El sueño de una lengua común: Amor derramado

Esto es una reflexión sobre el poemario El sueño de una lengua común (Editorial Sexto Piso, 2019) de Adrienne Rich, sobre el amor derramado, el amor dulce-amargo, sobre el dolor de la separación, sobre el lenguaje. Hace mucho que no escribo porque me he abandonado al silencio, me he abandonado a la incomunicación y, sin embargo, no he dejado de formular las preguntas:

¿Cómo existo, si he dejado de oírme a mí misma? ¿Quién soy, si he dejado de hablar?

¿Cómo dar un fundamento de sentido a todo nuestro dolor, a todo mi dolor?

¿Puede ocurrir en la poesía? ¿Puede el silencio desnudarse en la poesía? ¿Qué palabras pueden dar grito a una voz ilegítima?

En la serie de poemas Cartografías del silencio, Adrienne Rich nos recuerda en unos versos que:

“el silencio puede ser un plan / rigurosamente ejecutado / es una presencia, / tiene una historia, una forma”

¿A través de qué forma, qué historia, qué presencia(s) puedo ejecutarlo? ¿Cómo desnudar el silencio cuando una no consigue deshacerse en palabras sobre el papel, demasiado ajena al significado de las palabras? Rich prosigue con su poema, relatando un deseo:

“Si hubiera una poesía donde esto pudiera ocurrir / no como espacios en blanco o como palabras / tensas igual que una piel sobre significados, sino como se hace el silencio al final / de una noche durante la cual dos personas / han hablado hasta el amanecer”

Cuando leí estos versos, pensé en mi amado, en el tipo de silencio que convocamos el primer día que nos conocimos. En esa noche, a principios de febrero del año pasado, en la cual estuvimos hasta el amanecer juntos, me dije a mí misma que fue sencillo conocerte, “sencillo tomar tus ojos / en los míos, diciendo: éstos son ojos que he conocido / desde el principio”. Fui clarificada en tu mirada y en esa noche descubrí (contrariamente a lo que afirmaba Sartre, a saber, que el infierno son los otros) el hecho de que sin esa mirada de ternura seguiría viviendo en el infierno. Por lo que me dirijo a ti, a quien amo, “entrando en el espacio tras sus globos oculares / dejándome a mí fuera” para ver, a través de tus pupilas, lo que estás viendo. Esta lectura me proporciona una imagen esperanzadora: no encuentro allí más que mis propios pensamientos animales, para mi consuelo. En su mirada encuentro el espacio en el cual se hace palpable que compartimos un mismo idioma, como un matrimonio. Es nuestra manera de convocar un milagro: “cuanto más vivo, más pienso / que dos personas juntas son un milagro”. Hagamos lo que hagamos juntos es pura invención. Así que te pregunto, mi amor: ¿Qué podemos inventar? ¿Qué vidas queremos vivir y nombrar? ¿Qué vidas queremos imaginar?

“¿Qué clase de bestia convertiría su vida en palabras?”, se pregunta Adrienne Rich, “Y sin embargo, al escribir palabras como éstas, también estoy viviendo”. Nosotros somos bestias, “brotando aún exuberantes”, con “nuestra pasión animal enraizada en la ciudad”, que quieren convertir su vida en palabras, que quieren construir sus propias historias. “Somos creadores” nos repetíamos continuamente. Pronto la ciudad se convirtió en nuestro espacio, caminábamos por las calles de noche, a través de la basura empapada de magia, creando nuestro “amor del ghetto” en tu barrio. Esas cosas me decías, como Rich a su compañera en uno de los poemas de la serie Veintiún poemas de amor: “tenemos que caminar… aunque sólo sea como caminamos / a través de la basura empapada por la lluvia, las crueldades sensacionalistas / de nuestros propios barrios. / Tenemos que entender nuestras vidas inseparables / de esos sueños rancios”. Así que caminábamos y paseábamos juntos en un intento por regar el mundo y la ciudad con nuestro amor.

