El extraño caso de Carl Van Vetchen

Que la fotografía ocupa un lugar cuanto menos curioso en nuestra sociedad parece algo obvio. Mientras que otras manifestaciones culturales, desde hace más o menos un siglo, dialogan sin miedos ni ataduras (arquitectura y pintura son un tándem indisociable desde la Bauhaus), la fotografía sigue siendo una gran incógnita, fruto de los saltos al vacío que se ejecutaron en el complejísimo y fundacional siglo XX.

Curiosamente, nuestros abuelos mantenían una relación, y ahora sorprende expresarlo por escrito, más saludable con la imagen, al menos no estaban supeditadas a ella, que la desplegada por nuestra generación de “usuarios” (las palabras a veces sí hieren) de cámaras hiperevolucionadas e integradas en unos aparatos móviles que facilitan un consumo masivo, así como la explotación de una historia, esto es, nuestra historia, que poco o nada se diferencian de la del vecino a pesar del logo del móvil.

Todo esto me ha llevado a pensar, en un momento de reposo y sosiego tras las clases virtuales que tan estoicamente soportan mis alumnos, que la Fotografía (la mayúscula es mía) debería proteger con argumentos más que solventes ese halo de misterio, complejidad, humanidad y ambición artística que la espoleó desde su aparición allá por el siglo XIX. Recobrar, no tanto su pétrea función social, esa es una lucha ya pérdida, sino su rebeldía como forma de expresión autónoma capaz de evocar sin palabras, como la buena literatura, aunque sea esta una paradoja perentoria, emociones que no se expresan ni con diez mil tuits en cadena.

Escudriñando en mi biblioteca conexiones imposibles entre literatura y fotografía, una de las tantas obsesiones que rondan mi cabeza, un encontronazo fortuito (no diré cómo fue por respeto al lector) me condujo hasta un autor y un libro que representan sin duda alguna el estado emocional en el que me hallo inmerso estos meses.

El Paraíso de los Negros (Editorial Pre-Textos, 2018) es un festín literario diseñado por uno de los autores más refinados y también olvidados del pasado siglo: Carl Van Vetchen. Conmovido como estaba por una lectura tremendamente sugerente, que se enlazaría con lo dicho hasta el momento, de un pequeño y hermosísimo texto de Gertrude Stein, (las conexiones, ahora que lo pienso, lo son absolutamente todo si hablamos de las ideas), el apellido Van Vetchen (con esas V tan bonitas) apareció en no pocas ocasiones. Mi curiosidad, que a veces posee buen juicio, me hizo rastrear su nombre, y para mi sorpresa, porque fue toda una sorpresa y un hallazgo en mi obsesión foto-literaria, resultó que Carl Van Vetchen no solo era un escritor destacado (y olvidado injustamente, insisto) de la denominada como Generación Pérdida, aunque no entendamos a qué nos referimos con ese manido término, sino que fue uno de los fotógrafos y retratistas más destacados de unos años gloriosos para la pluma y la cámara. Como digo, Van Vetchen, además de albacea de la Stein, y un sólido escritor de novelas y críticas muy variadas, así como de un hermosísimo libro de gatos titulado, El Tigre en la Casa: una historia cultural del gato (Sigilo Editorial, 2018), fotografió casi al completo el Renacimiento del Harlem, uno de esos movimientos culturales que no podrán repetirse por la fuerza irrepetible de sus componentes, coincidiendo en tiempo y espacio, es decir, en el salón de su casa, tanto con escritores consagrados (Theodore Dreiser, Henry Miller o mi adorado Sherwood Anderson) como con artistas de jazz relucientes de talento (Bessie Smith, Billie Holliday) o actores que iniciaban su trayectoria (Marlon Brando) y que posaron ante unos ojos entrenados por años de lectura y observación minuciosa.

Lo simpático de este asunto no es ni mucho menos que me encontrase con un libro, he dicho que la edición de Pre-Textos es una joya absoluta y un tesoro inagotable, que ha resultado ser una sorpresa para los sentidos. Lo realmente significativo de todo este asunto es que, tras indagar en los fondos de la biblioteca Beinecke de la Universidad de Harvard, donde gran parte del archivo de Van Vetchen se aloja de forma gratuita para su consulta y disfrute, no he cesado de creer ni un por instante que la fotografía y la literatura están predestinadas a entenderse.

Dicho de otro modo, y a modo de epitafio, porque estas ideas sobrevuelan mi cabeza y quiero dejarlas estar por un rato: cuantos más libros lea uno (¡creedlo!), mejor observador será; y, por el contrario, cuantas más fotografías observes, estudies o admires, y en algunos casos, confieso que yo soy uno de estos, recortes o descargues para colgar de tu habitación o despacho, más cerca estarás de conseguir lo que podría denominarse como una mirada poética. No pensemos que la literatura acaba en las palabras y la fotografía en las imágenes. El caso de Van Vetchen es un buen ejemplo. El trasvase de información siempre es continuo, nunca anecdótico, y la mirada, insisto en la palabra porque me parece una de las hermosas que tenemos, se convierte en nuestro más preciado don.

Leer los libros y las fotografías de Carl Van Vetchen es una experiencia reconfortante, no tanto para el espíritu, que también, más para con la vida de aquellos que se niegan a encerrar su existencia en una caja de cerillas.

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