KETAMINA: SOBRE LA IMPOSIBILIDAD DEL LENGUAJE
DEL CUERPO
DEL MUNDO
ON THE BLACK HOLE:
Si Tacoderaya impugnó la acción posible de todo significado, Rodrigo García Marina despojó al escenario de su calidad de espacio de ficción.
¿Qué haremos ahora con todas aquellas confesiones?
La lectura performativa de Rodrigo pone en evidencia algo que, a los ojos de todas aquellas que nos dedicamos a formas de expresión al margen de la vida-vida-institución, es terrorífico: La ficción es una convención significativa.
¿Qué haremos ahora con todas aquellas confesiones?
Que la ficción se haya erigido como espacio desde el que decir lo indecible no infiere, solamente, en cuestiones lingüísticas asociadas a lo gramatical: la ficción también direcciona lo emotivo. Lo despoja del lugar en que es capaz de hacerse algo con todo lo que duele.
¿Qué harás ahora con esa confesión?
Hay cosas que solo pueden ser dichas desde la flexibilidad de la poesía, y eso, ciertamente, habla muy mal del mundo en que vivimos, o, mejor dicho, de la realidad en la que insistimos en vivir.
¿Qué haréis ahora con esa confesión?
De la intervención de Rodrigo se destila un asunto fácil de ignorar: la responsabilidad no le sucede solo a quien se sube al escenario. Pese a la fagocitación de la poesía: convertida en dispositivo de ficción: Supeditada a los valores del capital, el público no ha de olvidar que también alberga responsabilidad para con lo que sucede cuando acude a una función. Es urgente reconducir nuestros cuerpos hacia la desintegración de la realidad como totalidad significante porque, de no ser así, olvidaremos que la ficción solo es un pacto social con el que distanciarnos de lo que duele. De todo lo que duele demasiado. Aquello sobre lo que tenemos responsabilidad deja de convertirse solo en ocio. El ocio nos despoja de responsabilidad y eso es algo parecido a estar muerto: o, mejor dicho, es algo parecido a no atreverse a estar del todo vivo.
Poner en manos del resto tu dolor es entregar la vida. Uno no puede negar la responsabilidad que nos confiere quien, bondadoso, nos entrega su dolor para que aprendamos algo, algo que verdaderamente nos importe.
La intervención de Rodrigo García Marina versa sobre el deseo, o más bien, sobre la imposibilidad del deseo, cuando el deseo es sustituido por el vacío que se nos queda dentro cuando alguien pertrecha nuestros cuerpos.
¿Cómo se ama después de la violencia?
El amor, le decía hace poco a una amiga, se resuelve en mi mente a través de dos espectros: el amor que desea ser deseado, que es frágil y temeroso: un amor que tiene mucho que ver con la falta, con la necesidad, con la necesidad de existir para otros para no desaparecer en nuestro gran vacío adentro. Por otro lado, hay un amor que contempla, que no espera, que no desea ser deseado, un amor que no desea absolutamente nada. Un amor despojado del deseo de ser deseado es un amor que se entrega:
¿Cómo se ama después de la violencia?
El lenguaje es imposible en tanto que toda significación es énfasis de un pacto imposible de validar: y eso, me abruma. El amor subyuga todas mis aserciones lingüísticas: cuando se ama se comparte el mundo, y el lenguaje también se comparte y Te entiendo cobra un sentido total, absoluto y el encuentro de los cuerpos que se aman no satisface la necesidad de que el otro nos fagocite y se quede dentro dentro dentro y negar al vacío, negar el vacío. Poemroom2020 versa sobre la tensión que se produce entre lo necesario y lo imposible, a la vez.
La intervención de Rodrigo hace mella en nuestros corazones revelando que la verdad es todo lo contrario a la ficción, ese dispositivo que acusa a todas las disposiciones artísticas y que forma parte del cuerpo de todas las proferencias enunciadas desde el escenario. La escena abre la puerta a un lado de la verdad que duele y que incomoda. No tiene que haber, necesariamente, belleza en todos los horrores. La intervención de Rodrigo no me gustó, me hizo daño y eso a veces está bien. Está bien.
La intervención de Rodrigo pone en nuestras manos el dolor de una confesión y nos obliga a vivir sin ser capaces de ignorar aquello que duele y sobre lo que rara vez se habla. La poesía dice lo que en la vida no se puede decir y no tiene tanto que ver con el significante, o con la significación, si no con lo que se desprende de las palabras cuando estas se instalan, sin remedio, como herida en el interior de nuestros pulmones. Las palabras enquistadas nos impiden respirar y a la muerte, sin excepción, tras el llanto le sigue la ira.
Rodrigo entró sin preguntar dentro de nuestros cuerpos y nos obligó a tomar partido en la responsabilidad de toda esa tristeza que, enquistada dentro, acaba por convertirse siempre en ira. Ser incapaz de ignorar lo que pasa en escena y hacerte cargo del dolor de ese otro que se entrega, bondadoso, es romper la cuarta pared.
No existe la ficción, existe la validación sociopolítica de una realidad en la que darle las gracias a tu violador por la vida, por todo lo que viene después de que acontezca la defunción orgánica de lo que sentimos, no es posible. El escenario es el lugar de ficción que necesitamos para decir lo indecible. La transgresión de la ficción no depende de quien la emprende, sino de quien la recibe. Confesar desde el escenario es cuestionar el status quo de la ficción, revelarse contra el mutismo, revelarse, a fin de cuentas, contra la inmovilidad del mundo.
¿Qué haremos con todas esas confesiones?
La ficción duele. No satisface, pero la necesitamos, supongo, para sobrevivir. La ficción es una tirita sobre una herida que necesita puntos de sutura. Me niego a la creencia del entendimiento tanto como a la palabra personaje: pero respetaré los códigos para vivir, para vivir.
Para seguir vivas.
Cadáver digital. (2013-2020) Estudió filosofía en la Universidad de Oviedo. No quiere escribir, pero escribe.