El extranjero, de Albert Camus, es una “guía moral e intelectual de la generación llegada a la madurez entre las ruinas, la frustración y la desesperanza de la Europa de la postguerra” que representa a una generación llegada a la madurez entre las ruinas, la frustración y la desesperanza de la Europa del odio, el miedo y el ‘estudia para trabajar en lo que te guste’.
Meursault no es solo un hombre alienado por la monotonía del autómata. El protagonista de la historia es una oda a la misantropía. Si todos somos Henry Miller por el amor que nos mueve, todos somos Meursault por el odio que nos deja quietos. Leí este libro en el instituto gracias a un profesor al que nunca voy a olvidar, porque me sacó de la adolescencia con mil películas, libros y museos a los que por mi cuenta nunca hubiera ido.
“Había bebido casi un litro de vino y sentía calor en las sienes. Fumaba los cigarrillos de Raymond porque había agotado los míos. Pasaban los últimos tranvías y llevaban con ellos los ruidos ahora lejanos del barrio. Raymond seguía”
Meursault no es tan diferente a nosotros. A mí. Yo también oigo sin escuchar, observo lo que me rodea porque es imposible de alcanzar y controlar. Me gusta perderme en mí, darme cuenta de que sigo un camino igual al resto y que escribir no me hace especial. Sus tres disparos son mis tres disparos.
Es imposible sentirse culpable en un mundo en el que quieren echarte la culpa de todo. Intentar hacerse responsable de algo cuando nada depende de ti es una locura. Y la dictadura de las frases motivacionales, los libros de autoayuda y perseguir la felicidad no hacen más que confirmar eso.
“Finalmente, recuerdo tan solo que, desde la calle, atravesando todo el espacio de salas y estrados, mientras mi abogado seguía hablando, el sonido de la trompeta de un vendedor de helados llegó hasta mí. Me asaltaron los recuerdos de una vida que ya no me pertenecía […] Toda la inutilidad de lo que hacía aquí me subió entonces a la garganta y no tuve más que el apremiante deseo de terminar, volver a encontrarme en mi celda y en ella el sueño”
Orwell predijo una distopía marcada por el control del pensamiento, la base de todo acto. Camus predijo una en la que directamente las personas han renunciado a pensar. Ambas conviven ahora en la realidad. La única salida es desmarcarse y, con suerte, alguien te acaba dando un pase al hueco. Con mucha suerte. Porque este mundo es fútbol de barro, faltas, empujones y goles de rebote. Es un beso y un puñetazo todo seguido, sin que te dé tiempo a procesar ninguno de los sentimientos que ambos te provocan. Porque caes a la lona antes de todo.
El extranjero ayuda a entender esto. A entender la muerte, la justicia, el amor y el trabajo. Sonreír y divertirse en un mundo así es posible, por supuesto, pero hacerlo sin saber todo eso es ser tonto. Prefiero ser un loco.
Escritor, periodista cultural y librero en la librería 80 Mundos. Codirector de todo esto. He colaborado en medios como eldiario.es o Le Miau Noir. Formo parte de la antología Árboles Frutales (Editorial Dieciséis, 2021) y Odio la playa (Cántico) es mi primer libro.
Pues yo no creo que todos seamos Meursault. A mi entender, el protagonista estaba perdido en la monotonía y sumido, demasiado, en la tristeza. Entiendo que Camus hable de un mundo cruel, que a veces no entienda a razones y de la soledad que es a veces vivir en éste. Pero a veces sonreír cuando el mundo está loco a veces es la mejor solución, y no dejar de sentir y olvidarse de las emociones.