De un tiempo a esta parte a mi yaya le viene doliendo el hombro y, aunque hay movimientos que sí puede practicar, es uno en concreto el que se convierte en una tortura para ella. Me lo explicaba mientras intentaba acercar el hombro a su oreja, imitando el gesto de desconcierto que hacen los dibujos animados cuando quieren expresar incomprensión.
Me relató su visita al especialista, la prueba que le hicieron y la espeluznante frase del médico: “Señora, su tendón ha desaparecido”. Ella, en un desierto mental en el que encontró terror pero también certezas, acabó por contestar: “pues usted dirá, porque patas para irse, no tiene”. Aquel doctor sonrió y acompañó el gesto mostrando la imagen que, para él, no ofrecía dudas: “¿Ve este espacio? Desde este punto a este otro. Aquí deberíamos observar una línea (el tendón) y no está”.
¿Cómo sería el mundo si todo fuese tan identificable como un tendón? Por ejemplo, acude a consulta una persona que se siente verdaderamente mal desde hace tiempo, que ha caído en una tristeza que le consume diariamente, y este es el diagnóstico que le ofrecen: “Señor, han desaparecido sus ganas de vivir. ¿Observa esta parte del cerebro? Pues justo aquí deberíamos encontrar su deseo por salir adelante. Por lo que sea, no está”.
Lo ideal sería tener tendones emocionales. “Vaya, qué mal la veo. ¿Se da cuenta de este vacío? ¿De este espacio injustificado en esta parte de su cráneo? Aquí, en este tramo, usted debería presentar un enamoramiento, como mínimo, paulatino. En cambio la ausencia de todo tipo de amor denota unas enormes ganas de salir corriendo. Justamente el anterior paciente, con el que se ha cruzado, tenía un exceso de células enamoradizas. Tiene ganas de amar por partida doble: qué injusto, se debe haber quedado con las suyas”. Los médicos, moviéndose como peces en el agua en materia comunicativa y de diagnósticos.
¿Dónde acaban los tendones perdidos? Un tendón es un elemento que tiene una segunda vida complicada, cuyo reciclaje es complejo. No es como un hueso, que todos sabemos que tiene entidad propia, aunque sea como esqueleto para una clase de estudiantes de ciencias (quizás, el uso posterior menos honroso pero más útil). Qué digamos de un órgano trasplantable entre dos cuerpos, que puede llegar a salvar vidas y cuya donación es motivo de grandes campañas. Nadie plantearía una concienciación por la donación de tendones. Un tendón es algo muy dependiente y, por tanto, si se cae (del hombro de mi yaya o del de cualquiera abuela de España) queda prácticamente inutilizable.
Espero que al menos tenga un final digno y no acabe en el cementerio de las palabras que nunca fueron dichas, de los sentimientos que no se llegaron a desarrollar o en el de los libros no publicados. Al contrario que estos un tendón ha tenido una función muy específica a lo largo de décadas y merece un homenaje en condiciones. Además, un tendón, por simplificar, podríamos decir que sirve para unir. Esto, es una sociedad tan polarizada (aunque creo que está polarizada entre los que usan este término y los que lo aborrecemos) es meritorio.
Sería bonito que los tendones perdidos acabaran su función en los hombros cansados de las personas mayores para iniciar una nueva vida uniendo a personas con sobredosis de amor con otras a las que les cuesta un poquito más echarle imaginación a la existencia. Que aquellas personas que se cruzaron en una consulta emocional acabaran enlazados por el tendón perdido de mi yaya. Una de las partes tendría que tirar más del carro, al principio. Pero creo que eso, siendo francos, no es nada nuevo. Sería bonito.
(Alicante, 1994), es productor y guionista de ‘Un tema Al Día’ en elDiario.es. Periodista, se especializó en audio en el Máster de RNE por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en ‘No es un día cualquiera’ o ‘De pe a pa’ de Radio Nacional de España y en la productora Osmos Global. Escribe relatos y artículos en Poscultura.