Prólogo de Odio la playa
CARMEN JUAN Y SARA J. TRIGUEROS
«Escribir es un patio pisable». Escribir un prólogo es pisar el patio de otros, casi siempre con permiso. Adornar la puerta de ese patio con una invitación. Aquí la nuestra:
La nuestra es la lectura del texto de alguien con quien compartimos lecturas, afectos, referentes, trabajo y partidas al Mario Kart, pero de quien sabemos que posee una sensibilidad privilegiada que le permite transitar de lo elevado a lo cotidiano, de lo sublime a lo mundano. Cruzar los referentes para llevarnos a la cultura pop(ular) y que pisemos siempre tierra firme. El suelo de la calle. Desde este doble prisma podría articularse, en realidad, todo este poemario cuya publicación celebramos y cuya lectura nos parece esencial. Por eso creemos que es el prisma desde el que es esencial comenzar.
Adrián Fauro, Faurito en adelante¹, escribe un poemario que es un único poema, una única elegía a la niñez, al amor y a los seres que los habitan. Una elegía a la tierra que ha visto morir nuestras infancias y en la que nos consta que fue posible ser felices, pero ya no. Porque tal vez sí se pueda, pero es lugar común cuidarse de volver a aquel lugar donde un día se fue feliz. Sabed, pues, que estáis ante un texto que es un juego y también un (des)ahogo y no confiéis en la sonrisa esbozada porque tarde o temprano vendrá el golpe. Digámoslo ya: dispone de una memoria infinita de imágenes, una especie de Drive de pago. El autor construido a través de las fotografías de su historia con los otros, y así le dice al amor: «creo que puedo escribirlo todo porque lo recuerdo todo».
El poeta es, también, benévolo con los suyos y, si bien no sabe coser, admira su humilde genealogía y es generoso a manos llenas con sus viejos y sus hermanos. Al fin y al cabo, sabe que no se puede ser uno sino es gracias a los otros. De hecho, a propósito de esta idea, encontraremos un sujeto poético siempre en duda, desubicado en un espacio propio que se empeña en dejar invadir. Quién es uno y cómo se percibe; cuál es el espacio de uno. Se da de frente contra la imposibilidad de una autopercepción positiva (de una autopercepción, de cualquier manera, en el mundo) y en cambio obliga a una proyección de la imagen correcta: quien es un versus quién debe, al menos, parecer. Y se trata siempre de una proyección de lo social en tanto que productivo o participativo del bienestar colectivo: «es imprescindible llorar callado / que la risa sea ruido». La conciencia de clase es fortísima («Aquí no se tira / nada / porque no tenemos / dinero») y aparece colonizando todos los espacios: Madrid y su gentrificación, la precarización del trabajo, la ética del huerto, las problemáticas de género y la omnipresente corrupción que viene aparejada con la vuelta a ese hogar de cuyas turísticas playas no se puede escapar.
De modo que se moldea por no escuchar no insistas o no te estés siempre callado no incomodes con tu silencio pero cuidado con lo que dices no te cierres sé normal no sea un aguafiestas vamos a la playa y «yo digo vale» e incluso, ante el posible desvanecimiento del mundo y el amor conocidos se deja desplazar: «dices no si te tienes que ir tú digo ah vale lo siento». Este es el centro y se expande en dos direcciones. El amor, omnipresente, también reflejado en los otros. Sirvan de ejemplo unos versos hermosos que nos levan a compartir el mismo deseo de (imposible) felicidad ajena que se trasluce en ellos: «No sé qué les llevó a venderlo. Se se enfadaron o si fue por equivocación. Espero que sigan queriéndose». Se odia la playa por la sensación pegajosa de la sal en la piel, por la arena en la boca o entre las páginas de un libro, pero sobre todo se odia la playa porque era el espacio perfecto para (de nuevo) ser felices y no.
Piensa tanto en el otro, en él con respecto al otro, que se explicita una dificultad del uso del singular: «¿qué hacemos con todas las cosas que al final no hemos hecho?». En esta dirección asoma una voz. Es pequeña. Si dice tengo miedo es justamente para que nadie lo sepa [«estoy enumerando los miedos / como la lista de fusiones de Goku y Vegeta / para quitarle importancia» o también, justo antes «estoy bien no / tengo manos / pero estoy bien estoy»] si dice tequiero es para que nadie pueda darle por tomarlo en serio. También sufre de la ansiedad y sus escapatorias: «Sal a fumar que es como seguir con ellos pero sin estar con ellos y si después vas al aseo ganas más tiempo. / Quiero decir cuenta como estar ahí sin estar ahí así que bien». La soledad, la gente. La gente, su soledad, la de uno.
Pero Faurito cree en el amor. Confía. Y aprehende esa soledad y aprende a decirla. Así que al final este es el poema de amor de alguien que fuma mucho y duerme poco.
¹No habrá un «más adelante» en el texto pero así es como lo llamamos, como se le nombra en nuestra cotidianidad compartida que, esperamos, también sea en cierto modo vuestra.
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