El creador de algo no siempre tiene el control de ese algo. A veces, escribir una historia puede convertirse en un trabajo tan grande que se pierde el mando de la misma. El concepto de autor como dios de su propio mundo se disipa con tanta facilidad que su poder también lo hace. Me ronda constantemente la idea del héroe como dios y la de este como creador que, por norma, también es dueño. Porque en ambas llego a la misma conclusión: no conozco a ese tal Todopoderoso. Sea terrenal, omnipresente, omnipotente o de Namek. Por lo que me niego a barajar la posibilidad de que exista.
Ruby Sparks es una de las películas que mejor transmite la presión de un escritor y el proceso de creación, después de Barton Fink o El autor. Y a la vez una de las que mejor disimula este mensaje. Detrás de esa historia romántica espacial, de las que hay en cantidades industriales, hay un dilema terrenal. Calvin ve como el personaje femenino sobre el que ha escrito se hace realidad y la relación que mantienen deja de estar en su mano. Este frame es, sin duda, el más representativo de la obra. Los problemas sociales del protagonista le llevan a perder contacto con casi todo su entorno. Solamente es capaz de escribir. A veces ni eso. Pero se esconde en su máquina con tanta fe en ella que el rol de dios pasa de él a ella sin darse cuenta.
Esto me lleva -TOC- a volver con las referencias del Yo, Ello y SuperYó de Freud, reflejadas en las alturas del piso en el que vive. Trabaja en el segundo piso, con la presión de cumplir con las expectativas como mayor símbolo de autoridad, de su SuperYó. Mientras, en la primera planta de su casa, intenta llevar una vida normal con su Yo, pero le es imposible. Este Norman Bates del ahora se construye siguiendo los pasos de los que habla Zizek en Todo lo que quiso saber sobe Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock y Manual de cine para perversos.
El momento exacto de la película en el que vemos esta escena es en el que Calvin se da cuenta de que Ruby ya no está en su mente, sino en su casa. Este primer giro brusco del argumento es crucial para la película. Cambia su vida por completo. Acto seguido de enterarse de la existencia del nuevo amor de su vida recurre a su burbuja para esconderse. Debajo de su mesa se siente seguro, porque su máquina está allí y nada puede pasarle. Decisión que coloca en el papel de SuperYó a su herramienta de trabajo. Todo esto me hace ver en Ruby Sparks una versión romántica de las distopías que presentan la revelión de las máquinas: ese bonito Yo robot.
A su vez, la película muestra la forma en la que el hombre quiere controlar a la mujer sin un mínimo de empatía. El machismo que abunda en el amor romántico. Y en el momento en el que no es capaz de asumir el empoderamiento de ella, la vida se le hace insoportable; el miedo a lo que le sucede deja ver lo cobarde de la masculinidad y su fragilidad. Lo escondido se hace latente y vemos ese poder como impostado. Me gustaría leer algo más fundamentado sobre esta idea en la sección de Feminismo e identidades de Poscultura.
Podría haber elegido el cartel promocional para explicar todo ello. La composición de la imagen está mucho más cuidada. Utiliza las letras como cárcel de la chica, de la que el chico la “libera”. Además, la frase “she’s out of his mind” es el resumen perfecto del relato que narran Jonathan Dayton y Valerie Faris . Pero no refleja la idea más potente. El creador no es la solución, solamente es un elemento más de la ecuación.
Escritor, periodista cultural y librero en la librería 80 Mundos. Codirector de todo esto. He colaborado en medios como eldiario.es o Le Miau Noir. Formo parte de la antología Árboles Frutales (Editorial Dieciséis, 2021) y Odio la playa (Cántico) es mi primer libro.