Ad álgea: Música del cisne de plumas

“Todo depende de las palabras iniciales y de la capacidad para escuchar”

Josep María Esquirol

Hay algo en Ramón Andrés —en su escritura, quiero decir— que lo asemeja a su objeto de estudio. No diré que es inefable, aunque el adjetivo me serviría para trazar puentes con otro filósofo al que va inexorablemente unido en mi pequeño mundo literario, pero tiene algo que lo aproxima a lo intangible. Y basta de prefijos que niegan. Ad álgea es todo lo contrario.

La música es nostalgia porque está antes que nosotros. Martí Duran (uno de los mejores intérpretes de cuerda pulsada que tenemos a este lado de nuestras fronteras) construye esta certeza y Ramón Andrés la convierte en palabras de forma mucho más precisa de lo que yo soy capaz. Pero sobre ella se nos permite ese viaje al barroco y la amable sensación ficticia de breve permanencia en un pasado que no conoceremos. Aquí el dolor se encuentra al regresar al mundo que habitamos fuera del marco de la música y el pensamiento.

Lo que se afirma en este viaje musical es una declaración de amor al proceso que corre parejo a toda exploración artística. A veces es sutil (“transcribir, en música, a menudo significa evocar”); casi siempre se trata de jugar con la tensión entre aquello a lo que se aspira (a lo que se tiende) y la precipitación al vacío, a la nada. Y en ese cruce de caminos reposa esta forma nueva de escuchar a viejos compañeros: Purcell, Händel, de Visée.

Mencionaba, más arriba, del pensador al que vincular el carácter inefable de la escritura que encuentro en Ad álgea. Para mí es imposible hablar del uno sin el otro, porque la propuesta filosófica de Josep María Esquirol (era él, claro) parece surgir del mismo punto que la construcción intelectual a la que tiende Andrés. Y en ambos casos es relativamente sencillo ir a parar a ese rincón en el que la música se entrelaza con ambas a partir de elementos familiares: la proximidad, el recogimiento, el nosotros, la resistencia.

Tiene un poso de tristeza escuchar ahora unas piezas que llaman con tanta vehemencia a la comunión con el otro. Te arroja a las afueras, ese lugar que tal vez nunca se llega a abandonar del todo. Pero la resonancia acompaña, aligera el peso del camino, endereza. Y desde el siglo XVII nos podemos asomar al I ANE, a las narraciones del V ANE, al XVIII. Al mito y al lamento trágico, universal y eterno. Grave y contenido.

Esquirol sugiere: “darse es servir a los otros de alimento, de compañía, de ternura o de cobijo”. En Ad álgea encontramos durante 50 minutos esa entrega. Ramón Andrés ofrece la mejor explicación posible a la génesis de la obra y a los referentes de lo que se escucha. De las cuerdas de Josep María Martí Duran no se puede decir nada que le vaya a hacer justicia. Respirar con él es regresar a un refugio conocido. Y yo solo puedo insistir humildemente, una vez más, en que se escuche y lea esta obra de arte que la pequeña editorial Temporal ha trabajado con tanta delicadeza y aprecio.

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