El poder de los libros o entrevista a Malas Tierras

Sobre mi mesa de trabajo, una mesa humilde pero reconfortante, tengo un libro que habla de la pasión por los libros. Su título es, The Tender Hour of Twilight: Paris in the ’50s, New York in the ’60s: A Memoir of Publishing’s Golden Age, y en esas páginas tan cuidadosamente editadas, casi puedes respirar las horas invertidas, Richard Seaver, Dick para sus amigos, hace repaso a los grandes acontecimientos culturales del siglo XX, desde la mirada de un editor, y uno de los más influyentes junto con Giulio Einaudi y Carlos Barral, que publicó libros «prohibidos». Su amistad con un todavía desconocido Samuel Beckett (¡quién lo diría!), o un maduro pero joven de espíritu, Jean Genet, cambiarían el transcurso, no solo de la denominada como literatura contemporánea, sino de la forma de pensar (y sentir) de toda una generación que ha llegado hasta nosotros, aunque no seamos, desde luego, consciente de ello. Malas Tierras, una de las editoriales que más está removimiento los cimientos del panorama cultural de nuestro país, y eso no es poco cosa, están editando libros (¡y qué libros!) que desmontan mis fatalistas argumentos en torno a la producción literaria de nuestra época. Guille y Nico, las dos cabezas visibles (y pensantes) de Malas Tierras, se mostraron en exceso solícitos conmigo, y en consecuencia, me aproveche de su tiempo con unas cuantas preguntas que nacen en buena medida de la admiración que tengo hacia su descomunal trabajo. Mientras realizamos esta entrevista, a lo largo de no pocas semanas, el catálogo de Malas Tierras crecía (y seguirá creciendo, no me cabe la menor duda) con un novelón muy serio, Los Galgos, los galgos de Sara Gallardo, sin embargo, esto es solo una parte de su particular historia.

Viajemos a los orígenes de Malas Tierras, ¿cuándo decide uno iniciar un proyecto como este?

Nico: Ambos teníamos la ilusión de montar una editorial desde que nos conocimos en la universidad. Después fuimos empalmando prácticas y trabajos mal remunerados (en ocasiones ni siquiera eso), hasta que nos dimos cuenta de que estas dinámicas eran la norma en el mundo editorial español y la única manera de poder vivir dignamente de esto era crear nuestro propio proyecto.

Guille: La idea siempre estuvo ahí. Y cuando digo siempre es siempre, prácticamente en nuestra primera conversación surgió el asunto, aunque más como una utopía, como algo que dices pero que no crees que puedas llegar a desarrollar. En aquella época sabíamos muy poco de cómo funciona una editorial, de qué se necesita para empezar, no hablemos de cómo llevar una empresa; todo lo hemos ido aprendiendo un poco sobre la marcha, y en eso estamos todavía. Ahora, si hablamos de fechas, es en enero-febrero de 2018 cuando decidimos que hay que hacerlo, que tenemos que empezar a montar todo para empezar a publicar en febrero-marzo de 2019.

Antes de ser editores, como solía comentar Barney Rosset, cabeza visible durante cincuenta años de la mítica Grove Press junto a Richard Seaver, uno tiene que proveerse de libros ideales, libros que son como los faros en una noche de tormenta, ¿qué libros serían en vuestro caso?

Nico: No podrían faltar: 2666, de Roberto Bolaño, los cuentos de Borges, Glosa, de Juan José Saer, la narrativa completa de Juan Rulfo, la ficción y la no ficción de David Foster Wallace, El ruido y la furia, de William Faulkner, Sangre sabia y los cuentos de Flannery O’Connor, todo Cormac McCarthy, Hijo de Jesús, de Denis Johnson, los cuentos de Lorrie Moore y Raymond Carver, Jon Fosse, Karl Ove Knausgård, Thomas Bernhard, Agota Kristof…

