“El mar y el cielo que parecían la misma cosa, la misma masa gris y espesa de siempre”
Ya es verano. Odio el verano. El verano es una fiesta de fin de curso envuelta con papelito de fiestita de cumpleaños sin munchitos, risketos, sangüi, suspiritos, sevená ni juguito de piña. Son tres meses en los que la panza de burro frustra cada uno de los intentos de bajar a la playa porque no hace día de playa. Odio la playa. Odio caminar hasta el límite de la ciudad para compartir espacio y tiempo con miles de personas más. Lo odio desde que no me arrastra mi abuela con sus amigas. Porque todos se creen que aquí siempre es verano, pero nunca parece verano. Mis padres siempre han trabajado y pocas veces hemos salido del barrio para irnos de vacaciones. Ir a la playa es un privilegio de clase.
Panza de burro (Editorial Barrett) es Andrea. Leerlo es escucharla mientras recita lo que escribe en voz alta como un audiolibro. Escribe las cosas tal y como las dice de forma totalmente intencionada para generar imágenes muy nítidas en la cabeza de quien lee. A veces, tenemos que escribir las cosas de la misma forma que las decimos y decirlas de la que sabemos para hacernos entender. Ahí está su voz literaria también. La que reconoces cuando te dice que vayamos a comer papitas bravas al bar y te explica todas las referencias del disco de Cruz Cafuné. Con un dialecto dentro del dialecto, como su barrio dentro del pueblo, dentro de la panza de burro, dentro del Norte, dentro de la isla. No tiene que adaptar sus expresiones a quienes no nacieron allí. Sería adaptar su vida a la nuestra y eso jamás tendría que pasar. La guagua es la guagua y el bus es el bus.
“No éramos como las otras niñas que vivían en el centro del pueblo, nosotras vivíamos en medio del monte”
Los barrios son más importantes que las ciudades y los países. No hay identidad más realista que la de barrio. Todos nos hemos criado en ellos, hasta los pijos de la playa y el centro. Unos como lilas con el sol calentándoles las mejillas y otros como turmas debajo de la pinocha. Esa es la única y gran diferencia. Unos vecinos con la misma vajilla que regaló el banco, otros estrenando una todos los años. Nuestras familias limpiaban la mierda y servían la comida a los guiris jediondos, las suyas comían en la mesa de al lado convirtiéndose en guiris jediondos.
Mientras esperamos a que llegue septiembre y pongan los papelitos de colores las nubes tiñen el cielo y el mar de gris para que sean lo mismo. Y vamos al ciber, vemos Pasión de Gavilanes (aunque el verano que la emitieron me quedé sin amigos por no querer verla), llenamos de frases nuestra LiBrEeeTa De LasSsS KaNcIoOoNeS y Aventura se mezcla con Pepe Benavente como se mezclan las niñas que saben hablar con las abuelas y las abuelas que necesitan compañía.
“Los trataban como les hubiese gustado tratar a los maridos, que se pasaban el día en el bar de Antonio bebiendo vino y jugando a la baraja”
Panza de burro se mueve al ritmo de “un barrio vertical sobre un monte vertical cubierto de nubes bajas”. Las casas viejas a medio pintar, la montaña de muchas casas construidas sobre una sola, las modernas, las que tienen número y las que no. Ahora mi barrio me recuerda al suyo y me reconozco en los paseos entre bemetas descapotados y el che de mis vecinos se convierte en el chos de los suyos.
Es un libro que habla de descubrir cosas y en el que se descubren. Con la calma de un baifito arrastrándose por un monte de helechos. Desde la infancia hasta el momento en el que los niños jediondos (que son todos) te obligan a no ser niña. Y las amigas te enseñan cosas buenas aunque también te hacen cosas malas. Pero son tus amigas y te quieren y son mucho más que amigas. Quieres comerte a las amigas y tu vida antes y después de ellas, cuando no existían, no era lo mismo. Hasta que te das cuenta de que no todo el cielo es mar y hay una línea casi imperceptible que los diferencia. Pero la tristeza de las nubes y se refleja en el mar. Y, shit, aparece el sol rajando las piedras como raja el aire una cadenita de la Virgen de Candelaria.
“Los niños me daban asco pero creía que tenía que enamorarme de ellos”
Todas las reseñas de Panza de burro deberían de ceñirse a repetir el “He pensado que podría expresarse a través de un grito en una playa. Y nada más” de Sabina Urraca en el prólogo. No tenemos derecho a decir ni una sola palabra sobre Abreu, Isora, Doña Carmen, abuela, papá, mamá, Juanita, Chuchi, Chela, Eufracia, tío Ovi y el barrio del Norte. Tendríamos que leer y callar. Hablar sin puntos ni comas ni párrafos mientras miramos al gigante que puede pegarnos fuego si quiere y pensamos en la época en la que la nostalgia empezó a formar parte de nuestras vidas.
“Una lengua como nieve encima del vulcán dormido”
Escritor, periodista cultural y librero en la librería 80 Mundos. Codirector de todo esto. He colaborado en medios como eldiario.es o Le Miau Noir. Formo parte de la antología Árboles Frutales (Editorial Dieciséis, 2021) y Odio la playa (Cántico) es mi primer libro.