Tengo 26 años y vivo en Madrid. A estas alturas de la película solo tengo claro que la vida está cara y la cerveza está mejor fría. Llevo años coleccionando trabajos en negro y contratos de prácticas como el niño que colecciona cromos de Panini, comprando sobres como un loco para conseguir el cromo de Cristiano Ronaldo y terminar así la colección. La diferencia es que yo voy completando páginas de mi álbum pero parece no terminar nunca.
Aquel niño que antes compraba bolsas de Matutano solo por los tazos, ahora colecciona palos y facturas colocadas en el armario de debajo de la televisión. Mi último palo me lo llevé trabajando en una agencia de tirada nacional, ya que mi estancia allí pasó entre contestaciones fuera de tono y click-bait. Entre editores con menos talento que los becarios y esperanzas de contratos que nunca llegaban. Una institución con 75 años de historia que hoy en día sobrevive sobre los hombros de universitarios y contratos de prácticas. Quizás Europa Press fuera el cachalote del Manzanares.
Con los periódicos -y agencias- actuales me pasa como con un amigo mío que siempre exagera todo lo que le pasa. Si tú tienes una bicicleta de 1000 euros, él la tiene de 1.200. Si tú comentas que estás enganchado al documental Wild Wild Country, él lo rodó. Ante la magnitud de las hipérboles, mis amigos y yo hemos adoptado la postura Fernando Hierro: No escuchamos, decimos a todo que sí, y si no es suficiente, sonreímos y cambiamos de tema. Hasta tal punto ha llegado la situación que muchas veces le negamos la razón aunque la tenga. Como con el click-bait.
Darse una vuelta por Infojobs es como hacer un eslalom entre contratos de prácticas, precariedad laboral y eternos convenios con universidades a las que dentro de poco ya acudiré con vergüenza por ser más mayor que los profesores. Quizás Infojobs funcionaría mejor si siguiera el mismo funcionamiento que Tinder: deslizar a la derecha si te gusta la empresa -o el candidato- y a la izquierda si no. Si ves tu puesto -o trabajador- ideal, desliza hacia arriba para un superlike y que la otra parte se entere de que estás interesado. Si os gustáis mutuamente… “It’s a match! You and a job have liked each other”. Al fin y al cabo, todo es cuestión de química.
O por lo menos, es cuestión de seguir estudiando unos años más para estirar las prácticas lejos de casa hasta convertirme en Owen Wilson. Lo que me da más miedo es terminar como el típico cincuentón que alardea de sus éxitos laborales y sentimentales. Como si se pudiera ‘tener’ una persona o como si un contrato laboral no fuera siempre una dominación jerárquica de arriba a abajo en la que das más de lo que consigues. Porque al final, uno solo recibe esa sensación de agobio por la falsa culpabilidad al abandonar un puesto de trabajo y un triste “Gracias por su visita”. Pero eso ya lo tengo en el bar de abajo de mi casa, donde -además- me suelen servir dos tapas por cada cerveza.
Nota del autor: Cuando hablo de precariedad laboral no hablo de un sueldo de 800 euros. Hablo de cobrar 200 euros viviendo en Madrid. Hablo de tener esa sensación de agobio al pasar por delante del buzón sin saber si habrá facturas dentro. Las facturas de Schrödinger.
Sociólogo retirado y periodista amateur. Escribo de música porque es lo que ahora mismo me llama la atención, el día que deje de hacerlo me verás escribiendo sobre otras mil cosas: cómics, cine, literatura… lo que sea. He estado en mil y un proyectos pero nunca como en casa.