Guille: Pues me gusta esa referencia a Grove, porque junto con el de Dalkey Archive Press es uno de los catálogos que más nos interesan de Estados Unidos. Y, sobre esos faros de los que hablas, coincido con Nico en lo de Bolaño y Knausgård —diría que soy su gran defensor en esta casa—, no ahondo en Wallace, pero sí te digo que La broma infinita me salvó el confinamiento, Beckett, Levé… No me repito más con lo que ha dicho Nico. Va por épocas, hay libros que me causan una gran impresión y que ahí quedan: Nostalgia, de Mircea Cartarescu, La suerte de Omensetter, de William H. Gass, Glanbeigh, de Colin Barrett…, por citar algunos leídos no hace tanto. No reniego de mi época de obsesión por Ernesto Sabato, por ejemplo…, aunque igual sí de la de Jack Kerouac, pese a que reconozco que fue el autor que me introdujo en la narrativa «adulta». Y respondiendo a esta pregunta me doy cuenta de lo poco que en realidad he leído, oye. Hay que arreglar esto.

Nico: Además, tenemos la inmensa suerte de haber podido editar algunos de ellos, como Norteamericanas ilustres, Nevada, Eisejuaz o Reemplazo, libros trascendentales, que proponen las condiciones de posibilidad de una literatura futura, que abren caminos en la disciplina.

Guille: Y Edén, no nos olvidemos de Edén

No desentona, a mi parecer, vuestras lecturas con los libros que publicáis en Malas Tierras. Entonces, me pregunto, ¿creéis en los lectores ideales o es simplemente una fantasía editorial más?

Nico: Nunca hemos pensado mucho en el lector ideal, nuestro catálogo sería muy diferente si lo hiciéramos. Con libros como los nuestros no es tan fácil ceñirnos a esa idea, pero aun así creemos que tenemos ciertas personas en España y en Latinoamérica que siguen nuestros libros, que al menos levantan las orejas cada vez que sale un Malas Tierras. Un lector desacomplejado, que sospecha de los lugares comunes en la literatura.

Guille: Yo sí creo que hay lectores ideales, pero también sé que de ellos no viviremos. Supongo que, si la literatura que publicamos fuera esa con la que el mercado editorial se frota las manos, no habríamos llegado a ella. Y no lo digo por inaccesible, que también, sino porque a lo que aspiramos es a que nuestro proyecto no solo forme parte de esa llamada industria cultural, sino a que de verdad produzca, o difunda, más bien, cultura. Y cuando ves esto desde fuera, cuando ves editoriales que te gustan, que publican cosas golosas, dices: yo quiero hacer esto, mira, esta gente se gana la vida así. Luego, cuando estás dentro y ves lo que vende un libro como, por ejemplo, Reemplazo o Grandes esperanzas (el de Acker, no el de Dickens) te das cuenta de que sí, hay cincuenta y tres lectores (ideales), pero tenemos a los otros mil que necesitamos en La Casa del Libro… comprando otra cosa. Y aquí reafirmo lo que dice Nico, pero lo digo de otra forma: hay un lector ideal: alguien como nosotros; pero como editores, precisamente, tenemos que intentar ver esto con una perspectiva más amplia. Dicho esto, hay libros y libros, y poco a poco vamos aprendiendo cuál va a llegar a un público mayor —en número— y cuál no. Y, ahí, tenemos que intentar encontrar un equilibrio, mantener una identidad y llegar a todo el público posible. Para terminar con esto, una de las cosas que más nos enorgullecen es haber conseguido que títulos que a priori no tienen relación y que posiblemente en otros países tienen un público objetivo muy diferente aquí atrae a lectores por el hecho de que los publique Malas Tierras.

A propósito de todo esto, ¿qué nos podéis contar de vuestra relación con Terrence Malick?

Nico: Lo más difícil hasta ahora fue ponerle el nombre a la editorial. Los dos somos defensores del cine de Malick, incluso de sus últimos y controvertidos proyectos. Nos parecía que el título contenía un territorio físico pero también mental que tenía mucho que ver con lo queríamos para nuestro futuro catálogo, siempre en la periferia del canon.

