Fuegos: Los cuerpos familiares

Escribir como si me fuera a morir, como si la verdad surgiera en función de la muerte.

Silencio, se está hablando de la muerte.

Como un acto corporal de resistencia se habla de la escritura en el momento de la muerte.

***

El libro se inicia en un sanatorio con los cuidados de los enfermos; la muerte lo inunda todo (ya lo he dicho) como una forma paliativa del dolor, como “un acto del cuerpo”. Fuegos (La Bella Varsovia, 2019) es la incineración de la polilla que nace en la cabeza y sale de la boca de Ismael como una forma terapéutica de autoconsciencia; “Un acto del cuerpo” que remite a un poema que está en medio del poemario, como su centro. Habla de un abuelo y de una abuela, de una herida, de la cura de la herida, de los dedos de la abuela entrando por la herida:

Imagino, impoluta, la verdad en las manos de mi abuela”.

Empecé el libro en el avión de Bilbao a Sevilla. Mi hijo se durmió en el regazo de su madre. Su hermano jugaba a Brawl Stars mientras yo leía cruzadamente las fotografías de Fuegos que mi sobrina me envió por Whatsapp y el libro de Leire Bilbao, Entre escamas (Marisma, 2018), que tanto le había gustado a Ismael Ramos. Cuando comenzó el despegue Eva trataba de guiar la boca dormida de René a su pezón, para que tragara la leche o la saliva, al cuidado del oído. Hoy 14 de septiembre, continúo la lectura cuando cumple tres meses. Al empezar el libro estaba en su segundo vuelo; ahora acompaña a su madre a comprar los materiales escolares para su hermano y yo me dispongo a hacer una hoguera con los Fuegos de Ismael.

Dice que el cuerpo de su abuelo es su propia víctima, su sacrificio. Se habla de un cuerpo siempre consciente de su mortalidad, un cuerpo siempre a punto de morir. El abuelo es ante todo un padre y

El padre fabrica su propia muerte.

[…]

El padre se construye dentro del hijo. En madera. Luego arde”.

Hablo por mí. Cuando toqué a mi hijo, él llevaría entre 600 y 900 respiraciones (a razón de 40 o 60 respiraciones por minuto) y la primera vez que lo abracé fue la primera vez que percibí mi propia finitud.

A veces me pregunto si no será que mi abuelo ensaya la muerte preparando su cuerpo para la quietud”.

Cuando toqué a mi hijo vi a mi padre, a mi abuelo, a mi madre, a mi abuela, a mi hermana. Comprendí que acababa de experimentar a mi hijo como una escisión de mí mismo. Ahora cuando leo que el abuelo prepara su cuerpo para la muerte recuerdo cuando comenzábamos las clases de preparto y nos enseñaban a cuidar del cuerpo de la gestante para prepararlo para el alumbramiento y esto, me parece, es tal vez el reverso del poema de Ismael. Leo este poema un día después de haber visto a mi abuelo tendido tras la última infiltración por lo dolores (ya no le infiltrarán más, “serían cuidados paliativos” le comunica un médico), tanto tiempo mirando un punto fijo. Desde hace tiempo solo le conozco una sonrisa y es cuando ve a su bisnieto. La mano de mi hijo es una uva dentro de la suya. Mi abuelo lo coloca en sus rodillas como me colocó antes a mí. Tiene faringitis crónica pero cuando lo coge no le oigo toser ni una sola vez. Un padre fabrica su ataúd dentro del hijo, toca al hijo y se percata de su propia mortalidad y sin embargo también de su continuidad, como un hilo, fibra o hebra del cordón umbilical.

¡Comed de los pechos de mi abuela!”

que han dado de comer a tres generaciones de hombres y mujeres fuertes. La abuela que hurga en la herida del abuelo es la raíz y el sustento, por eso el libro acaba en una fotografía familiar.

***

El hijo es una cicatriz porque señala. El hijo como una cicatriz del padre, de la madre, precisamente en el momento del descubrimiento de su propia finitud. El hijo es una cicatriz, por eso se afana en el cuidado y la fabricación de un ataúd dentro del hijo, la sangre que desemboca en agua para aclararse, como la sangre del poema:

La luz acariciándole la cara. Las hojas de la parra que tiemblan sin dejar cicatriz”.

(Mi hijo empezaba a aburrirse. Le he puesto Pocoyó en Netflix. Lo columpio levemente con el pie).

El gesto es cotidiano. También el poema”.

Leo un poema dedicado a la llegada de la menarquía interpretada como la entrada del dolor en el cuerpo de María. El cuerpo tantas veces visto de reojo, como un ofrecimiento desconocido.

Convierto tu infancia en mi disciplina”.

Leo la llegada del dolor en el cuerpo de María y recuerdo el poema de Leire Bilbao que leía en el avión

Trae una mano y siente

las piedras de mi vientre sangrar,

pataleando como el granizo

gritando que estoy viva”.

Recuerdo el poema de Rosa Berbel

los posos de colores

de las niñas que sangran

como niñas”.

Y recuerdo que Eva tuvo que retener su sangre para que naciera René, como dice Leire, durante 40 semanas, hasta que los loquios comenzaron a derramarse sobre las sábanas.

El gesto es cotidiano. También el poema”.

El libro habla de la verdad del cuerpo. El cuerpo como verdad digna de ser contada: todos los cuerpos, todas las generaciones de cuerpos: padre, hijo, abuelo, bisabuelo, hermana, madre, hija, bisabuela. Todos los cuerpos generacionales pasan por el cuidado. Se habla de la ausencia del cuerpo, del momento en el que el cuerpo se ausenta, la escritura en el momento en el que el cuerpo deja de estar como si ese momento diera paso a la verdad, como el cuerpo del santo que da paso a la inmortalidad

Como un sonido que será silencio o un órgano que nace lejos del cuerpo”,

como un hijo para un padre, como un hijo para la madre al separárselo del cuerpo, como una uña encarnada.

Podría ser peor, Alberto Acerete

2 thoughts on “Fuegos: Los cuerpos familiares

  1. Felicitaciones!!
    Maravillosa reseña, tienes un verdadero don ,para expresar con palabras los sentimientos que cuestan tanto “ dar “ a luz .

    1. ¡Muchísimas gracias, María! No había visto el comentario hasta hoy y me ha hecho muchísima ilusión… Ojalá te sigan gustando los textos que publique. Un abrazo.

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