Yo represento a la playa
y tú eres mi vida
las olas del mar
“Hay que odiar mucho para caricaturizar y satirizar.
Yo no tengo grandes odios”.
Anaïs Nin
A pesar del título de este artículo, ni de lejos me va a salir un texto tan provocativo como Odio la playa (Cántico). Tampoco es mi pretensión. De hecho, me parece interesante tratar de apuntalar la tesis central (la que yo identifico) desde el otro lado de la orilla. Mientras leía a Adrián Fauro (en adelante le llamaré, simplemente, Adri, no por nada, por respetar lo que llevo haciendo veintisiete años) pensaba que, aunque a mí sí me guste, yo nunca digo “adoro la playa”. Más bien, digo que adoro el mar. Y en esa distinción terminológica hay algo que tiene que ver con los versos de este libro.
Que me guste el mar no tiene mayor mérito. Ni me provoca sensaciones especialmente originales, ni voy a argumentar ningún aspecto novedoso. Me maravilla por su belleza, me relaja, me ayuda a pensar, a inspirarme y a tomar decisiones. Me gusta bañarme en él (soy algo acuático). Edu, uno de los personajes de ficción de este poemario, me llama “paletillo de interior” por todo lo que acabo de escribir. Entiéndalo, cosas de la construcción del personaje.
Me gusta el mar, pero la playa no me dice tanto. Diferencio el mar de la playa en lo que uno tiene de construcción social frente al otro. El mar es algo que nos regala la naturaleza y es un accidente tan casual como nacer al lado de un río o de la muralla China. A priori, nada de lo que sentirse orgulloso. La playa es un artefacto que crea el ser humano y que entronca con la visión de Adri: “¿Cómo puede no gustarte la playa? A mí me encanta pasar allí los veranos”. Firmado: “Los Madrileños”.
El joven poeta da en el clavo: “Huyo del sitio al que todos van cuando quieren huir”. ¿Cómo explicar a tus amigos madrileños que su sitio de veraneo para ti es T-O-D-O? Lo que para ellos es un parque de atracciones (Edu, ese fantástico personaje ideado por Adri, alguna vez me dice cuando voy unos días a Alicante si me creo que aquello es Alifornia) para ti es lugar en el que has pasado la mayor parte de domingos por la tarde o donde has visto perder casi siempre al Hércules. Cómo explicar que los cuerpos alicantinos se acobardan en invierno por la humedad o que es una de las ciudades más sucias del país.
Temo que Adri y yo compartimos desgracia: nos vemos abocados a discusiones imposibles con personas que queremos tratando de explicar nuestra versión (y visión) de Alicante. Que haber nacido al lado de una costa maravillosa debería ser un punto de partida, y no de llegada. Que además del sol y de la playa esta ciudad debería aspirar a crear un relato y una identidad anclada en su memoria democrática, su cultura y sus símbolos. Si Dios, el universo o quien sea nos ha dado el mar… ¿qué valor añadido hemos aportado nosotros que no sea poner una mesa y dos sillas? La respuesta que yo me he encontrado es: “a nosotros, los alicantinos, nos vale”.
Vivo en Madrid. Una ciudad incomparable a Alicante pero, también, gestionada desde el error y la anti convivencia. Es decir, que es otra ciudad que tampoco aprovecha sus “dotes naturales”. Sin embargo, yo no me fui de Alicante por todo lo expuesto anteriormente. Me trasladé a Madrid por la misma razón por la que se fue el autor y por la misma por la que él vuelve: buscar un futuro en un terreno precario.
“Han decidido que yo
no puedo ser
sino lo que consideran
que tengo que ser
para ellos”
Este libro habla de muchas cosas y sobre cada una de ellas se podría escribir un artículo diferente. La precariedad, como hemos apuntado ya, es un elemento clave no solo en lo que tiene que ver con la búsqueda de empleo sino con cada uno de los aspectos de la vida que se relatan. El amor es precario, seguramente porque en este contexto no se puede aspirar a otro tipo de amor. Las relaciones sociales son precarias por un entorno laboral que se lo engulle todo.
Creo que estos versos cuentan una historia de amor. Si como dice David Foster Wallace todas las historias de amor son historias de fantasmas y, como creo yo (es lo que hay), todas las historias son historias de amor, esta historia está repleta de fantasmas. Los fantasmas:
“¿Qué hacemos con todas las cosas que al final no hemos dicho?”
Adri escribe más sobre lo que no ha pasado que de lo acontecido realmente. Eso demuestra que estamos ante una verdadera historia de ficción. Es decir, delante de una buena y potente historia. No leemos un poemario basado en un suceso de anécdotas, más bien al revés. Utiliza sus elementos cotidianos para crear un nuevo universo. Nada se puede leer en clave literal y eso es algo que deja claro desde una de sus citas iniciales:
“Estos poemas se leen como se cantan las canciones de misa”
Estos últimos versos, si no me equivoco, los explicó en su presentación del libro en la 80 Mundos de Alicante. Aunque yo conozca a lo que se refiere, está bien confirmarlo. Se cantan como en misa porque se recitan moviendo la boca pero sin emitir sonido alguno. Lo que eso me sugiere a mí, tras releer la frase varias veces, ya no tengo tan claro que él lo haya hecho voluntariamente. ¿No es acaso una prueba más de la farsa? ¿No forma parte del ritual en el que odia pero no odia, realmente? ¿Si estos versos no tienen sonido… qué tienen, entonces?
Identifico un discurso claro en torno a la ausencia de voz más allá de la literatura. La conciencia de clase, la precariedad, el amor y sus fantasmas son temas del libro. Pero, para mí, ante todo, destaca la política. Así lo veo en la medida en la que desarrolla literariamente una idea de ciudad totalmente enfrentada a la existente, a la que está a pie de calle y se puede oler (huele mal).
Estas líneas se quedan mudas fuera del ritual poético porque no hay nadie que las quiera escuchar. Porque en Alicante hay un pensamiento, que creo que es transversal a casi cualquiera ideología y a los partidos con representación, y que se resume en la frase dicha anteriormente: “a nosotros, a los alicantinos, nos vale”.
Este es para mí, el corazón del libro. Adri mueve la boca pero no emite sonido… salvo cuando escribe. Esa es la magia de la escritura y de la poesía. Es la única herramienta que le queda a alguien cuando regresa a un lugar que desconoce aunque el sitio sea exactamente el mismo que dejó… o eso dicen. Porque, no: no lo es. Ni él es el mismo, ni las personas son las mismas. El paso del tiempo transforma todo lo que toca y nuestra piel, aunque no lo apreciemos, se renueva todos los días.
“Sal a fumar que es como seguir con ellos pero sin estar con ellos y si después vas al aseo y ganas más tiempo”
Desde hace tiempo, especialmente por todo lo trastocado tras la pandemia, me he preguntado cuántas veces se puede regresar. Creo que la pregunta que recorre el libro no es esa, en cambio. Pero sí una versión de la misma idea con otra formulación. Desde la otra orilla. Sería algo así: ¿cuándo demonios se deja de regresar?
PD: Adoro la playa y Odio L’arhogueras.
(Alicante, 1994), es productor y guionista de ‘Un tema Al Día’ en elDiario.es. Periodista, se especializó en audio en el Máster de RNE por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en ‘No es un día cualquiera’ o ‘De pe a pa’ de Radio Nacional de España y en la productora Osmos Global. Escribe relatos y artículos en Poscultura.