Guille: Bueno, siempre decimos que lo más difícil fue lo del nombre, pero pasa el tiempo y ya quisiera que todas las dificultades con las que nos encontramos fueran esas. Bien, tanto a Nico como a mí nos gusta mucho el cine; yo, por ejemplo, he consumido desde pequeño más cine que literatura, aunque haga tiempo que eso ha cambiado, y en Malick encontrábamos una forma de entender el arte que suscribimos: estética, identidad y, si me apuras, un empeño por llevar al límite una forma muy particular de entender el mundo a través, en este caso, del cine. Un tipo que desapareció treinta años del foco, que se ha dedicado a lo que ha querido… Y, claro, también nos atrae mucho ese escenario en el que desarrolló Malas tierras, que luego se ha convertido en un lugar que en literatura nos hace disfrutar muchísimo. Como, y hablo por mí ahora, me hace disfrutar el cine de Paolo Sorrentino (no rehúyo la oportunidad de mencionarlo).

Sin duda, coincido con vuestro análisis de Malick como un cineasta principalmente estético y que articula sus películas partiendo de un esquema artístico. Pero, si ahondamos en el oficio de editar libros, un oficio artesanal y laborioso cuando pasas a la acción, y abrimos la puerta a cuestiones bastante peliagudas, ¿qué entendéis en realidad por literatura?

Nico: A mi me gusta la forma en que Foucault entiende la literatura: un uso del lenguaje, que surge en un momento muy puntal del siglo xix, en el que la lengua se pliega sobre la propia lengua, se convierte en su propio objeto. Creo que podría definir muy bien los libros que publicamos.

Guille: La eterna pregunta. Recuerdo que en la primera clase de un máster que hice el profesor preguntó eso y dedicamos las dos horas a debatir sobre el asunto. Obviamente no se dijeron más que chorradas, la principal: literatura eres tú. Me di cuenta de que no pintaba nada allí. La cuestión es ¿quién decide lo que es literatura? ¿Existen unas características que digan si algo es literatura o no? Supongo que cualquier cosa escrita con una intención literaria es susceptible de considerarse literatura. No sé si de verdad existe eso de la literaturidad, imagino que ahí podríamos hacer una buena criba. Creo que hay literatura buena y literatura mala, y todo lo que puede haber entremedias. ¿Y quién decide lo que es buena o mala literatura? Ah…, supongo que ahí entra el canon, y todo esto forma parte de un mundo del que estoy muy alejado, la academia… Lo que pasa es que no es lo mismo el mercado editorial que la literatura: aquí entran en juego factores que poco tienen que ver con la…, sí, con la literatura. No te sorprende que no hayamos contestado a tu pregunta, ¿no?

Para nada. Lo interesante, en todo caso, es comprobar cómo, sin entrar al asunto desde una perspectiva plomiza, mostráis una versatilidad intelectual que se deja sentir en vuestros libros. Como intuía, Malas Tierras sois «dos cabezas» con intereses y visiones particulares de las cosas y, por la charla que tuvimos en su día, imagino que las diferencias estarán a la orden del día, ¿cómo se traducen esas continuas conversaciones en los libros?

Nico: Aunque partamos de una definición como la anterior al final cada uno de nosotros tiene sus intereses y sus obsesiones, algunos compartidos y otros no. Pero lo consensuamos todo, no hay un solo libro de Malas Tierras que no podamos defender.

Guille: Es verdad que hay libros en los que los dos lo tenemos clarísimo, y otros que pueden ser más una apuesta de uno que de otro. Pero aquí no hay problema: si un libro funciona bien, el que no apostaba tanto bajará la cabeza y dirá: tenías razón; si, por el contrario, no funciona, no habrá reproches; es más, es posible que quien no apostaba tanto aliente al otro a contratar otro libro del mismo autor.