Pero no voy a negar que no sentía miedo, que no siento miedo. Porque no estoy libre del cazador, de las tormentas, de la presencia destructiva del pasado, de esta prisión asfixiante de mi cuarto. Toda la noche me despierto a intervalos con un dolor en el pecho:

“no obstante si pudiera instruirme / si pudiéramos aprender a aprender del dolor / incluso cuando nos aprisiona”

Si pudiera… Sin embargo, soy una criatura de este mundo en el cual apenas hay algún tipo de refugio en el que apoyar la cabeza, sollozar tibiamente, en el que renunciar a sufrir inútilmente, pudiendo “detectar el dolor primordial cuando me acosa”, ser capaz de convertir en realidad el sueño deseado:

“nadie vive en este cuarto / sin atravesar algún tipo de crisis […] / sin contemplar por último y tarde / la verdadera naturaleza de la poesía. El impulso / de conectar. El sueño de una lengua común”

Este dolor que me acosa me separa de ti, te borra de mi lado, es la silueta que eclipsa mi cuerpo, la que crea una separación entre nosotros dos, la que me dice: no serás capaz de conectar, no serás capaz de crear una lengua común, porque no eres más que esto: un entrelazamiento de locura y dolor. En su poema Escisiones, Rich escribe lo que el dolor tendría que contestar si su mente empezara a hablarle:

“somos más viejos ahora / ya nos hemos visto antes   éstas son mis manos ante tus ojos / mi silueta eclipsando todo lo que no es mío / Soy el dolor de la separación creador de separaciones / soy yo quien borra a tu amante de ti / y no las zonas horarias ni los kilómetros / No es la distancia quien me concita sino yo / que soy distancia    Y recuerda que / no existo   aparte de ti”

Nuestro dolor está dispuesto en un orden determinado, nos dice Rich. No puedo elegir cuándo sentir dolor ni qué tipo de dolor sufrir. Pero puedo elegir amar. Puedo elegir confiar, dejarme caer mano sobre mano (“a estas manos / podría confiar el mundo”): porque “[…] quiero seguir a partir de aquí contigo / resistiendo la tentación de hacer del dolor mi carrera”. Lo cierto es que, como ella, nunca he amado así: “nunca he visto / mis propias fuerzas tan absorbidas y compartidas […] / Ya sabemos que siempre hemos estado en peligro / abajo al estar separadas / […] pero hasta ahora / no habíamos alcanzado nuestra fuerza”. Necesito esta fuerza compartida entre nosotros dos para hacer frente al dolor. Así que este verso es para ti, para que me contestes:

“Qué significa el amor / qué significa «sobrevivir»”

El amor es la experiencia de los propios límites. Amor derramado. Amor viscoso. Soy, como amante, un trozo de cera que se disuelve con tu roce. Experimento la crisis de contacto que describe Anne Carson en su ensayo Eros, dulce y amargo: aprendo sobre los propios límites de mi yo a través de la emoción erótica, a través de la interrelación contigo, mi amor. Como en la canción A case of you de Joni Mitchell: I remember that time you told me / You said, “Love is touching souls” / Surely you touched mine / Cause part of you pours out of me / In these lines from time to time. Resulta sensualmente delicioso disolverme. Me derrito, mis miembros se funden. Ya no controlo mis límites, ya no me poseo. Compartir contigo esa fuerza, experimentar el amor, disuelve mis miembros y mi yo, por lo que el dolor que siento pierde cada vez más espacio. Tu amor toma una parte de mí. Y cada vez más intento arrancar las partes de las que éste es dueño para entregártelas. Siento que gano un espacio junto a ti — un nuevo hogar — que me permite resistir al dolor. En el poema No en otra parte, aquí, el amor es una nueva casa que aún nos queda por construir y que no dejamos de soñar que algún día se hará realidad:

“La casa aún por construir   La vida aún por hacer / Grafitis  sin memoria  que se vuelven convencionales / al garabatear la más mínima pared  dios te ama  la voz del gueto / La muerte de la ciudad   Su rostro / durmiendo   Su zancada ligera […] / Este único amor fluyendo  Tocando otras / vidas    Amor derramado”

Podría ser peor, Alberto Acerete

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