Los dos pasos entre lienzo y retrato

“¿Acaso una buena obra no transforma la pregunta «qué está pasando» en «qué me está pasando»? ¿No es toda teoría también autobiográfica?”
El nervio óptico (2017), María Gainza

En todo arte hay algo de ritual, ya sea el movimiento de la cabeza siguiendo la melodía o el sonido de las palomitas en el cine, hay costumbres universales y otras que ya dependen de cada uno, como no comenzar un libro mientras haya otra aventura a medias en la mesilla de noche. A la hora de visitar museos, pinacotecas concretamente, yo tengo mi pequeño baile, siempre el mismo. En medio del respetuoso silencio me pongo a dos pasos del cuadro que quiero ver, a modo de presentación. Después, dos pasos adelante, incluso más si la seguridad del museo lo permite y fijo mi atención en algún punto concreto, viendo cada trazo, cada brocha de color, los grumos de la pintura, la mezcla de tonalidades. Viendo exactamente dónde comenzó y dónde terminó el camino de ese pincel. Ahora, dos pasos atrás. Una imagen, trazos que se transforman en historias, todas aquellas pinceladas de colores verdes son ahora los árboles que enmarcan la escena, aquellos trazos negros son ahora personas que sufren, o bailan.

Conozco el principio y el final de la obra, lo que se me escapa es todo lo que hay entre esos dos pasos. Lo que hace que la mancha se convierta en arte. Entre esos dos pasos está Retrato de una mujer en llamas.

La premisa de esta obra maestra de Céline Sciamma es un retrato, el que será enviado al futuro marido de Héloïse, quien se niega a posar para ello. Marianne será la artista encargada aunque para ello se tenga que hacer pasar por su dama de compañía. Estamos en Francia, año 1770, una época en el que las mujeres eran destinadas a un marido o a Dios y las que desafían al orden como artistas, a un pseudónimo. Marianne y Héloïse comienzan a conocerse con curiosidad, con un juego en la que una analiza y otra se esconde. La pintura, esa otra gran protagonista, es un vínculo de unión y de expresión que se manifiesta a través de las manos de Hélène Delmaire, la autora de las obras que aparecen en la película. El retrato comienza siendo una observación desde la distancia, una suma de colores que siguen sus leyes, sus convicciones y que acaban mostrando lo que el mundo quiere ver. A media que las dos mujeres se conocen, se desean y se quieren, Heloise y su personalidad, comienzan a salir de las manos de Marianne.

Por primera vez, pude observar el cuadro de cerca y entenderlo. Entre las pinceladas de Marianne hay amor, miedo, hay frustración. Hay memorias de mujeres que huyen de su destino impuesto o que se someten a él. Historias de sororidad, de abortos clandestinos. Entre el lienzo en blanco y el retrato final encontramos más historia que en muchos de nuestros museos, tan faltos de perspectiva.

El arte no es solo el historia que nos cuenta, es la que le damos nosotros cuando la incluimos en nuestra vida. Es la interpretación de un mito la que le da sentido y lo transforma en algo inmortal dentro de la cultura y no se trata de creer en lo que nos cuenta o no, sino de interpretar la última mirada de Orfeo a Eurídice como nuestra, como lo hacen Marianne y Héloïse. No sólo la pintura tiene importancia en este filme, también la literatura o la música, incluso el bordado. Sciamma se nutre de otras obras como vía de comunicación entre las protagonistas, también mediante la propia fotografía de la película, y es que la capacidad de crear un lenguaje propio quizás sea la mejor definición del amor.

Ahora los museos vuelven a estar abiertos, pero pasará un tiempo hasta que pueda volver a ellos con mi ritual y, cuando lo haga, ya no serán dos pasos llenos de aire los que tenga que cruzar. Serán dos pasos de historias escondidas, de injusticias, de nombres olvidados. Serán la historia que el artista no quiso o no pudo contar.

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