Nico: Lo que está claro es que los libros venden una tercera parte —en el mejor de los casos, a veces puede ser una décima— de lo que tú esperabas que vendieran. Si el único baremo que tienes es el económico, solo puedes acabar decepcionado con todos los proyectos. Creo —y hablo en nombre de los dos— que algunos de los libros que peor han funcionado son los que más nos enorgullecen como editores.

Entonces, y raíz de esta última frase, ¿cuál es el objetivo último (si lo hay) de Malas Tierras?

Nico: Que las obras lleguen a sus lectores, que podamos vivir de ello.

Guille: Bueno, yo siempre digo que este es un proyecto vital. La idea es que dure mucho, se asiente, crezca, que los lectores nos conozcan, que acudan a nuestros libros con confianza. Y, si pudiéramos vivir de esto más pronto que tarde, no estaría mal.

En otro orden de cosas, Underwood, Sajalín o Dirty Works, por citar unas pocas, son editoriales que encuentro «hermanadas» con Malas Tierras, ¿qué relación mantenéis, no solo a nivel profesional sino emocional, con ellas?

Guille: Con Underwood, es decir, con Fernando Peña, hay una hermandad accidental que surge a partir de un malentendido con la gente que llevaba los derechos de Berg, de Ann Quin, y que al final nos llevó a coeditar la obra y, como quien no quiere la cosa, a coeditar otra (Vacas, de Ronald Sukenick) y otra más ahora (Tres, de Ann Quin, de nuevo). Todos estos libros tienen mucho trabajo detrás y, como pasa a veces cuando compartes mucho tiempo con alguien, también en el trabajo, la llama del amor prende. Dirty Works y Sajalín llevaban ya un tiempo en marcha cuando empezamos y para nosotros eran y son referentes: Sajalín porque consideramos que fue pionera al apostar por un tipo de literatura marginal en una época en la que no había tantos caminos abiertos y Dirty porque han sido capaces de crear una comunidad de fieles que no sabía que pudiera atraer una editorial.

Nico: Es un oficio obsesivo y solitario. Que haya personas cercanas que entiendan nuestro trabajo nos ayuda a estar un poco menos solos.

Un aspecto fundamental de vuestros libros, o al menos así lo siento yo, es el cuidado en la edición. Adoro las fotografías que elegís para las cubiertas. Simplemente, las adoro. Muchas veces me dedico a colocarlas por casa de manera que la luz o el ambiente juega con ellas, ¿qué importancia tienen para vosotros?

Nico: Siempre intentamos evitar los recursos visuales habituales en el diseño de narrativa. Nos interesaba mucho más hacer algo cercano a la edición de fanzines y fotolibros, que son libros que entienden el potencial que puede tener la relación entre el aspecto material del libro y la obra. Siempre tuvimos claro que los libros exigentes podían ser rentables y si el diseño está a la altura del texto hay muchas más posibilidades de lograrlo.

Guille: La elección de la foto es una parte importante del proceso. A veces no es nada sencillo, tardamos bastante en dar con algo que nos convenza, otras veces aparece como por arte magia. Nos ponemos a buscar fotos, cada uno por nuestra cuenta, y luego las ponemos en común: en alguna ocasión hasta hemos coincidido sin hablarlo previamente. Cuando pensamos en el diseño, es verdad que miramos mucho fotolibro, es una estética que a nosotros nos convence, hasta el punto de que yo he llegado a comprar libros que ni sé de qué iban porque me ha gustado el diseño, la impresión, la encuadernación: creemos que sí que son cosas que se valoran; hay gente que nos habla del papel que usamos, por ejemplo, y eso es casi tan satisfactorio como que nos hablen del texto, porque hay una intención por nuestra parte ahí de ofrecer un producto de calidad.

