¿Dónde acaban las pelotas que perdemos en la infancia?

¿Dónde acaban las pelotas que perdemos en la infancia? Las que adquieren tanta altura y potencia que sobresalen muros, edificios o vallas. Fronteras, vamos. Seguramente todas las buenas historias son historias de frontera y, por eso, cabe preguntarse en qué tipo de realidad terminan esas pelotas, porque sin duda es una dimensión que no alcanzamos a comprender. Ayer pensé que el otro lado de la frontera es quizás el futuro. Lo barruntaba al ver una piscina rodeada de pelotas de tenis, perfectamente colocadas, por lo que aquello claramente respondía a un plan de ficción que yo quería conocer.

No tardé en irme de allí. No podría haber soportado que viniera alguien, las cogiera o dijera algo del tipo: “no se han movido en todo el día; están tan cual las he dejado esta mañana”. Mira, vete a la mierda. ¿Quién te crees que eres para quebrar un relato a mitad? No te quiero ver ni en pintura. Por suerte aquello no sucedió. Todo el mundo sabe que esas pelotas son las que mis amigos y yo perdimos en su día, hace más de quince años, quizás peloteando en la pista de tenis de la urbanización de Rubén. Desde luego, no se puede decir que aquello que hiciéramos era jugar al tenis. Yo no recuerdo colar ninguna pelota, porque bastante tenía con golpearla cuando llegaba hasta a mí. Aunque, conociéndome, seguramente habría pasado de no llegar a ella a mandarla a tomar viento.

Las pelotas eran las mismas; yo no era el mismo. No es que yo ahora sepa jugar al tenis, tampoco nos pasemos. Hay realidades que el mundo es deseable que no experimente. Una de ellas es verme a mí con una raqueta en la mano. A pesar de eso, es evidente que yo no soy ya aquel adolescente y también es evidente que, de alguna forma, siempre lo seré. Lo que no supe en aquel momento es la respuesta a por qué precisamente en ese instante el pasado me devolvía esa verdad; por qué ayer recibí ese recuerdo tan moldeado y manoseado por mi imaginación.

Pensé entonces que el pasado siempre vuelve. Que lo que fuimos nos persigue, nos perseguirá siempre y que no nos queda otra que seguir peloteando con esa realidad que vivimos. Con un poco de suerte, con un mínimo de acierto, conseguiremos pasarnos unas cuantas bolas de un lado a otro de la pista. Otras, acabarán de nuevo sobrepasando un muro, cruzarán la frontera y volverán a ser parte de nosotros en otro momento de nuestra vida. Esas son las preguntas que siempre nos acompañan y que nunca sabremos contestar. Otras, a fuerza de jugar con ellas, acabaremos por dominarlas. Con un poco de suerte y de cariño, acabarán convertidas en ficción y abrazaremos para siempre al niño que fuimos.

Me reí al pensar en esta especie de Match Point cutre, porque lo que estoy contando lo contó ya Woody Allen en el inicio de esa película con la metáfora de un partido de tenis. El problema es que sus personajes suelen ser gente adinerada, de clase alta, a los que no les preocupa especialmente perder pelotas de tenis. Lo máximo que les pasa es que, en algún golpeo, se quedan en la red, y caen de un lado o de otro. Por tanto, la suerte se inclina hacia uno de los jugadores de forma algo arbitraria. Eso está muy bien pero me habría gustado verles jugando al sol donde Rubén, en Alicante y en agosto. Lo habrían pasado tan mal que no habrían rodado ni la película, y se habrían dejado de ostias.

Mi amigo Sergio me decía el otro día que le ha pasado como a Tony Soprano, cuando siente el síndrome del nido vacío al comprobar que los patos se marchan de su piscina. A mi amigo le ha sucedido lo mismo pero con una salamandra que habitaba en su balcón. Sergio y Tony Soprano se diferencian en el tipo de casas que tienen, porque mi amigo no tiene piscina pero sí un balcón muy acogedor en el que se ven las antenas de Carabanchel. Ambos sienten nostalgia por lo no vivido, que como todo el mundo sabe, es la peor de las nostalgias. A mí me pasa lo mismo con las pelotas de tenis. Ya no están. No queda más remedio que seguir atentos, con la raqueta preparada, para jugar algo medianamente digno cada vez que la vida te ponga en pista. Cada vez que el pasado pueda cambiar el presente.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Close

Síguenos