Cinema Miravete, el Cinema Paradiso de Almoradí

Desde la ‘lobera’ de Paco García (Almoradí, 1938) se ve el barrio de Carolinas de Alicante, el Castillo de Santa Bárbara, los focos y alguna grada del Rico Pérez. La persiana, a medio camino entre el descenso a la oscuridad y la apertura a una nueva esperanza, provoca ‘fotos a contraluz’. Es curioso: me va a hablar de cine pero empieza por el fútbol. De nuevo el fútbol como epicentro de todo y como excusa para contar una historia. Abre un libro de las fiestas de Almoradí, su pueblo. Pasa las páginas y tiene algo que contar de casi todo el mundo. Casi sin querer llega a una página en la que se ve al equipo de fútbol: Un Almoradí en blanco y negro pero que recordamos de blaugrana, como el Barça. Me señala a un joven. Es su tío Miguel Esteban Lucas, o lo que es lo mismo: Miguelico ‘el del barrio’. En los pueblos todo el mundo tiene un mote. Su tío era electricista y trabajaba en la compañía Adrián Viudes, que además era propietario del campo en el que jugaban: Estadios Adrián. Miguelico trabajaba en el cine Cinema Miravete. Allí, un joven Paco de apenas 13 o 14 años, comenzó a trabajar. Una especie de ‘Toto’ de la Vega Baja.

¿Por qué empezó a trabajar con su tío en el cine de su pueblo?

Empecé a trabajar en el cine y en el taller al mismo tiempo. Por las mañanas en un sitio y por las noches en otro. Incluso hubo un tiempo en el que iba a la escuela por la noche, cuando podía, para aprender un poco. Lo hacía para poder recoger un dinero y con lo que gané en el cine me compré una gabardina y unos zapatos.

Mi madre le dijo a su hermano: “Nene, enseña a Paco en el cine”. Y así fue. Yo ya conocía aquello porque desde pequeño iba con mi madre, que podía entrar gratis gracias a que mi tío trabajaba allí. El problema es que no teníamos entrada, por lo que no nos podíamos sentar por si se llenaba. Yo me ponía encima de mi madre, que usaba una silla de plástico que mi tío Miguelico guardaba en la cabina y le prestaba. Nos sitúabamos en primera fila en la zona de arriba más cercana a la cabina.

La miseria de aquella época no es que un niño tuviera que trabajar, es que lo hacía por partida doble. Paco recuerda que en el taller tenía que estar incluso algunos domingos. La respuesta de su jefe era: “Hasta la noche no empieza el cine”. Es decir, mientras no tuviera que ir al otro trabajo, bien podía estar en el taller un domingo muchas horas. Sin embargo, Paco no lo cuenta ni con desazón ni con algún atisbo de trauma. Tan solo deja que leamos entre líneas su pensamiento: “Esa era la mentalidad…”, concluye.

¿Alguna vez has vivido la censura?

La censura era una puta mierda. El censor venía todos los domingos y mi tío lo mandaba a la mierda. El otro le contestaba que no se pusiera así. Se llamaba Marcelo y era el hermano de un falangista. Hacía acto de presencia y se ponía a decir tonterías. Cortaba escenas de besos, por ejemplo. Almoradí era un pueblo muy católico y a este pobre le daban algo que hacer, pero no tenía ningún sentido porque las películas ya venían censuradas desde Murcia.

En una sociedad puritana e hipócrita, en la que la Iglesia bendecía las armas y censuraba los besos, cada cual se apañaba como podía. Paco recuerda a Sofía Loren en África bajo el mar. Quizás ahora a un joven de 13 años no le impresione ese visionado, pero para un adolescente de la posguerra aquello era mucho. No había revistas, ni películas ni qué decir el acceso a Internet. Puede que ahora se haya perdido esa magia. No era así para un joven Paco que no dudaba en aprovechar su trabajo en el cine. Cortaba un par de cuadros del rollo de la película en la que salía Sofía Loren. El Instagram de la época. Y a la cartera. “Apenas se notaba que faltaba cuando proyectábamos la película”, asegura muchos años después. Ahora ya no conserva esos fragmentos que representan la pasión juvenil, pero sí recuerda una sociedad en la que, incluso en los 70, la gente tenía que coger coches y autobuses para ir a Francia a ver la película de Marlon Brando El último tango en París. “Lo prohibido siempre atrae más”, asegura Paco.