Nico: Sí, como dice Guille, a veces pasan meses hasta que encontramos la foto para el libro. Me acuerdo del caso de Sara Gallardo. Ya estábamos perdiendo la cabeza. Pero encontramos las fotos de Juanita Escobar y estuvimos seguros de que las cubiertas tenían que ser de ella, había muchas líneas comunes en ambas propuestas. Queremos que la imagen dialogue con la obra literaria y la amplifique.

Desde luego, las fotografías elegidas para las novelas de Sara Gallardo son espectaculares. Aunque mi favorita es la de Tor Ulven donde unos pájaros sobrevuelan las palabras del título. Entonces, cuando estáis editando un libro, no pensemos en ningún en concreto, ¿qué respuesta queréis conseguir?

Nico: Retomando una de las preguntas anteriores, en el mejor de los casos, nos gustaría influir en la forma en que los lectores y los escritores se relacionan con los libros. Nuestro catálogo pone en cuestión una serie de prejuicios, de lugares comunes que se le han impuesto a la novela en las últimas décadas.

Guille: Cada libro tiene un objetivo, no podemos pretender lo mismo publicando Edén, Edén, Edén que publicando Nevada o Dog Soldiers, por ejemplo. Pero, bien, lo que pretendemos es generar debate, que no sean libros que uno lee y olvida en cuanto los cierra, que inviten, como dice Nico, a la reflexión. Puede parecer un poco pretencioso todo esto, pero es que es lo que buscamos en la literatura, es lo que buscamos cuando leemos un libro, y como editores tenemos la suerte de poder brindar a la gente esas posibilidades.

Nico: Puede sonar pretencioso, sí, pero los dos confiamos mucho en el poder de los libros, todavía…

Ligado a esta idea tan sugerente del poder de los libros, la estética, aunque ya hemos hablado de ella, me parece una de las claves en vuestro intenso proyecto editorial. Una estética a veces agría y durísima, como en el libro experimental de Tor Ulven o en ese largo y crudo poema de Pierre Guyotat, donde existe una belleza sui géneris que debes buscar en un camino solitario y sin brújula. En otras palabras, ¿cómo se editan y trabajan textos como estos?

Guille: Sobre la estética, eso también hila con el asunto Malick, que es un director eminentemente estético, algo que muchos han considerado una debilidad, pero que para nosotros es todo lo contrario. Es que yo no entiendo una obra de arte que no sea estética…, o sea, hay películas y libros que ponen el foco en otros aspectos, pero a mí, la verdad, no me interesan demasiado. En el caso de la literatura, el conducto —llamémoslo así— estético es el lenguaje, eso está claro. El problema que nos encontramos con ciertos libros (Edén o Reemplazo, por continuar con los ejemplos que pones) es que no están escritos en nuestra lengua, e inevitablemente se va a perder algo. Por suerte hay grandísimos escritores en lengua castellana a los que podemos leer de la forma más pura, pero uno de nuestros grandes desafíos es traer al castellano obras que consideramos imprescindibles, y muchas veces esto es un problema, porque las consideramos imprescindibles precisamente por la forma en que están escritas. Como te podrás imaginar, trabajar estos textos es muy complicado, a veces agotador. Y eso que no somos nosotros los traductores, a quienes desde aquí nos rendimos: Ce Santiago (nuestro traductor casi en plantilla), Rubén Martín Giráldez (traductor de libros imposibles), Bente Teigen Gundersen y Mónica Sainz Serrano (que se animaron a traducir a Ulven). Nosotros hacemos un trabajo muy minucioso de revisión de textos con los traductores; de hecho, a aquellos con los que no he trabajado nunca, suelo avisarles antes de empezar: ojo, que soy muy pesado. Y al final el resultado, creo yo, siempre es muy satisfactorio: metemos muchas horas de trabajo porque queremos que el texto quede lo mejor posible, aceptando que es imposible alcanzar la perfección.

