Hágase mi voluntad: La mujer que no soy

“No me busques en la mitología.
No me busques en la historia.
No me busques en la ciencia.
No me busques en la religión”

En la normatividad se vive cómodo. Es como una siesta estando de vacaciones. No tienes que hacer nada. En esa posición lo difícil es pensar en hacerlo y obligarte a trabajar a ti mismo sería esforzarte innecesariamente. La normatividad es poner el aire acondicionado al máximo para poder taparte y acurrucarte en pleno agosto.

Hablé con Ángelo Néstore sobre Hágase mi voluntad (Pre-Textos) y le expliqué que leerlo ha sido como ver un abrazo. Abrir los brazos a su masculinidad y su feminidad para que se aproximen tanto el uno con la otra que acaben por entenderse. Deconstruirse hasta ser algo más que un nombre. En un abrazo todo se para en mitad del proceso, las personas dan parte de sí mismas para generar algo nuevo. Los poemas le sitúan en “un espacio trans, intermedio, el espacio de opresión/oprimida del cuerpo”.

“Salgo del vivero como quien desea salir de su propio cuerpo.
La mujer que no soy se parte, pero no se rompe”

La mujer que no soy ni seré se parte a medida que subrayo las frases de los poemas. Mientras leo noticias de violaciones, asesinatos, juicios y condenas. En un portal de la avenida la historia en sentido único, el mundo gira. Néstore escribe sobre lo que no rompe el mundo, porque si fuera posible ya estaría hecho cubitos de hielo. Se estaría derritiendo en la palma de nuestras manos.

Una mujer limpia un portal en el que otra estuvo anoche arrodillada, llorando mientras “la muerte se cuela en su boca pixelada”. El barrendero arranca el chicle que se cayó de esa misma boca intentando gritar antes de que la empujasen hacia la entrada y un vecino lleva bajo el brazo el cuerpo de mujeres torturadas. Ese mismo bloque tiene una persiana bajada en la que entra la luz justo por una rendija en la que acercar el ojo y ver a un adolescente abrir una ventana de incógnito, escribir Porntube y mirar a una chica que gime de dolor rodeada de cinco hombres. La imagen en plano secuencia de todas estas situaciones me impide seguir leyendo Hágase mi voluntad porque el hombre que sí soy también se parte sintiéndose partícipe de todo.

¿Y si otros adolescentes ahora no lo son y te piden el DNI o te preguntan a dónde vas? ¿Y si les saludas por tu barrio comprando el pan ajeno a su historial de Internet? ¿Y si tu vecina está lavando la camiseta de una hija que ya no se la va a poner nunca más?

“Mi estirpe es un vagón repleto de hombres
que se arrancan el último botón de la camisa y abren las
piernas”

A la vez, en la misma calle, se cruza un tren con un vagón en el que me imagino haciéndome pequeño. Buscando la salida al bar para esperar hasta llegar al mismo final que el resto. Pido un café y hago gárgaras con la historia dándome cuenta de que yo también soy ellos. Soy un bestia. La única salida es pensar en el amor. En ofrecer “el cuenco de mis manos” y que me lo ofrezcan. Bebería cerveza caliente del cuenco de tus manos y lo sabes. Ahí fuera les oigo decir amor cuando quieren decir privilegio y cada día lo entiendo menos. Escupen sus bebidas gritando sobre las denuncias falsas, huyendo cualquier compromiso con y para el bien ajeno. Lo niegan todo menos a sí mismos. Y me sorprendo únicamente pensando en beber del cuenco de tus manos aunque es imposible. Todo lo que digo es desde “mi clase media, desde mi cama, acomodado”. Se te hace insoportable vivir en lo habitable porque no lo conoces. Pero si me ves, salúdame.

Soy de los peces blancos que viven lejos de la orilla aunque lo niegue. Deconstruirse es demasiado esfuerzo pero pasear con los peces mestizos y con intentarlo no sirve. Lo ideal sería ser hombres sin que nos nombrasen, vivir en la orilla sin temer a la luz. O, al menos, que vivir alejado de la orilla no sea sinónimo de ser un gilipollas y no haya lugar equivocado en el que marcar la equis.

“¿Qué ha quedado de mí,
de aquel chico fuerte y comprometido,
que juró segar el trigo limpio de este mundo
para llenar de pan las manos de su madre?”

Nada, no ha quedado nada. Aquí es cuando el abrazo se vuelve más tenso porque la muerte forma parte del proceso. Condiciona la vida. Las ideas amenazan con acabarse, los cortes trazan una línea roja hasta el suelo donde te sientes cerca de quien ya no se siente condicionado por ella. Ahora en él se funden el niño que escarba en el parque y el adulto que cava un hoyo en el jardín. Néstore dice que se empeña en habitar algo que aún no le pertenece. Pero Ángelo, nada nos pertenece. Por eso lo de resignificarse hasta convertirse en polvo. Hágase mi voluntad abre los brazos a Actos impuros y Adán o nada para abarcar todo un proceso de deconstrucción que no sabemos cuando acaba. Nunca sabes cuando entras al nicho. Cuando estás en “la utopía perfecta:
sin hombres o mujeres,
todos extranjeros”.

Cuando empieza algo.

Con Hágase mi voluntad, Ángelo Néstore imagina y redacta una hermosa transición poética y política que te tuerce la mirada. Se culpa y te culpa. En su poesía he encontrado uno de los puntos en los que puede que se llegue a reconocer dónde empezar algo. Hágase su voluntad.

“Pienso en mi madre, en mi padre y en mí,
convertidos en polvo,
una familia sin descendencia, mediterránea,
unida en la muerte como nunca lo estuvo en vida”

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