El Drácula de Lemony Snicket

Este es otro episodio más en mi vida de TOC y frikismo ilustrado. Si pienso en un personaje encerrado en su castillo, huyendo de la luz del sol, con una capacidad de transformación permitiéndole formar parte de la vida social -supuestamente normal- y que huye del contacto directo con personas, me es inevitable verme a mí mismo estos últimos meses. Por eso he acabado viendo todas las películas inspiradas en la obra de Bram Stoker por orden cronológico y persiguiendo el libro por El Rastro. Con todo ello, me he dado cuenta de que mi referente en cuanto al mundo del horror siempre acaba siendo La pajarería de Transilvania.

Drácula cuenta con una deformación más allá de las conocidas por adaptar explícitamente el libro escrito por el irlandés: el Conde Olaf de Una serie de catastróficas desdichas. La construcción de este personaje es un calco -en el buen sentido de la palabra si lo tiene- descontextualizado de uno de los personajes más utilizados en el mundo del pavor.

El punto de partida de esta comparación es el vampiro de Nosferatu. Murnau, además de mostrar lo que serían en un futuro las normas del cine de terror, creó un personaje que guarda un parecido interesante con el papel que encarna Jim Carrey en la película de Brad Silberling. Esa figura delgada y alargada, sus afiladas orejas y su puntiaguda nariz. Una vez comprobamos esto, ya no parezco Nicola Di Pinto -o sí- gritando “la plaza es mía”.

“Dentro, enmarcado en el umbral, se erguía un hombre alto y anciano, de largo bigote blanco, vestido de negro de pies a cabeza, sin el menos toque de color en su atuendo. Llevaba en la mano una vieja lámpara de plata…”

Bram Stoker (Drácula, 1987)

Las similitudes entre el Conde Drácula y el Conde Olaf van más allá del parecido físico y el título rancio que precede a sus nombres. Las películas posteriores a la adaptación del año 1922 basan en el personaje literario todas sus construcciones. Ya sean el Drácula de 1931, el del 1958, Nosferatu, el vampiro de la noche (1979), Drácula de Bram Stoker (1992) o mi preferida, El baile de los vampiros (1967).

El arquetipo del vampiro

En la adaptación cinematográfica de la serie de libros escrita por Daniel Handler -Lemony Snicket-, nos encontramos una parodia del arquetipo del vampiro y no es la de Polanski. Esta figura se presenta como alguien alejado de la sociedad, que vive adentrándose en kilómetros de naturaleza y aislado en los alto de una montaña o rodeado por un foso. En el caso de Olaf, su aislamiento se muestra encerrando su hogar tras un túnel que cruza las vías del tren y sirve como puerta de entrada a un jardín oscuro. Dicho jardín esconde una casa en ruinas, que contrasta con un vecindario lleno de luz y colores cálidos.

La actuación de Jim Carrey también se aleja a conciencia con la llevada a cabo anteriormente por Max Schreck, Bela Lugosi, Christopher Lee o Gary Oldan. La tranquilidad de sus personajes se contrapone con la excentricidad y comedia del primero. Con todo ello, la actitud frente a los forasteros que invaden su casa es casi idéntica. Tanto Jonathan Harker, como los hermanos Baudelaire tienen algo que el maligno quiere, lo que les llevará a enfrentarse con la muerte para defenderlo. En el caso del abogado por conservar su amor, en el de los hermanos la herencia de sus padres. Esto convierte a ambas representaciones en ejemplos de luchas entre los arquetipos “sombra” e “individual” y “luz “y “colectivo” explicados por Carl G. Jung.

Esta dualidad encarnada en diferentes personajes, muestra el dilema de toda persona por controlar su Ello a través del SuperYó sin perder su Yo, es uno de los temas eternos del arte. La lucha entre personajes no es más que la lucha interna del propio ser, que intenta que sus instintos más básicos no superen a la moral o la conciencia. Es decir, lo correcto. Dicha problemática se plantea en todo tipo de títulos. Por ejemplo, Stephen King lo muestra en casi todos sus libros, pero el más relacionado con este análisis es El misterio de Salem’s Lot.

El atractivo de Drácula

Dadas sus habilidades para hacer el mal, tanto Drácula como Olaf son dos monstruos manipuladores, crueles y egoistas. El primero está dispuesto a matar para poseer a una mujer durante la eternidad y el segundo por enriquecerse. A pesar de ello, se les concede el don de la interpretación y el engaño, que les permite seducir a las personas que se cruzan en su camino. Esto no solo nos lleva a ver al monstruo como alguien atractivo, llevado al extremo en la saga Crepúsculo. En las obras analizadas, ambos embaucan a todo su entorno, como por ejemplo Olaf hace con Josephine Anwhistle, Arthur Poe o Justice Strauss.

Las conexiones entre los antagonistas de estas dos historias las convierten en gemelos. Uno es serio, intimidante y peligroso; el otro cómico y pueril, pero provoca cierto miedo a sus adversarios. La parodia, ya sea involuntaria o voluntaria, almacena coincidencias y nos introduce en un Diógenes de referencias que se junta con mi TOC (este no es el enlace del primer TOC). Aunque la única con colmillos letales sea Sunny, la pequeña de los Baudelaire.

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