El ladrón de destinos: El amigo del famoso

El diálogo -o no- entre la vieja y la nueva escuela es uno de los temas más recurrentes en la cultura. Principalmente por su ausencia. Ni la imposibilidad del amor o la posibilidad de la muerte creo que pongan tan nerviosos a autores y periodistas como lo hace el hecho de que ciertos sectores no sean capaces de aceptar cambios y opiniones en el arte. La mejor forma que yo encuentro de explicármelo es el trato de lo que los medios llaman “trap” y “las nuevas voces de la literatura”. Richard Russo, como escritor lejano en edad, me ha sorprendido siendo capaz de esforzarse por opinar sabiendo de la futilidad de todo lo que le rodea aunque intentando defenderse de forma constante a riesgo de convertirse en un escritor que dice a los demás cómo serlo. El ladrón de destinos (Larrad Ediciones) recoge los ensayos de un autor de 70 años que se dedica a la ficción y dialoga con sus lectores dando forma al libro.

“Hace algún tiempo tuve una larga conversación telefónica con un hombre al que voy a llamar David”

En su mayoría, trata sobre la construcción, la búsqueda de la voz, el estilo y el probable fracaso. Lo cierto es que Russo no deja de expresarse como alguien que vive de la escritura y acaba recurriendo a ciertas ideas sobre luchar por lo que quieres con un tono habitual en ese estrato. A pesar de ello, el texto se centra en que no conseguirlo es lo más habitual, que “mucha gente con talento de verdad tira la toalla cada día” y deja clara la única forma de avanzar: hacer lo que te da la gana. No existen las fórmulas.

Su amigo David no consiguió ser una figura de éxito como él, por lo que siente que no ha conseguido lo que merece. Todos estamos más cerca de David que de Richard. Pasamos de querer vivir de lo que adoramos a conformarnos con no odiarlo. Cumplir el objetivo es suerte y contactos. El talento ayuda pero no es la verdad absoluta imponiéndose al resto de factores. Sin embargo, hasta estando en la posición privilegiada que yo imagino como un bar con la persiana bajada en el que la gente vive despreocupada de lo que pasa fuera, hay momentos de crisis. Los famosos también se preocupan por miedo a dejar de hacer bien su trabajo. Y esa frustración de no conseguir nada puede estar presente hasta cuando ya lo has conseguido porque “navegamos a ciegas. Estamos solos”.

La impostura es interesante por el desdoblamiento que genera en las obras de quien la sufre. Exponerla puede resultar contraproducente si lo que buscas es la empatía fácil, la lágrima y la compasión del público. También puede ser un acierto si lo que cuentas es realmente sincero y expones tus argumentos sin pretender que el consumidor se ponga en tu piel cuando te lee/oye en silla de plástico mientras tú estás ganando cuatro cifras sin levantarte del sofá. Por eso busca defenderse tanto, porque opinar no siempre es necesario seas quien seas y hacerlo es someterse a riesgos.

“El problema, al igual que para cualquier otro artista, es más bien hacer que los demás sean capaces de ver las cosas de la misma manera que tú”

A la vez, el público cuando lee lucha por todo lo contrario: hacer suyo lo que recibe. Ahí es cuando identifico la impostura y la gran diferencia entre generaciones. Unos quieren que quien lo lee busque ser el mismo que quien lo crea y otros escribirlo para que cada uno haga lo que quiera con eso. Queremos contar y exponer nuestra visión, no que la gente “abandone su resistencia natural”. Esta resistencia hace que pueda leer a Russo sin estar de acuerdo para acabar llegando al punto en el que se abre de verdad y sabe que está en mitad de un diálogo. A esa llave debajo de la piedra llega analizando su humor. Lo entiende como una “fuerza auténticamente civilizadora” y lo es, pero no porque con él se solucionen los conflictos, sino porque es otra forma de intercambiar posturas. Russo acaba por entender que su humor puede no hacer gracia. El contexto, la intención y la forma son imprescindibles. Esto lo explica a la perfección Rodrigo G. Marina en La metaofensa o por qué nos meamos de risa, donde expone que el humor puede ser ideológico, racista, homófobo, machista, etc. y que este no tiene límites “pero sí alguna que otra limitación”.

“Mi reación Rorschach a la revelación de Jim fue tan sorprendente como turbadora porque me reveló unconservadurismo emocional en mi personalidad que yo habría negado tener con rotundidad si me hubieran acusado de ello”

Los ensayos siguen esa constante línea y en la que lo más clarificador es que en la literatura solo se puede triunfar al nivel de vivir de escribir con suerte, contactos y apoyos. La otra opción es ser como Dickens y arrastrar al suicidio a tu compañero para hacerte con el control total de un proyecto. Larrad descubre en cada una de sus publicaciones la forma de mostrar que los “genios” son personas de dudosa moral.

Russo también incide en que la condición de “maestro” también modifica la personalidad. Cuando se trata de la relación con los que él llama novatos las dificultades residen en la superioridad con la que se desenvuelve el que enseña más que la inexperiencia y ansias del quien aprende. Cuando te conviertes en maestro no aprendes automáticamente a enseñar. Mucho menos si piensas que ya no tienes nada que aprender. Quieres dar por el placer de sentirte superior al resto y no aceptas recibir, porque sería bajar a la altura de quien no lo merece. La maestría “genera amnesia e impaciencia a partes iguales”.

Y así los escritores de otra generación se olvidan de lo frágiles que son las condiciones actuales. No tanto las y los artistas sino el sistema y las prácticas que deben ejercer para alcanzar el más mínimo de los reconocimientos económicos y sociales. Esto lo explica muy bien Ramón Mistral en estos tweets:

La precariedad económica convierte en una estructura de cristal la imagen, el trabajo y, en general, el ecositema que nos rodea. Desde las amistades hasta los contratos cuyo centro es la “industria” se sostienen con una frase fuera de lugar en Twitter porque nadie está a salvo por muy bien que escriba.

Russo deja de lado la novela para explicar las incongruencias de la personalidad, la rara e inexistente diferencia entre ficción y no ficción cuyo análisis ha ido mutando con los años, la necesidad de escuchar y no como mero mensaje de autoayuda, la aceptación de su condición de privilegiado y la suerte como factor clave en todo. Un escritor del que puede no interesarte su obra, pero sí sus reflexiones. No estar de acuerdo con algunas de ellas impide que las leas con interés para identificar la conclusión a la que busca llegar. El ladrón de destinos es un libro con el que dialogar. En el que darse cuenta de que existe la posibilidad de ser el amigo del famoso que va con él de invitado a algunas fiestas pero nadie conoce y es la más cercana a la realidad.

“Al igual que en tantas otras discusiones sin fundamento, esta empezó cuando ninguno de los dos fue capaz de expresar exactamente lo que quería decir”

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