Nico: Cuando contratamos un libro, antes incluso de recibir la traducción, intentamos introducirnos en la tradición de la que forma parte. Si volvemos al ejemplo de Tor Ulven, leímos a Fosse, Solstad o Askildsen, con la intención de captar las particularidades de esa literatura, empaparnos de ella, aunque sea inconscientemente. Luego, cuando los traductores nos mandan la primera versión, Guille hace una revisión de la traducción y su corrección particular, que engloba ortotipografía y estilo. Después me pasa el texto y a mí, que le hago otra lectura. Y así nos vamos rebotando el libro hasta volvernos completamente locos en la última semana, en la que podemos hacer una o dos revisiones más antes de mandar el documento a imprenta.

Por lo tanto, ¿es más importante el contenido o el estilo?

Nico: Son indisociables. Es decir, nos parece que en la propuesta de estilo ya hay un componente ético y estético que va a determinar la aproximación del autor y la obra al tema en cuestión.

Guille: Claro, es que al final la forma hace el contenido. Me parece imposible concebir un texto de contenido brillante cuya forma no te diga nada. Sí, hay libros que puedo disfrutar porque tienen un ritmo tremendo y que no estén llenos de virguerías lingüísticas, pero es que eso también es forma: ser capaz de dotar a un texto del ritmo necesario es forma. Pienso, por ejemplo, en El poder del perro, de Don Winslow.

Y me atrevería a decir, tras años de lectura caótica y pocas veces concienzuda, que lo único que recuerdas de un libro es su estilo y no tanto el argumento. Entonces, ¿por qué editar libros cuya lectura es siempre un «ejercicio de salto al vacío», si me permitís la expresión?

Nico: Como editores y como primeros lectores de la obra, cada libro supone para nosotros un aprendizaje. Cada uno es diferente al anterior, pertenece a una tradición, a un territorio, dialoga con otras obras que lo enmarcan y a la vez cuenta con unas particularidades que lo hacen único. Cada proceso nos obliga a sumergirnos en literaturas nacionales en las que muchas veces somos neófitos, como la noruega o la surcoreana.

Guille: La literatura puede entenderse como muchas cosas, y para nosotros no se entiende si no es como un reto. Somos conscientes de la dificultad de vender ciertos libros, de ahí el equilibrio del que hablaba antes. Es cierto que hay libros más arriesgados que otros dentro de nuestro catálogo, pero no es el riesgo lo que nos interesa de ellos, sino lo que proponen. Nos dolería tener que renunciar a publicar obras porque carecen de salida comercial, así que encontramos que la forma de seguir haciéndolo sin pegarnos un tiro en el pie es hacerlo con mesura, pensándolo bien, sabiendo a lo que nos arriesgamos, pero también lo que ganamos como editorial, como proyecto. La ambición es que muchos de los libros que publicamos no se olviden, que dentro de veinte, treinta años se hable de ellos, no buscamos publicar obras caducas.

A modo de repaso de lo vivido hasta el momento, ¿cuáles son vuestras creencias literarias una vez superado el umbral de los primeros años como editorial?

Guille: Bueno, es cierto que después de tres años ya podemos hacer un balance y saber que hay cosas que es muy complicado hacer. Cuando empiezas crees que si haces las cosas bien conseguirás dar salida a casi cualquier proyecto, pero la realidad es que hay muchos aspectos que escapan a nuestro control. Las creencias son las mismas, las que hemos ido enumerando a lo largo de la entrevista, pero la ingenuidad no. Ahora vemos las cosas con una perspectiva más realista, pero, como decía hace un momento, sin renunciar a lo que queremos. Nos aferramos, todavía, a un eppur si muove literario.

Tener la oportunidad de comentar algunos párrafos con los propios editores, en una suerte de grandes éxitos para despertar el interés y acercarnos sutilmente a la profundidad de unos textos en suma brillantísimos, no puedo dejarla pasar, y aunque he tenido que seleccionar y no ha sido fácil, creo que merece la pena. Aquí van:

1. La verdad, pensó Converse, lo sé todo sobre el tema. Apretó su dedo pulgar contra la pared y retiró una partícula seca de esqueleto de reptil de su fría superficie. Era un error adoptar una visión demasiado amplia cuando se trataba de reparos morales. Y un error insistir en los reparos morales cuando estos quedaban anulados. Si uno recibía fundamentos sólidos en la juventud, tenía bien enfocado el objeto de cariño y había adquirido correctos hábitos higiénicos, todo eso se convertía en una segunda naturaleza.

