contenido esta se hace superficie del lenguaje, piel. Una lengua creada para nombrar directamente aquello que es: recuerdo, cuidado, experiencia. Devaluadas las metáforas, el lenguaje tiene que volver a los idiomas elementales que prodigan las experiencias en el supermercado, donde
“mucha gente no sabe que le han devuelto mal el cambio
se dedican a añorar recuerdos de curcusilla y gamusino
mientras, en algún lugar, un par de céntimos niegan volver a casa”.
Por eso Edad trata de la fe. Por eso es un niño el que señala y un abuelo el que descubre el nombre de las plantas:
“Mi abuelo me enseñaba el nombre de las plantas,
decía: cedro del Líbano
yo señalaba con el dedo”.
En esa definición ostensiva de las palabras primero Rodrigo aísla la palabra del objeto al que representa (y con ella las consiguientes metáforas asociadas que se elaboran en torno a las representaciones de ese objeto). Luego se funda un lenguaje (el mismo) como “la única entidad inmaterial conocida hasta el momento, transformadora de realidad, conformación del Todo”. Un lenguaje que no muestra ya los signos del cansancio:
“un familiar me regaló un rosario traído de Jerusalén
hace unos cuantos años
no entiendo ni su significante ni su significado,
algunos chicos lo usan
para salir de fiesta a lugares peligrosos
me ha convertido
en una persona que guarda cosas que no usa
no estoy muy seguro si era ese el plan”;
cuando significante y significando se parecen como una gota a otra gota, o mejor, como la misma gota a la misma gota de agua y la duda no puede negar la parte y una luciérnaga cae muerta sobre la duda,
“Cuando decimos exactamente lo que queremos decir” (justo en el momento en el que la vida interrumpe la transcripción de este poema:
mientras escribo Eva ha escarbado en la arena dos agujeros para poder tumbarse bocabajo sin que la presión en las mamas sea insoportable y de paso —pienso— mantener la leche fresca sobre la arena mojada. Y una ola demasiado grande ha llegado hasta sombrilla de enfrente y se ha llevado 10 pelotas de colores vívidos. 5 hombres 2 niños y 3 niñas han salido corriendo recogiendo bolas de plástico de colores vívidos mientras mi hijo llora porque lo sostiene mi hermana cuando querría estar mamando de su madre. Mi hermana me pregunta retóricamente si me acuerdo de cuando mi madre me daba besos en la barbilla a la vez que Rodrigo dice que “el autor es capaz de imaginar cosas que no sucederán nunca superando cualquier clase de experiencia/momento/lugar”. Así es, en todo caso, la lectura, la escritura: superar la limitación de la experiencia cuando la experiencia está limitada por uno y los otros)
“Cuando decimos exactamente lo que queremos decir
qué significa el silencio
¿es esto un poema?
¿o es la lluvia más intensa desde 1927”.
Estos textos tratan sobre la creencia, sobre la edad para creer, sobre la fe y la herencia. Lo sé porque Rodrigo me lo dedica de manera escueta en mi ejemplar y yo me veo en la obligación de revelar datos secretos: porque si hubiera edad para creer, es esta.
Especialmente reveladora es ahora la conversación que Rodrigo mantuvo con su amigo Will sobre Aureus y que Rodrigo compartió deliberadamente vía Twitter en 2018. En esa conversación Will declaraba que el libro era honesto porque tenía una razón de ser. Una razón, no en el sentido de un objetivo o tesis, sino como un animal o un árbol: existen porque existen, es un misterio (religioso), una tautología (divina). Dice: “es casi una mente entera”, y yo añadiría sobre Edad: es un lenguaje que se parece a la enunciación: un libro que se compone de hechos; los nombra (los hechos) en un afán antimetafórico que es también un apego a la literalidad, pero la literalidad no entendida como el establecimiento de un solo sentido al decidirlo definitivamente, sino en el sentido paulino (“La letra mata pero el espíritu da la vida”), es decir, en un sentido estrictamente tautológico (pneumático, si se prefiere desde el estoicismo).
En Edad las cosas se enuncian así: una profesora de lenguaje musical hace escribir la perfección en un lugar muy complejo, y la biología, como la teleología, se parece al trabajo de mi abuelo que selecciona pipas de melón, año tras año, hasta llegar a este que sabe a sol, verano y nube. (Lo que yo estoy comiendo no es un melón sino un trabajo de décadas de decantación, pepita a pepita. Por eso cuando mi hermana me dice que no recuerda si el melón era de mi abuelo o de un vecino yo prefiero pensar que es de mi abuelo, por si hubiera edad para creer). Rodrigo dice árbol y un árbol crece ante los ojos atónitos, dice pájaro y un cernícalo cae del cielo para llevarse la tortuga (y alimentar —quién sabe— a sus crías), dice fe y yo creo aunque diga que Dios no exista “tampoco en el poema”. Un cierto disfraz antimetafórico se dirige a la raíz de la definición, donde las cosas parecen lo que son, donde las cosas son lo que son y no hay metáfora, sino denotación, pura y simple simetría de la notación musical: descripción del sonido. Tal vez sea por la superación de sus 10 años de conservatorio todo este afán en la descripción, la denotación y la tautología:
“han crecido álamos sobre todas las sendas”
“habla de flores que crecen en el campo y son flores”
“mi tío vio cómo sus intestinos se desbordaban en una cama”
“un familiar lejano ha transplantado una cara por primera vez en la historia”
“mi abuela toma flores y recetas de homeopatía”
“consiguió un buen trabajo necesitaban dinero”
“quiero ser eterno para decir mira mamá soy humanamente eterno”
Literalidad tautológica: la tautología lleva el sentido a sí, lo ensimisma; reúne lógicamente su identidad, como el famoso enunciado de Gertrude Stein “A rose is a rose is a rose is a rose”. Hablamos entonces, también, de la relativización de la identidad a la vez que se establece o, más bien, en el momento mismo de su establecimiento, de manera que la tautología se define lógica y retóricamente como lo indecidido como tal y en tanto que tal, lo talmente indecidido porque permite “cualquier posible estado de cosas” (Wittgenstein) y la metáfora es la decisión sobre el estado de cosas, el mundo, lo que es el caso, el hecho como darse efectivo de estados de cosas.
La tautología lleva el objeto (la palabra) a su ipseidad.
Las tautologías en esencia no dicen más que su propia esencia.
La tautología dice lo que dice el logos,
“tan solo percute su sístole su diástole”,
se parece a las primeras sílabas que mi hijo balbució soñando y asustaron a su madre, nananananananananana.
Lector, profesor y padre. Ha trabajado como transcriptor de textos digitalizando palabras. Se ha especializado en literatura cubana, a la que dedicó un ensayo sobre el sistema poético de Lezama Lima y una disertación sobre La carne de René, de Virgilio Piñera. Ha participado en el poemario colectivo a ocho manos Plural de habitación (Online, 2015) y ha publicado algún poema en Digo.Palabra.Txt.