Yo no tengo tatuajes. Ciertamente, grabar algo sobre mi piel de manera “definitiva” siempre me ha parecido excesivo. Quizás, la ausencia de ídolos, de líderes o de convencimientos tiene que ver en mi distancia hacia esta forma de resistencia. Sinceramente, no sabría qué tatuarme. No, tampoco un escudo del Hércules. Aunque, si soy sincero, hay una idea que me ronda la cabeza desde hace un tiempo: yo solo me podría tatuar el número del teléfono fijo de la que fue mi casa.
965256866
Este es el teléfono de mi casa y ya no existe. Dejó de tener sentido, porque ya no había casa. Fue el teléfono de mis dos casas: En Garbinet y en Pintor Xavier Soler. Seguramente yo ya no vaya a tener ningún otro teléfono fijo nunca más y, con permiso del nuevo Gobierno, la cosa pinta fea para que yo vaya a tener una casa como la pudieron tener mis pares.
En Ordesa, Manuel Vilas cierra el libro con un precioso poema a la muerte de su madre. Lo titula con lo que fue el número del teléfono fijo de la casa de sus padres:
974310439
No volveré a ver nunca
tu número de teléfono en la pantalla
de mi teléfono móvil; tú, que te quejabas de que no tenías uno,
de que yo no te regalara uno,
te juro que no hubieras sabido hacerlo funcionar,
lo habrías tirado por la ventana,
como yo haré con el mío esta noche del supremo delirio.
Porque eras un número de teléfono, cincuenta años
en ese número encerrados: nueve siete cuatro, treinta y uno,
cero, cuatro, tres, nueve.
Márcalo ahora,
márcalo si tienes valor y te contestarán
todos los misterios inconmensurables: el tiempo y la nada,
la ira roja
de los peores huracanes celestiales,
la árida y blanca nada convertida
en una mano negra.
Perder un número fijo de teléfono es perder una de las primeras referencias que aprendiste de pequeño. Lo más probable es que tus padres te lo enseñaran cuando apenas estabas comenzando a hablar y que así, si te pasaba algo, pudieras llamar a casa.
Yo ya no puedo llamar a ese número y que yo no pueda llamar a ese número implica que ya no hay nada que preguntar porque ya nadie que a mí me importe vive allí. Ya no puedo llamar a ese número desde Madrid para preguntar por Paula. El adiós a ese número es el adiós a una referencia básica, a una cueva a la que acudir a encender un fuego. Ya no hay castillo, ni nada que proteger, ni nada que salvar.
Esos dígitos son la contraseña de mi pasado. Es el número desde el que hablaba con mi abuelo por las noches: “Adeu, bona nit”. Es el número que daba a mis compañeros de clase, para que lo apuntasen y me pudieran llamar para quedar al igual que yo apuntaba los teléfonos de sus casas. Es el número de contacto que aparecía en todos los registros familiares. Bendita administración. Nada reconforta más que poner todos tus datos uno detrás de otro. Detrás de la burocracia está la seguridad: tienes un DNI, un teléfono, una dirección, una fecha de nacimiento. Todas son claves para reconocernos y ser alguien. Necesitamos datos para existir.
Echo de manos el sonido de los tobillos de mi padre al ir de un lado a otro de la casa por el pasillo. Echo de menos los sándwiches preparados la noche anterior y guardados en la nevera. Echo de menos no poder hacer ruido. No tener que fijarme en la manera de abrir y cerrar las puertas, en si he dejado el pestillo pasado o no. Me he ganado una potestad de generar sonido que, sin embargo, crea un gran silencio. Echo de menos escuchar la radio en el balcón, ser el último en apagar la luz. Echo de menos mi habitación: en la que hice todo por primera vez. O casi. Echo de menos a mi madre dormida en el sofá. Echo de menos su imagen con Paula en brazos y que me pida que le deje el teléfono cerca, a mano, por si hay que llamar o por si nos llaman.
Echo de menos que por tener ese puto número fijo Movistar nos regalara un paquete básico con Cero, y mi padre pudiera ver Buenafuente. Ahora no tenemos ni teléfono fijo, ni Buenafuente. Ahora cada uno de los tres que hemos sobrevivido al terremoto tenemos una mierda de tarifa que no quedará en la retina de nadie y sobre la que nadie escribirá un poema ni de los de Instagram.
Marcar ese número de teléfono en mi móvil es imposible. No me atrevo, claro. No podría soportar llamar y que nadie descolgara. Pero, sobre todo, no podría soportar que alguien descolgara.
Y, en el fondo, como siempre: me siento afortunado. Yo, que no creo en casi nada, creo en mi infancia. Creo en lo que representa ese número de teléfono para mí. Creo en el amor, en que amo a todas las personas que frecuentaron esa casa y ese número de teléfono. Y doy gracias por haber sido tan querido. Esa es mi única herramienta para seguir: saber que ese amor existió, existe y existirá.
(Alicante, 1994), es productor y guionista de ‘Un tema Al Día’ en elDiario.es. Periodista, se especializó en audio en el Máster de RNE por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en ‘No es un día cualquiera’ o ‘De pe a pa’ de Radio Nacional de España y en la productora Osmos Global. Escribe relatos y artículos en Poscultura.