(Stone, Robert, Dog Soldiers, Malas Tierras, p. 74)

Un tema central de la obra, sobre todo de la parte vietnamita, cuando Converse todavía se plantea este tipo de cuestiones. Ya en Estados Unidos es otro asunto: ahí todo se va de madre y no hay tiempo para detenerse en cuestiones superfluas. Ya sabes que en Dog Soldiers lo que se retrata es la otra cara del Sueño Americano, la no-tan-alegre, y Converse, el protagonista —al menos en esa primera parte que se desarrolla en Vietnam— es casi su personificación. El tipo, que llega a Saigón casi huyendo de Estados Unidos (parece que es un imán para los problemas) para documentarse y escribir una serie de artículos periodísticos, se topa con la realidad de la guerra en primer plano. Y no es que en Estados Unidos desconocieran lo que una guerra trae consigo, pero, como se sabe, esta fue la guerra que abrió los ojos a toda esta gente tan poco interesada en cualquier cosa que ocurra más allá de sus fronteras, y Converse está ahí para contarlo. Así que ¿qué problema hay en traerte unos kilos de heroína para hacer un dinero en tu país?, parece decirse. Bueno, todos necesitamos justificar nuestros actos, y Converse también.

2. Kramer dejó de aullar y dijo:

—Mañana limpio.

Su comentario hizo que me volviera hacia la sala de estar, tras su voz y su mirada. Había una mujer sobre la alfombra naranja, cerca del armario abierto, entre las fotos de Kramer, sus cientos de mujeres. Todos dejamos de aullar. Nos miró uno por uno, luego los escombros, siguiendo hileras de cuchillos a través de lagos de vino, en busca de un motivo entre tanto indicio, y luego dijo: «Ahora», como si fuese eso lo que había dicho Kramer. Entonces él lo repitió:

—Ahora.

(Michaels, Leonard, El club, Malas Tierras, p. 151)

Esta irrupción de la mujer de Kramer es —dentro de un libro con múltiples relatos insertos, como si de una compilación se tratase— el clímax, ¿no? Es decir, los tipos no dejan de liarla, cada vez van perdiendo más consciencia de todo, y entonces —menos mal— aparece la mujer de la casa, como si, más que la mujer de uno de ellos, fuera la madre que llega para abroncar a los chicos que se han quedado solos y que no han sabido comportarse. No sé, nos parece increíble que en su momento hubiera voces que tacharan este libro de machista, porque para nosotros es una sátira en toda regla. No es un libro feminista, no podemos confundirlo, es evidente que no lo es, y tampoco es una crítica. Lo decía Michaels, que él solo quería reflejar cómo eran de verdad ciertos hombres —y decía «ciertos»—, y lo clavó. Y, ojo, no sé si Michaels sintió que no había sido lo suficientemente contundente, porque en la edición que se publica unos años después añade un prólogo metaficcional de uno de sus personajes en el que ya no puede haber lugar a dudas: aquí los hombres son patéticos y ridículos, del primero al último, y lo peor de todo es que no lo saben. Y, en oposición, las mujeres, cuya presencia sobrevuela todo el libro a pesar de que en la reunión no hay ninguna.

3. Y así fue como llegamos a las excavaciones, sin blanca y sin equipamiento alguno. Nuestra primera parada fue en la tienda de suministros de Angel’s Camp, que por entonces era una cabaña de tablones ensamblados a lo bruto con barro. Allí, no nos quedó más opción que venderle nuestra mula al dueño de la tienda, un sueco que se negó a darnos un precio justo porque, según dijo, era una mula de Arkansas y no una de raza mexicana, más recia.

