El otro día tenía cita en el dentista para una revisión y una limpieza bucal. Era la visita rutinaria que se me suele alargar más de la cuenta. Me sorprendió el procedimiento utilizado en esta clínica: debía recorrer varias consultas en las que apenas estaba unos minutos. Sin duda era una clínica dental que había llevado las autonomías a su máximo término, estaba completamente descentralizada. En la primera sala me dijeron que ya me habían salido tres muelas del juicio y que mejor hacíamos una radiografía para que ver qué pasaba con la cuarta.
Me dirigí a una planta inferior en la que un doctor me pidió que mordiera un saliente con un plástico mientras una máquina giraba alrededor de mi cabeza. A los pocos segundos me dijo que ya valía, y que el plástico lo podía tirar a la basura. Había subido y bajado ya varias escaleras y seguía sin saberse nada de la limpieza de mi boca, que era mi único objetivo. Mientras preguntaba en el mostrador qué pantalla del videojuego tocaba pasarse ahora, la doctora de la primera sala se me acercó y me espetó: “Buenas noticias. Según la radiografía la cuarta muela del juicio ni está ni se le espera. No existe”.
Yo me quedé impactado. ¿Cómo que no existe? Después, cuando leí que era habitual que unas muelas salieran y otras no, me tranquilicé. Pero al principio pensé que era un adelantado a mi tiempo y que ese tipo de poderes me creaban una disyuntiva: usarlos para el bien, o para el mal.
Por un lado (supongo que el más racional) me alegra no tener esa cuarta muela. ¿Quién sabe? Quizás en ese lado de mi boca no había espacio suficiente y de haber existido me habría hecho sufrir e incluso cabía la posibilidad de que hubiera sido necesaria una intervención. Tan evidente es que no tengo ninguna intención de sentir dolor por culpa de una muela condenada a la extinción (parece que la tendencia a que no nos salgan tiene que ver con la evolución humana, con que ya no comemos cosas que necesitan tanta mandíbula) como lo es que no me gusta rechazar nada, a priori, por si me hace sentir dolor más adelante.
Lo que no tengo tan claro es que, por norma, sea tan tolerante al dolor. Cuando a mi alrededor se habla de la posibilidad de que alguien se haga un piercing o un pendiente en una zona delicada del cuerpo, yo siempre pienso: “Qué necesidad”. Supongo que es un dolor que no me compensa, sobre todo, porque sé que está más o menos asegurado. Mi tolerancia tiene más que ver con la probabilidad, con el azar, con el no tener claro qué viene a continuación. Bueno, y con que no me seduce perforarme, para qué engañarnos.
Admito que me he quedado un poco huérfano. No paro de preguntármelo: ¿Y dónde está mi muela? No tengo ni idea, pero supongo que está en ese lado de la realidad en el que están las cosas que no pasan o que ya no van a pasar. No es exactamente el lugar de lo muerto, porque ahí llegarían las cosas que ya han sido pero dejaron de ser. Tiene que ver con lo “no nacido”. Yo me refiero al lugar de los amores no correspondidos, de las frases no dichas a tiempo, de las frustraciones y de los malos entendidos. De los besos no dados.
Quiero pensar que una simple muela es allí más o menos feliz, al lado de tanta intensidad. Seguramente las muelas del juicio que nunca terminan por aparecer en nuestras bocas son el proletariado del mundo de lo No Nacido: fontaneras, albañiles, informáticas, electricistas, chapistas, camareros, limpiadoras. Currantes, vamos. Deben mirar con ternura a los besos no dados, tan propios a la exageración y la pomposidad.
Quizás, es muy probable, mi vida no habría sido nada distinta con una cuarta muela. De hecho, lo raro sería lo contrario. Es más, en mi caso las otras tres muelas no me han dado ningún problema. Por tanto, esta cuarta habría salido casi seguro sin incidentes. Pero a mí no me interesa nada de eso. A mí lo que me mueve es lo contrario, lo que me pregunto es qué vida se habría encontrado la muela conmigo. Qué podría ver desde su escondida posición.
Es lógico que me lo pregunte porque si tuviera una respuesta para la muela, tendría una respuesta para mí mismo. Pero no la tengo. No sabría qué contarle a esta muela. Desde la visita al dentista ando como si me faltara un brazo o si me hubieran amputado una pierna, así que he tomado una determinación: he pensado que es mejor fingir que sí tengo la cuarta muela o que tengo una muela ficticia.
Habrá de todo: personas con una muela, con dos, con tres, con las cuatro y también los habrá sin ninguna. Pero seguro que no hay nadie con tres muelas del juicio reales y una ficticia. ¿Y, por qué? Estamos rodeados de personas que hacen y deshacen ficciones con el único objetivo de estar menos solos en el mundo. Inventamos realidades continuamente para poder seguir, al menos, un ratito más. Nos conformamos, agachamos la cabeza, a veces. ¿Por qué no me puedo yo inventar una muela si se inventan sonrisas para aguantar a los jefes? ¿Por qué no me puedo inventar una muela si la gente se inventa el amor a diario para pasar menos frío? Los hay que creen en Dios, o en Marx, o en el IBEX. Abrimos novelas y aceptamos un código entre el escritor y el lector. Nos metemos en el cine, se apaga la luz, y lo que se proyecta es nuestra realidad. Una muela, ficticia o no, es algo mucho más de estar por casa. ¿Por qué no me puedo, entonces, inventar una muela?
Pues porque una muela no sirve para nada. Ya. Bueno, pero yo prefiero gastar mi dosis de ficción en algo que no deje heridos ni daños insalvables. En un contexto en el que el voto de Teruel Existe es clave, no sé por qué yo no podría montar un partido que se llamara “Mi muela existe”. Si se va a romper España (otra ficción inventada, otro sentido figurado), al menos, que sea con un poquito de gracia.
(Alicante, 1994), es productor y guionista de ‘Un tema Al Día’ en elDiario.es. Periodista, se especializó en audio en el Máster de RNE por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en ‘No es un día cualquiera’ o ‘De pe a pa’ de Radio Nacional de España y en la productora Osmos Global. Escribe relatos y artículos en Poscultura.