Hay taxistas que te cuentan su vida en un trayecto, pero el mérito tiene más que ver con la forma que con el fondo. Los hay que te la cuentan progresivamente, y en función de la distancia que haya por recorrer se quedan en su primera comunión o en el nacimiento de su primer hijo. Otros, en cambio, apuestan por una narrativa más elaborada. Con un par de ejemplos, de momentos concretos de su historia, son capaces de sintetizar toda su vida. A mí, la semana pasada, me tocó uno de estos últimos.
En la radio estaban contando anécdotas relacionadas con despistes y yo volvía a casa en taxi. Uno de los colaboradores relató que un día, al ir a bajar la basura, tiró al contenedor tanto la bolsa como las llaves de su casa. El taxista, que hacía ya un rato se revolvía en su asiento deseoso de entablar conversación, se decidió a contar su primera anécdota. Siendo sinceros, venía al caso.
Mientras aceleraba y frenaba, esquivando badenes, me explicó que hace unos años, antes de ser taxista, trabajaba en una importante empresa que movía montones de dinero a diario. Él era el encargado de hacer la caja, y en un procedimiento muy peculiar debía llevarse cada jornada a casa una bolsa llena de billetes y guardarla hasta el día siguiente. El caso es que una vez, al ir a tirar la basura, se confundió y tiró una bolsa en la que había unos seis mil euros (aunque en aquel momento todavía se pagaba en pesetas, me dijo). Cuando se dio cuenta, ya en casa, regresó a toda velocidad al contenedor en cuestión para ver si, con suerte, todavía no había pasado el camión de la basura. Me contó al detalle que se metió entero en el contenedor y cómo rebuscó entre los deshechos.
Aquel taxista se calló y yo comprendí que quizás no había sido un gran gestor económico, pero podría ser un digno escritor. No me quiso contar si había encontrado o no el dinero. Dejó el final abierto. El siguiente plano, si esto fuera una producción audiovisual, sería él conduciendo el taxi. Los espectadores inteligentes no necesitarían más datos para saber que aquel incidente provocó su despido y que, ya en una nueva vida, compró la licencia del taxi que en esos momentos conducía.
Este descubrimiento me puso tan nervioso que necesité ponerme a hablar yo también. Pero, definitivamente, mi papel era de mero apuntador.
-Pues una vez yo fui a bajar la basura y no llevaba la bolsa en la mano cuando llegué al contenedor. Me la había dejado en casa– dije, intentado estar a la altura de su anécdota.
-Ya – contestó él, visiblemente desinteresado por mi historia.
Decidí acomodarme en mi asiento y escuchar, porque era evidente que yo no tenía nada que decir que aportara algún interés en aquella conversación desigual. Cuando bajábamos por la Avenida de los Poblados me contó que, peor que todo lo que ya me había contado, era perder a una hija. Pero no se refería a perderla de manera simbólica, no me hablaba de la muerte. Me relató que un día aparcó el coche y, en lugar de llevar a su hija a la guardería, la dejó en el asiento trasero. Y me volvió a hacer la misma jugada. Se calló, y dejó abierto el final. El espectador, que en este caso era yo, debía decidir qué había pasado con su hija.
La rabia por no estar a la altura literaria de este taxista arruinado me encendió y noté cómo el odio hacia él crecía por momentos. No le quería preguntar directamente por su hija o por su vida privada, a pesar de que estaba deseoso por saber qué había pasado. Ese recurso era demasiado simplón. Así que cambié de tema y, como me preguntó por mi barrio, le conté que por circunstancias que no vienen al caso yo estaba viviendo solo en un piso que me había alquilado un conocido. Este hombre me volvió a dar una lección en su contestación. Su respuesta fue muy simple y efectiva. Como en los buenos guiones.
-Ah, entonces estás de enhorabuena. Yo también vivo solo, y hago lo que me da la gana.
Me resigné. En un trayecto de apenas unos minutos el taxista me había contado que había perdido su negocio y a su familia tras dos fatales despistes. Le aboné lo que le debía por llevarme a casa y acepté que ser escritor, por mucho que lo intentes, es algo con lo que se nace o no se nace. Al día siguiente, comencé las gestiones para comprar una licencia de taxi.
(Alicante, 1994), es productor y guionista de ‘Un tema Al Día’ en elDiario.es. Periodista, se especializó en audio en el Máster de RNE por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en ‘No es un día cualquiera’ o ‘De pe a pa’ de Radio Nacional de España y en la productora Osmos Global. Escribe relatos y artículos en Poscultura.