(Watkins, Claire Vaye, Nevada, Malas Tierras, p.186)

Tremenda Watkins, porque mantiene el nivel en todos los relatos, y eso es extrañísimo en una colección y, sobre todo, en una escritora tan joven, que tenía veintiocho años cuando se publicó. Y, además, alternando de esta manera voces y tiempos narrativos tan diferentes y complejos. Este fragmento es del relato «Las excavaciones», el más largo del libro, es casi una novela corta sobre la Fiebre del Oro que llevó a tantos hombres a California en 1849. Todo el libro es un cuadro del Oeste americano y, como en el primer relato, «Fantasmas, cowboys», donde te cuenta una historia del estado de Nevada que alterna con la del personaje principal, aquí elige un momento importante de la historia del Oeste para retratar qué motivaba a estas gentes a moverse para allá y las consecuencias que tuvo en muchos. Es que lo alucinante de Watkins, como decía, es cómo es capaz de adoptar tantas voces narrativas, y de hacerlo de una manera casi perfecta, algo que se evidencia más al mostrarlas en un solo volumen. En los últimos años hemos leído varios libros de relatos brillantes —Knockemstiff, de Donald Ray Pollock; Glanbeigh, de Colin Barrett; Desguace americano, de Bonnie Jo Campbell, por ejemplo—, pero en ninguno hemos encontrado esa versatilidad.

4. ¿No es un poco tarde para hablar de eso?, pero ella ni siquiera lo ha oído, solo continúa Tienes que quererme porque si no no tiene sentido creo que todos en realidad deambularían por ahí pidiendo a gritos que alguien los quisiera si se atreviesen a hacerlo casi como cuando te has perdido en el bosque y de repente te das cuenta y te entra miedo de verdad entonces gritas para que alguien te escuche pero no no quiero decir que valga para cualquier aunque…

(Ulven, Tor, Reemplazo, Malas Tierras, p.105)

Nos da mucha pena que el libro de Ulven no haya tenido la visibilidad que creemos que merece. Durante el proceso de edición no dejábamos de mandarnos mensajes hablando de lo bueno que es, un autor tremendamente representativo de lo que es la editorial, con una escritura hiperreflexiva, en la que podemos encontrar varios registros: prima uno culto, literario, filosófico, pero también se arranca con el oral, como en este fragmento, donde al final está reproduciendo de una forma verosímil el habla, el tono que alguien emplea en conversaciones como esta. Animamos a cualquiera que lea esta entrevista a acercarse a Ulven, porque para nosotros es un grande de la literatura europea, con muy poca obra en prosa además —esta fue su única novela, si podemos considerarla novela—. Sin él no habría Knausgård, no habría Sæterbakken. Y también recomiendo la película Reprise, de Joachim Trier, un acercamiento a su figura y también a lo que supone ser un escritor joven que busca que lo publiquen.

Por último, llevo años y años buscando y soñando con nuevas ediciones de Nathanael West, James Purdy o Jane Bowles, y que podrían ser fácilmente calificados como «malastierranos», ¿qué sabéis de ellos?, ¿conocéis su obra?, ¿los imagináis en vuestro catálogo?

Nico: Alguno de esos nombres ha salido en nuestras reuniones semanales, veremos…

Guille: Veremos, veremos. Tenemos muchos nombres en la lista de la compra y, como nos movemos por impulsos, puede ser que algo de esto caiga.


Esta entrevista no habría sido posible sin la estimable colaboración de José “Pepe” González Asencio, cuya amistad y cariño hicieron posible que dos desconocidos, pero locos de literatura y cine, pudieran encontrarse en una tarde calurosa de Madrid. Que sirvan estas breves líneas como agradecimiento.

«A veces uno es consciente de cuándo están sucediéndose los grandes momentos de su vida y a veces los descubre mirando al pasado. Tal vez suceda lo mismo con las personas»

James Salter

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