Lo que los cuentos y las leyendas dicen es que el ser humano siempre ha deseado y buscado la inmortalidad. Ese era el bien más preciado para corsarios, reyes o aventureros. Las religiones prometen una vida eterna que de una forma u otra nos lleva a un lugar mejor. Tememos a la muerte y no comprendemos dejar de existir. El investigador y bioquímico Carlos López-Otín asegura que ni seremos perfectos ni seremos inmortales nunca. Es un debate que está abierto en la ciencia. Él no contempla que vayamos a ser eternos: Lo ve imposible e innecesario. Así lo explica en una entrevista para EFE:
“Cuanto más vivamos más tumores habrá y cuanto más vivamos con soporte biológico más enfermedades neurogenerativas sufriremos, por eso nunca seremos inmortales”. Y añade: “No superamos, en mucho, los límites de la longevidad que está en 122 años. ¿Para qué forzar más? Vamos a intentar que muchos lleguen, pero que lleguen bien. Ese es el objetivo de la ciencia y de la Medicina”, sentencia.
Recordaba a López-Otín mientras veía a Woody relatar su existencia en Toy Story 4. Él no se lamentaba realmente, pero porque no se cuestionaba lo que le pasaba. Estaba alineado, en un cierto sentido, para cumplir una función que supuestamente le había sido asignada (cuidar a una niña). Sin embargo, era trágico escuchar cómo contaba que esos niños y niñas terminan por hacerse mayores, se van a la universidad y olvidan a sus muñecos. No es una relación de igual a igual, eso está claro.
La cuestión que Toy Story 4 plantea no es ninguna tontería. Tenemos un mundo en el que, por un lado, los seres humanos son mortales y viven una vida que es, a priori, como la que nosotros conocemos: con un principio y un final. Por otro lado, tenemos muñecos inmortales. Al menos, inmortales en un sentido biológico, que es a lo que podríamos llegar nosotros si algunos avances científicos se cumplieran (otro tema muy distinto es si te queman vivo o te cae un piano de cola a la cabeza).
No es el de la inmortalidad el único debate que plantea esta cuarta entrega de la película. También están presentes el amor, el rechazo o el papel que cada uno debe cumplir en su contexto determinado. Lo sorprendente es que todos estos factores se ven condicionados por la inmortalidad. Como los muñecos son infinitos deben buscar alternativas para subsistir, porque su niño o niña le va a dejar tirado tarde o temprano. Se cuestiona que el amor sea una posibilidad real por el dolor que produce la pérdida (inevitable).
Por suerte, como dice López-Otín, nosotros somos finitos. Es una paradoja, pero que tengamos fin es para dar gracias. Lo que el científico trata de explicar es que no merece la pena centrarse en buscar la inmortalidad si de camino no sabemos curar la vejez. ¿Para qué existir para siempre si eso nos supondría una calidad de vida pésima? Lo que en Toy Story no se plantean los muñecos (porque no tienen esa capacidad) sería: “¿Para qué vivir para siempre si vamos a ver pasar por delante de nosotros a todos aquellos que nos aman y amamos? ¿Para qué, si nos van a dejar de amar o se van a morir tarde o temprano?”. Es una situación especialmente complicada la de estos seres, porque nosotros seríamos inmortales todos. Ellos, por desgracia, son inmortales pero tienen que decir adiós a las personas por las que han dado todo.
Si lo pensamos bien, nuestra situación no es tan distinta. Al menos, en el gran tema: el amor. El amor y la muerte van de la mano porque si tememos es porque no soportamos dejar de amar. No queremos decir adiós porque estamos en un sitio en el que queremos y en el que nos quieren. A los muñecos de la película les da miedo quedarse en un mundo en el que nadie les quiera y del que ellos no puedan escapar. A nosotros nos da miedo amar, porque sabemos que después del amor todavía hay vida. Eso puede llegar a ser lo más doloroso, lo que hay después del amor. Lo veamos cómo lo veamos, la situación es clara: Todo tiene su fin, o lo debería tener en un mundo como el que conocemos.
No revelo mucho si cuento un diálogo que hay al final de la película. Digamos que un muñeco le da la bienvenida a otro que acaba de “nacer”. Dejémoslo ahí. El caso es que la nueva, le dice al otro:
- ¿Cómo es que estoy viva?
- No lo sé
Y así se cierra una película para niños (supuestamente). Con una incógnita. Los guionistas podrían haber optado por una cursilada. Sí, habría sido muy fácil decir que está aquí “porque merece la pena un mundo tan maravilloso en el que todo y todos merecen la pena”. Pero esa no es la verdad. La realidad es que no sabemos ni la mitad de lo que nos pasa. Es filosofía pura. Por qué. Pues no sabemos por qué, tan solo sabemos transitar por el por qué. Y en medio de tanta duda yo no sé cómo terminar el artículo, así que bien harían los dueños de esta web en poner aquí un banner de publicidad. Al menos, que haya algo tangible, por Dios.
(Alicante, 1994), es productor y guionista de ‘Un tema Al Día’ en elDiario.es. Periodista, se especializó en audio en el Máster de RNE por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en ‘No es un día cualquiera’ o ‘De pe a pa’ de Radio Nacional de España y en la productora Osmos Global. Escribe relatos y artículos en Poscultura.