¿En qué momento decidió dejar el cine?

Como no quería problemas con mi tío lo que hice fue pedir un aumento de sueldo porque sabía que el dueño de los cines era muy tacaño y no me lo iba a dar. Me di cuenta que era joven y lo que quería era salir por las noches con las chicas.

Bartolo el de la bicicleta

Quizás son muchos los kilómetros que separan Almoradí de Giancaldo, el pueblo de Cinema Paradiso. Sin embargo, hay un aroma que une la cultura mediterránea y que hace que la historia de Toto y la que cuenta Paco tengan un nexo. La ilusión por el cine, el maestro, las reacciones de los vecinos. Hay una escena en la película en la que un joven lleva la película de un pueblo a otro. Esto también ha pasado en el sur de la provincia de Alicante hace no mucho tiempo. Un chico de Almoradí tenía la bicicleta preparada en la puerta del cine y tenía que salir corriendo a Heredades (a un kilómetro de distancia aproximadamente) cuando terminaba la proyección en el Cinema Miravete para que la pudieran ver en el otro pueblo.

Los silbidos

A veces, su tío y él se equivocaban a la hora de montar las películas y esto provocaba saltos en alguna escena. Aún así, la gente no se enteraba. El problema llegó el día que recibieron una película completamente del revés, de atrás hacia adelante, y ahí la gente sí se dio cuenta.

¿Cómo reaccionaban los espectadores cuando pasaba algo así?

Se ponían a silbar. Una vez coincidió que me quedé dormido y que se apagó la linterna. Que esto pasara suponía que no se viera la proyección. Pero yo ponía un disco y la gente se calmaba hasta que lo solucionáramos. Recuerdo poner Tico-Tico de Carmen Miranda o el tango La cumparsita.

Cuando cortaban una bobina tenían que empalmarla con la siguiente. Debían ser rápidos para que la película no tuviera parones. Cuenta Paco que en Dolores, otro pueblo de la Vega Baja de Alicante, un día tuvieron una equivocación bestial: pusieron la película al revés. No del final al principio, sino como si la tuvieran que ver desde el techo. Quizás es una leyenda como aquella que cuenta que en una de las primeras proyecciones de cine de la historia la gente salió despavorida cuando el tren se acercaba a pantalla, pero se cuenta que en Dolores la gente se puso boca abajo cuando la película se vio del revés. Era una escena de caballos en una película del oeste.

El pueblo

En el Cinema Miravete no había butacas y los jóvenes que iban en pareja, no muy a disgusto precisamente, se agolpaban en los 20 escalones que había en una sala que era más de estilo teatral que como los cines que conocemos en 2019.

Otra anécdota relacionada con los cines y la gente que lo frecuentaba es la de la tía Manera (volvemos a los motes) y ‘la Anica’. La tía Manera tenía muchos hijos y una de ellas era ‘la Anica’. Esta niña se iba sola a todos lados y tenía la costumbre de irse a la puerta de los cines. Un día se perdió. Los municipales sospecharon donde podría estar. Fueron a buscar a Manuel Miravete, el dueño del cine, para que lo abriera. Allí estaba: ‘la Anica’, dormida, en una de las butacas. La precariedad de la época se refleja en una de las frases que a Paco se le han quedado grabadas y que repite a menudo: “Cine o cena”. Otra mujer del pueblo, la tía Pichula, iba con todos sus hijos al cine. Siempre comían pipas y altramuces. Lo dejaban todo perdido. “Si vamos al cine, hoy no puedo haceros de cenar”. Había que elegir entre la alimentación, la cultura y el entretenimiento.

¿Cambiaría esta experiencia que tuvo en su juventud?

A mí cada noche me pagaban 10 pesetas. Además, en los pueblos no había otra cosa. ¿Qué ibas a hacer? ¿Ir a jugar a las cartas? ¿A tomar café? Yo trabajaba allí desde las cinco de la tarde hasta la una o dos de la mañana. El cine tuvo importancia en no ‘colarme’ demasiado con la bebida desde muy pequeño.

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