Nadie sabe quién es Mavrogenous

“Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido”
Antonio Gramsci

Desde que se despertó en mí la conciencia de historiador, tiempo ha, siempre me ha rondado la cabeza la reflexión de qué hacer con el conocimiento que adquirimos. Tradicionalmente, la esfera pública ha sido esquiva para los historiadores/as que, tras terminar sus estudios, debían escoger fundamentalmente entre dos caminos: la docencia o la Academia. Huelga decir que hay más, pero tampoco vengo a hablar de eso.

El caso es que, desde la Academia, lugar natural de muchos de los que se (nos) dedican(mos) a esto, se ha tendido a desprestigiar continuamente los trabajos divulgativos, ya que todo aquello que no producía un beneficio en puntuaciones curriculares era un trabajo inútil. Una paradoja que se ha arraigado en la conciencia humanística consecuencia del devenir de un sistema que entiende la explotación intelectual en términos económicos; eliminando el desinterés y el altruismo en todas las acciones que se presten.

Sin ir más lejos, desde la Academia, pese a que desde hace unos años una ínfima resistencia parece haberse despertado de este letargo taciturno, sigue apegada a estas ideas. La divulgación significa publicar, extender, poner al alcance del público algo. Dicho de otra manera: democratizar el conocimiento cual sea que fuere. Así pues, desde mi punto de vista, realizar esa democratización del contenido es una responsabilidad por parte del historiador/a. El pueblo es un productor de contenido histórico permanente y continuo. De nada sirve ese contenido producido si, quienes tenemos las herramientas necesarias para trabajar sobre ello, no hacemos nada.

Es más, el abandono del pueblo por nuestra parte ha hecho que los principales referentes históricos no sean profesionales de la Historia; ergo, las páginas se han llenado de panfletos ideológicos que contaminan lo que tocan. Es nuestra responsabilidad la divulgación de calidad (honesta, rigurosa, colaborativa, participativa), no ya sólo por hacerla, sino para que aquellos que quieran acercarse a ella en sus diferentes medios puedan acudir a nosotros/as.

Cuando me planteé empezar a divulgar, mi «línea editorial» no respondía a la pregunta ¿para qué?; sino que era llanamente ¿por qué no? Nadie me ha pedido que hable de la Grecia del siglo XIX, ni de nacionalismo ni de revoluciones. Simplemente lo siento como una responsabilidad, a pesar de la magnitud de la idea, para con la sociedad. Debe ser ese altruismo el que emane a la Historia Pública; sólo así conseguiremos un pueblo instruido con conocimiento y memoria histórica. Sólo así ocuparemos nuestro lugar como profesionales.

El poder compartir mi conocimiento con la gente no busca otra cosa que no sea la gratificación que supone saber que alguien que viaje a Grecia, a raíz de haberme leído/escuchado, despierte interés por su historia, se cuestione diferentes cuestiones de actualidad y aprenda. Gracias a ello, llegará un momento en el que esa persona sepa reconocer el busto de Manto Mavrogenous en el puerto de Mykonos (que, por cierto, fue una revolucionaria griega considerada por muchos una de las grandes heroínas de la guerra gracias a su contribución política y económica para sostener a las fuerzas revolucionarias). Sólo entonces sabré que habré cumplido como historiador.

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