La varita escoge al mago

Desde la ventana de mi habitación se ve un patio que da a la fachada interior de otro bloque de edificios. Cuando vine a vivir aquí me recordó a lo que podía ver James Stewart en la fabulosa película de Hithcock La ventana indiscreta. Esta tarde unos niños han comenzado a bailar frente a mi ventana. Era como ver cine mudo: yo no les escuchaba pero les veía en movimiento, asistía a un juego de encendido y apagado de luces y observaba sus coreografías. El show, tras un buen rato, ha bajado la persiana.

He comenzado la relectura de Harry Potter y la piedra filosofal. Supongo que a veces uno necesita volver a ser adolescente. En este viaje a la infancia me topé con una frase que ya había leído y escuchado pero a la que nunca había dado ningún significado especial. Hasta este momento. “La varita escoge al mago”, asegura Ollivander. “La varita escoge al mago”, y punto. No sé explica mucho más en el libro.

En esta segunda lectura observo en J.K Rowling un mundo mágico que ella construye y que tiene mucho más que ver con el arte que con la pura fantasía o ciencia ficción. O quizás es lo que son lo mismo. Yo lo vi evidente: La varita escoge al mago y la novela escoge al escritor. Sin embargo, algo me falla en todo este asunto.

Esta “ley” me lleva a una contradicción clara: el destino. Ya lo escribí; no creo en él. Y todo este conflicto de varitas y novelas me lleva a un callejón sin salida. ¿En qué quedamos? ¿Elegimos o no elegimos nosotros lo que nos sucede más allá del azar? ¿Hay un Dios o un destino que nos pone una semillita en la cabeza y estamos programados para escribir una historia o no? Esta frustración ha estado cerca de matar este texto.

Por suerte, soy periodista, y esto es una lección diaria para recordar lo evidente. No hay escritura sin escucha. No hay historias sin los demás. No existe la literatura sin que algo se quiebre en ti, por los demás. No es posible una narración que no cuente lo que pasa alrededor de ti. Defiendo el mundo interior de cada uno, esto es totalmente compatible e indispensable con lo anterior. Sin la intimidad, sin el punto ciego de cada uno e incluso sin la oscuridad no somos nada. Pero tampoco somos nada sin nuestra amiga por la que brindamos tras su alegría, tras su buena noticia. No somos nada sin el consuelo y cariño de los que se preocupan por nosotros. No somos, simplemente no somos, sin los sueños en los que aparecen los demás.

La gran lección de Harry Potter (ahora sí te valen las lecciones en los libros eh, Marcos, dice una vocecilla interior que me culpa por lo de El Principito) es el gran triunfo del amor y la amistad. Y de la elección personal. Las varitas de Harry Potter y de Voldemort comparten raíz. Ambos comparten cualidades y cuando el sombrero seleccionador duda con la casa a la que debe ir, es el propio protagonista de la historia el que decide. “Slytherin, no”, a pesar de la grandeza que eso le podía traer.

La varita tiene una función de “arma” en estas historias de magos. ¿Son las novelas un arma? Lo que tengo claro es que una varita es una extensión del cuerpo del mago o de la bruja. Las historias que contamos son una extensión de nosotros mismos. Sí, es cierto, creo que en buena medida nosotros no somos capaces de elegir sobre lo que escribimos al igual que en Harry Potter no son capaces de elegir la varita con la que defenderse. Se defienden con varitas al igual que nosotros nos defendemos escribiendo. Por eso es un arma y por eso es una cicatriz para nosotros la posibilidad de crear.

No somos capaces de elegir los temas que nos apasionan de la misma manera que no somos capaces de controlarlo todo: no elegimos en qué país o familia nacemos; no podemos estar con la persona amada o podemos durante un tiempo, nos enamoramos y triunfamos y luego volvemos a fracasar; muchas veces no elegimos nuestro equipo de fútbol, ni al colegio que vamos, ni a los compañeros que tenemos sentados al lado en clase; trabajamos en lo que podemos y sobrevivimos, en definitiva, de la manera más digna posible. Y, pese a todo, elegimos. Hablamos con nuestro propio sombrero seleccionador y le contamos aquello que quiere oír.

En una pancarta de las manifestaciones feministas del pasado ocho de marzo se podía leer: “Sin Hermione Harry habría muerto en el primer libro”. Y tanto. Los libros son el gran triunfo del mundo vivido con los demás. Contarnos historias es la gran noticia, porque implica que nos importa algo que no tiene que ver con nuestro ombligo. Por suerte vivimos en un mundo en el que todavía hay espacio para los curiosos. Hay un hueco para mirar una escena de salón, cotidiana, en la que tan solo unos niños bailan. Es viernes por la tarde, comienza su fin de semana, y la vida es plena para ellos. Era el único punto de luz que quedaba en una mancha negra tras la desaparición total de la luz solar. La única salvo que ellos me estuvieran viendo a mí. Pero no lo creo: la historia me había escogido ya; tan solo era un narrador.

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