La empatía es el hilo que une al artista con el público. A la hora de entender cualquier historia es imprescindible sentirte protagonista de la acción. Es por eso que las novelas -bien escritas- son la mejor forma de verte a ti mismo. Paradójicamente, este sentimiento de cercanía te ayuda a alejarte de la situación y verlo todo como en el plano cenital de Dogville: claro, simple y sin paredes que demoler. Ver una situación de uno mismo en los demás te da casi todo lo que necesitas para saber cómo actuar. Complejo de Cómo ser John Malkovich.
Henry Miller, a pesar de mostrarse en sus obras como un ser sociópata, es uno de los maestros de la empatía. Igual que Ed van der Elsken, su vida en París ha despertado en mí una pulsión por escribir compulsivamente. Cualquiera que esté pensando en escribir debe leer sus libros, en los que cuenta porqué escribe, por quién, cómo y cuándo. Y eso en la época de los libros de autoayuda para escritores, es lo que uno necesita.
Las obras de Miller están completamente monopolizadas por el amor, el existencialismo y las relaciones humanas carnales y espirituales. Pero no solamente las cuenta de una forma tan poética y simple que llegan casi tan vivas como cuando las escribió, sino que cuenta el nacimiento, la vida y la muerte de estos sentimientos haciéndote plantearte cómo las contarías en su caso. Si al leer algo piensas “joder, yo quiero contar mi vida así” estás leyendo a un genio.
“Tenía que aprender, y no tardé en hacerlo, que hay que abandonar todo y no hacer otra cosa que escribir, que tienes que escribir y escribir y escribir, aun cuando todo el mundo te aconseje lo contrario”
Trópico de Capricornio
En cada uno de sus libros dedica páginas y páginas a mostrar el dilema que supone el querer escribir y no encontrar el modo, el momento. A luchar contra todo lo que está en tu contra y no renunciar a lo único que quieres y sabes hacer. Todo ello desechando la posibilidad del éxito, hablando desde el ideal romántico de artista frustrado que únicamente concibe el crear aun sin creer.
Mi crucifixión rosa
Como en todo texto, -entendiendo texto como obra en todos los ámbitos- el que lea sus palabras debe indagar en cada una de ellas para encontrar el mensaje más cercano a su realidad posible. Porque escribir pensando en los demás es proyectar tu voz al amplificador y no al micrófono. Y depender de la inspiración es una idea tan loca como solo hacerlo del trabajo.
Obviamente, todo lo que escribo tiene origen en mí. Es decir, mi lectura inconscientemente me lleva a ver en los párrafos unos paralelismos de su vida con la mía que genera esa empatía tan necesaria de la que hablo al principio de este texto. Henry Miller llegó a mis manos de la misma forma que lo hizo ella, suerte. Mala o buena, eso no lo sabré nunca. Cada línea hablando de Mona la convertía más en ese cuerpo frágil con rizos. Volví a toparme con él en un libro que hablaba de su exilio, justo cuando yo estaba llevando a cabo el mío. Y decidí escribir esto al leer dos páginas enteras en las que Mona empezó a ponerse unas Vans mientras tarareaba a los Red Hot y me miraba diciéndome que quería ir a cenar kebab. Y acabé devorando sin masticar cada uno de los libros suyos con los que me encontraba.
Me encantaría parafrasear todas las frases que he subrayado, copiado, marcado y releído tantas veces que ya son más mías que suyas, pero convertiría este artículo en un viaje a mis tripas más insoportable de lo que creo que ya es.
“No podía permitirme pensar en ella largo rato; si lo hubiera hecho, me habría tirado por el puente. Es extraño. Había llegado a resignarme tanto a aquella vida sin ella y, sin embargo, si pensaba en ella sólo por un minuto, era suficiente para traspasar el hueso y la médula de mi conformidad y arrojarme de nuevo al canal agonizante de mi lastimoso pasado.”
Trópico de Cáncer
Guías de escritura involuntarias
No existe un método de trabajo ideal con el que sacar el máximo de ti. Hemingway escribía de pie, escribía desnudo, durante un número fijo de horas al día; Stephen King dice que lo hace en una habitación pequeña huyendo del lujo; el propio Miller puso un escritorio enorme en el salón y lo rodeo de sillas en círculo cuando vivía en Nueva York con su mujer; y Thomas Wolfe escribía hasta durmiendo. Hay innumerables maneras de acomodar tu mente. Pero lo que sus involuntarios manuales para escritores dejan claro es la importancia de la voluntad. Las ganas, la necesidad, de contar cosas y hacerlo de forma que todo el mundo te entienda, sin perder el estilo que más represente tu personalidad. Aunque para ser sinceros, no todo lo he sacado de Henry Miller. Hablando con Mariano Sánchez Soler me di cuenta de que podía escribir cómo y cuándo quisiese, pero no debía dejar de hacerlo.
Releyendo lo anterior, con más pinta de carta de amor a Miller que un análisis de su literatura, me doy cuenta de que ya no hay vuelta atrás. Todos hemos querido huir, volver, aislarnos, integrarnos, querer, que nos quieran, gritar, tomar otra más, despedirnos como necesitábamos hacerlo, no tener que despedirnos. Cada cosa que he leído del que se ha convertido en mi escritor fetiche ha llegado en el momento justo. Un viaje, una ruptura, una nueva chica, una vieja chica, una muerte, una vida.
“Voy a escribirlo tan sencilla y sinceramente, que mis nietos, si llego a tenerlos, podrán apreciarlo.”
Nueva York. Ida y vuelta Vía Dieppe-Newhaven
Todos hemos conocido a Mona, con la que queríamos recorrer el mundo, a la que hemos buscado escribirle un libro, hacer que sea más libre de lo que ya era, entender su mundo. Hemos soñado con contar lo que vemos, cómo lo vemos. Ponerle nuestros ojos a los demás para hacerles disfrutar y sufrir de la misma forma que nosotros. Romper la cuarta pared, cogerles de la mano y pasearles por la decadencia. Enseñarles nuestras crucifixiones rosas.
Hay cosas que te acompañan toda la vida. Los libros no tienen por qué hacerlo, pero lo que lees en ellos sí. Y eso puede unirte a ciertas personas o momentos para siempre. Por eso hoy escribo esto y, seguramente, coja uno de sus libros y lo relea nada más acabar. Porque si Nietzsche era del Hércules, Miller seguramente odiaba el fútbol, pero sería de los que hablarían de un derbi en el bar solamente por el placer de discutir. Y eso es lo único que le puedo reprochar, no utilizar metáforas de fútbol. Soy un hooligan ilustrado.
Este artículo pretendía ser un grito para reivindicar los libros de Henry Miller como guías para escritores primerizos. Un intento de acabar con los falsos consejos más próximos al auto ensalzamiento que a la ayuda. Pero paradójicamente, ser un incondicional te hace estar condicionado. Así que leed sus libros y sufrid conmigo, sed todos Henry Miller.
Escritor, periodista cultural y librero en la librería 80 Mundos. Codirector de todo esto. He colaborado en medios como eldiario.es o Le Miau Noir. Formo parte de la antología Árboles Frutales (Editorial Dieciséis, 2021) y Odio la playa (Cántico) es mi primer libro.