Siempre me costó el cambio. Dar ese paso adelante y sentir la ansiedad del miedo a lo desconocido. Al igual que yo, Simeone tiene miedo al cambio. Y hoy el Borussia Dortmund llega al Metropolitano para enfrentarse al recuerdo de un estilo de juego concreto asociado a un Atlético de Madrid histórico que impide ver la necesidad de un cambio. Como ocurre en las relaciones, al final los implicados son los más ciegos. O simplemente -como nos ha ocurrido a todos- no quieren verlo y se aferran a ‘su mentira’ . Pero cuando la zona de confort ahoga más de lo que reconforta es momento de quemar puentes y salir huyendo hacia delante sin girar la cabeza. Porque normalmente mirar atrás significa dar media vuelta y volver al paraíso diario. A la eterna encarcelación voluntaria.
Simeone triunfó dando una identidad reconocible al Atlético de Madrid: un repliegue (muy) bajo, una seguridad defensiva histórica, éxito en el balón parado, un contraataque mortal, volantes con visión de interiores y laterales con cara de extremos y alma de Peaky Blinders. Los éxitos del equipo hicieron que la identidad calara mucho más rápido y la relación estilo-Atlético se convirtiera en amor pasional a primera vista.
Tanto es así que equipo y afición nos miramos hoy como si fuéramos los mismos, obviando una desagradable realidad inmutable: todos cambiamos con el paso del tiempo. Hace años que el Atlético no es el que era. El primer síntoma de cambio fue el balón parado: tras las salidas de Miranda, Raúl García y Tiago, el Atleti perdió a sus torres y nunca volvió a generar peligro en jugadas de estrategia aunque comentaristas y analistas se empeñen en decir lo contrario. La pérdida de centímetros y de varios jugadores clave (Diego Costa, Arda Turan…) sumado a la aparición de nuevos jugadores (Koke, Saúl o Griezmann) hicieron del Atleti un equipo con más calidad asociativa y menos desborde en tres cuartos de campo. Y finalmente, la aparición de Gimenez y Lucas ha permitido al Atleti un último cambio muy significativo: poder acercar la línea de sus defensas al centro del campo y defender a campo abierto. Quizás no sea un cambio, sino una evolución de ‘algo’ ya latente.
El problema de la zona de confort no es estar en ella, sino quedarte cuando necesitas salir. Quedarte cuando sabes que ya no eres el mismo y tus necesidades son otras. Quedarte porque perder duele y el miedo al dolor es más sensato que el optimismo. Porque perder es lo normal y duele, ya sea por un gol en el 93 o por un ruptura. Aferrarse a lo conocido es lo más sensato. Simeone lleva años intentando un cambio que tiene en su interior pero que no consigue materializar. Después de intentarlo siempre vuelve a dar un paso atrás a la seguridad de su zona de confort. Un juego -digamos- más defensivo que asocia al éxito reciente. A veces seguimos viendo ese rostro adolescente bajo las pequeñas arrugas que ya empiezan a asomar.
No quiero ver a Simeone aferrado a una identidad en la que sus jugadores ya no creen y convertido en una de esas parejas que siguen juntas por miedo; donde el pasado pesa más que el futuro y el presente es poco más que una ironía. Quizá es hora de aceptar que no somos los mismos que cuando nos conocimos y que aquel niño imberbe ha crecido y tiene otras necesidades. Quizás es hora de darse un abrazo y separarse aceptando que fuimos el uno para el otro hasta el momento en que dejamos de serlo; sin dramas. Y así, con una honesta sonrisa, hacer las maletas y avanzar hacia el único destino posible: La final de Champions en el Metropolitano.
Sociólogo retirado y periodista amateur. Escribo de música porque es lo que ahora mismo me llama la atención, el día que deje de hacerlo me verás escribiendo sobre otras mil cosas: cómics, cine, literatura… lo que sea. He estado en mil y un proyectos pero nunca como en casa.