Manual para la comprensión del insomnio: Sin manos

Llevo un par de semanas con la peor racha de insomnio que he tenido nunca. A veces, entre paseos por el pasillo, me acuerdo de la primera vez que no pude dormir en toda la noche. Fue el último día de vacaciones de verano, antes de volver al colegio. Me recuerdo llorando sin consuelo mientras mi padre me decía que ya no más Coca Cola los domingos. De hecho, durante mucho tiempo, volví a dormir como un rey. Fue en la adolescencia cuando descubrí que no dormir como una persona normal iba a ser una constante en mi vida. Resulta que la Coca Cola no era la causa de mis males, al menos no de los nocturnos, porque sigo bebiéndola como mezcla y sé que no es lo que me quita el sueño.

Leyendo Manual para la comprensión del insomnio (El Transbordador), he entrado en el transtorno de Alicia Louzao como entro en el mío. “Cuando adquiero la plena conciencia de que nadie me observa”, como dice Adri Viéitez en su reseña sobre El fin del germen (Torremozas), de María G. de Montis. Ahí es cuando me acomodo en sitios en los que no puedo entrar cuando la gente me rodea, me pregunta y me hace sentir incapaz de castigarme a mi forma. Ahí es cuando le doy vueltas a lo que me provoca este insomnio, como Louzao desde la calle Arquitectura.

“Sí, su reflejo sonríe con fuerza, dientes apretados y viste una túnica negra”

Este poemario recorre el insomnio desde su consecuencia más evidente hasta lo que esta conlleva. Descubres que nada de lo que tienes alrededor está ahí por completo, ni siquiera algunas partes de tu cuerpo. Somos clones del doctor Emetteus de Alicia: científicos de lo efímero, lo frágil y lo abastracto, como cuenta a Tes Nehuén en su entrevista sobre el libro. Los insomnes hemos perdido las manos, nos hemos convertido en moscas dentro de un tarro vacío de galletas. Nos golpeamos contra el cristal y nos frotamos las patas mientras nuestra vista se acostumbra a la oscuridad y lo vemos todo enorme. El Efecto Purkinje con ojos de moscas es como una pesadilla.

Es en mitad de esa oscuridad en la que nos damos cuenta de que ya no las tenemos y recordamos los días en las que formaban parte de nosotros. Cuando tocábamos otras manos que ahora seguramente estén tocando las de alguien que tiene cerca y puede dormir. Aún así, esperamos que recuerden las nuestras aunque sea la mitad de las veces que lo hacemos nosotros. Las seguimos como el soldado en Le temps d’une image las sigue sin ser consciente de su defunción, sin saber si es la muerte o el amor lo que le lleva al paraíso.

“Piensa en la persona que se esconde detrás de esa mano”

Si pudiese dormir soñaría con sus manos, pero solo puedo imaginarlas. Antes las podía tocar mientras ella dormía. Era como un Trankimazin de ojos rasgados que se hacían más grandes cuando me miraban estando tumbados. A veces, consigo cerrar los ojos, pero en la fase previa a quedarme durmiendo la oigo respirar y huelo su pelo como si estuviese apoyada en mi hombro. Son esos momentos de alucinación en los que vives si no puedes dormir los que te generan un dolor difícil de explicar. Como el de una pequeña muerte.

Eso se traslada al día a día, con el Sol bien alto se sigue siendo insomne y se vive como tal. Acabas viviendo en una película de Bresson, en primeros planos sobre las manos de la gente y sus movimientos. Acabas mirando los dedos, los anillos, las pulseras y sus cicatrices intentando reconocer algo de las suyas en las de los demás. Adivinas las trayectorias que siguen esperando que el brazo las una al cuerpo que añoras.

“Contemplo la verticalidad desde el borde de una ventana”

El insomne vive en el balcón mientras todo el mundo respira sin saber que lo está haciendo. Empieza mirando al cielo para cerciorarse de que es de noche y acaba mirando lo que tiene debajo, “porque lo triste es que nosotros, sólo podemos caer” y eso se repite como se repiten las horas en vela. Este trastorno impide que controle sus huesos y, por ende, tampoco su estómago. Intento hacerme un cigarro pero ya no tengo manos. Antes las tenía frías y eran las suyas las que me lo liaban, ahora no tengo ese apoyo tan absurdo, pero tan cotidiano, que vuelvo a pensar en sus uñas mordidas y en el sudor que tanto odiaba ella y que me encantaba sentir a mí.

Es lógico que nos acabemos recluyendo en “camas sucias y en ojos abiertos” si no tenemos nada más y nos damos cuenta cada noche. Camas de 90 que se hacen enormes. Eso a lo que Alicia Louzao llama tristeza o posibilidad de recuerdo se afinca en la pared en la que proyectamos las historias que inventamos. Eso es Manual para la comprensión del insomnio, una pared en la que se ha proyectado la noche de quien no duerme y convierte esas horas en “instrumental de la memoria”. Nos acercamos a la pared, intentamos acercar la cara a las imágenes, pero no podemos hacer justicia a la memoria como nos gustaría.

El insomnio es una especie de castigo en el que podemos llegar a encontrar pequeñas recompensas. Las horas que no deberían de formar parte de tu actividad diaria se convierten en una vida extra en la que puedes abrirte camino en ti mismo. Estas semanas estoy volviendo atrás en cada uno de los días con ella, estoy escribiéndome a mí mismo lo que recuerdo y lo recuerdo todo. A pesar del daño que me puedo hacer. El proceso es largo, pero algún día sabré liar un cigarro sin alterarme.

“Y le van creciendo las uñas, y se va cubriendo de polvo y de sudor, y le va creciendo el pelo cada día

y duerme”.

Podría ser peor, Alberto Acerete

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