Estornudo al otro lado del tabique

La madrugada del 10 de enero mi compañera de piso estornudó. La verdad es que esta frase no da lo que promete y como comienzo de una novela no valdría gran cosa. Uno esperaría que en lugar de “estornudó” hubiera un “se arrojó por el balcón”. Por suerte, no tenemos balcón. Esta es una historia cotidiana, de tabiques y gripes. La casa estaba a oscuras, todos intentábamos dormir y ella estornudó.

Si el dolor me parece una de las sensaciones más inesperadas, traicioneras y poco previsibles que las personas podemos llegar a experimentar, la nostalgia no se queda atrás. La nostalgia es redundante, plomiza y, por encima de todo, pegajosa. Se te mete en el ojo como una mota de polvo y ya te cuesta horrores quitártela de encima. Cuando escuché el estornudo de mi amiga Laura, viajé en el tiempo. De pronto me vi en la Avenida Pintor Xavier Soler. En un noveno piso. Escuché a mi hermana estornudar al otro lado del tabique de mi habitación.

Es solo un estornudo. No sucedió nada especial o característico que pudiera llevarme a Paula. Sin embargo, aquel estornudo rebotado en las paredes de la casa, lejano a mi cama e intrascendente para el común de los mortales, me transportó a otra dimensión. Este suceso me ha llevado a releer algún pasaje de la última novela de Juan José Millás ‘Que nadie duerma’. Dice así:

“Durante esos días, compró algunos discos (Carmen, La traviata, Aida, El barbero de Sevilla), cuya escucha, en su aparato reproductor, no solo no la conmovía, sino que acababa poniéndola nerviosa. En cambio, cuando estas composiciones llegaban a su apartamento a través del respiradero, dejaba de estudiar, iba al cuarto de baño, se sentaba en el bidé o en la taza del retrete y se moría literalmente de amor, no sabía de amor a quién, en todo caso a alguien de otra dimensión, como si la música auténtica perteneciera a una instancia diferente de la realidad en la que ella vivía y se colara en la suya a través de los tabiques que separaban esas dimensiones. Esta idea, obtenida de un artículo leído en internet, le provocaba una fascinación a la que no podía sustraerse.”

¿Cómo no he podido darme cuenta? Hay un nexo evidente entre los estornudos y los tabiques: la nariz. De hecho, cuesta no coger carrerilla y, cuando decimos tabique, no acabar añadiendo nasal. Me he ido a la RAE y esta es una de las acepciones de tabique:

“División plana y delgada que separa dos huecos. El tabique de las fosas nasales.”

Dos huecos que pueden ser los dos huecos de la nariz o dos planos distintos de la realidad. Como poco: la realidad cotidiana que palpamos; y la realidad que sentimos y a la que nuestro cerebro le cuesta poner nombre. A mi hermana Paula le asustaban los estornudos. Aquel que viniera a mi casa debía huir si le entraban ganas de estornudar. Todos menos yo. A mí me consentía eso y mucho más y mis estornudos le provocaban más risa que nervios. Una de nuestras bromas recurrentes era fingir que yo estornudaba. Le provocaba una adrenalina con la que se lo pasaba en grande. Yo hacía mi actuación: “¡Achíiiis!”. Todavía hoy, cuando alguien estornuda, me sorprendo porque le respondo “achís” en lugar de “Jesús” o “Salud”. Perdónenme.

¿Acaso no me esperaba escuchar estornudar a nadie más en toda mi vida? No es así. De hecho habré escuchado y oído a lo lejos cientos de estornudos desde que ella ya no está. Sin embargo, fue este, en la oscuridad de la noche y a través de un tabique, el que me conectó con ella. Al volver a la lectura de Millás he caído en la cuenta de varias cosas. A saber:

  • Lo sutil siempre será más fuerte que lo evidente. La imaginación siempre tendrá mayor capacidad de convicción que la imagen. Por eso me gusta la radio y por eso prefiero los estornudos con tabiques de por medio.
  • Lo enigmático, lo oculto, nos atrae. Por ello existen los voyeur y por eso ponemos la oreja en las puertas para escuchar conversaciones ajenas. Si todo eso se nos mostrase sin filtros, gran parte iría a la basura.
  • Los grandes amores están basados en la creación. En la creación del otro. Preferimos ponerle rostro nosotros. Por eso, como también reza la cita inicial de la novela de Millás Desde la sombra: “Todas las historias de amor son historias de fantasmas”.

El amor que nos teníamos con Paula era de dimensiones gigantescas pero también era sutil, enigmático y creador. Jamás fue necesaria ninguna palabra para saber nada de todo esto. Tan solo, con su mirada, bastaba. Puede que mirándonos llegáramos a conocernos más que muchos hermanos que tienen la capacidad de hablarse. Ese amor tan profundo, tan misterioso y que atraviesa los confines de la galaxia y sobrepasa lo que como humano puedo llegar a entender es la respuesta. O, al menos, es una de las respuestas en esta maraña de sentimientos, nostalgias, recuerdos y de puntos ciegos. Porque solo a través de esta oscuridad por la cual no se ve nada fui capaz de comprender. Ese 10 de enero Paula habría cumplido 17 años.

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