Rosalía – El mal querer: La pureza de lo esotérico

Rosalía Final

“¿De qué sirve incidir en tus ideales si no te llego al corazón?”

(M.Kundera)

Ningún ser humano está preparado para enfrentarse a la pureza absoluta. De hecho, una idea deja de ser perfecta cuando entra en contacto con los seres humanos y en el mundo real no existe un Jean Baptiste Grenouille que pueda acercarse a la perfección. Por nuestra propia incapacidad de conocer la pureza en su estado natural, el misterio que esconde el diamante es lo que lo convierte en especial. Ese “y si…” invisible a los ojos de las personas. La cara oculta de la luna. Uno de los materiales más valiosos del mundo que nunca se presenta completamente desnudo, sino adulterado tras varios procesos químicos. Y, a pesar de su imperfección, sigue siendo un material codiciado. Quizá la pureza que conocemos es una mera parodia.

Es como cuando de pequeño te decían que no miraras al sol directamente porque te podía cegar. Probablemente, la música no se presenta de forma pura, sino adulterada. Una materia pura totalmente diferente al producto procesado que llega a la gente. Un producto filtrado y tallado a imagen y semejanza de los gurús del marketing que tanto imperan en la industria española.

Pero… ¿Hasta que punto puede existir la pureza dentro de un producto impostado? Todos coincidimos en que Rosalía es un unicornio. Un ente único dentro de un mundo de copias. Un cuerpo que rezuma pureza. El misterio de lo esotérico. Y quizá esta sea la gran cuestión en torno a Rosalía: el carácter impostado de la parte esotérica de El mal querer, su nuevo álbum. No obstante, cuando se busca repercusión se pierde calidad. Y al igual que los diamantes de un Cartier, Rosalía no es pura. Durante el proceso- que abarata costes y permite que llegue al público- pierde su condición única en pos de la reproductibilidad. El mal querer es un ejemplo de ello.

La cantante catalana lleva años estudiando el género pero fue con Antes de morirme cuando abrazó las puertas del mainstream y se presentó al público español. Un auténtico torbellino de energía y personalidad que no ha parado de estar en boca de todo el mundo desde el mismo momento de su nacimiento artístico. Y haciendo buena aquello de “que hablen de mí mal pero que hablen”, Rosalía ha copado la portada de todas las revistas especializadas durante estos tres años.

Toda la polémica sobre la apropiación cultural que envuelve a la figura de la artista tiene parte de la culpa de la repercusión de su figura. La otra -y la más importante- es su talento. Una polémica con la que no tuvieron que lidiar Cillian Murphy o Brad Pitt cuando interpretaron a personajes gitanos. Una polémica que debería girar entorno a la expropiación -y no a la apropiación- cultural. Al fin y al cabo, es simplemente una polémica que ha hecho que Rosalía siga copando todas las portadas de las revistas especializadas. Una genial estrategia de Márketing.

Rosalía no es Lola Flores. Probablemente esté más cerca de ser Bad Bunny, Taylor Swift o J.Balvin. Ella es un producto en sí misma. El gran producto español -hijo del mito romántico que construyó el franquismo- que promete pasear la decante marca España por todo el mundo. Una especie de toro de Osborne que -quién sabe- podría adornar las carreteras de Castilla-La Mancha en unos años. O Times Square. O las calles de Medellín. Ya no hay fronteras para Rosalía.

El mal querer

Rosalía no es gitana pero viene del flamenco. Su profundo respeto por el flamenco tradicional ya quedó patente en Los Ángeles (2017) y sigue siendo la corriente por la que navega la cantante catalana. Pero Rosalía es hija de los 2000 y se nota en gran parte de las influencias de su música: James Blake, Björk, Justin Timberlake e incluso su propia imagen de marca remiten irremediablemente a los dos mil y a la fiebre por el tunning. Algo que la cantante integra con naturalidad dentro de su discurso. Y no hay mayor signo de respeto hacia un género musical que asfaltar tu propio camino -con tus claros y oscuros- respetando a los que estaban antes.

“Ese cristalito roto
Yo sentí cómo crujía
Antes de caerse al suelo
Ya sabía que se rompía”

Por eso en el álbum se pueden encontrar coros y jaleos de Los Mellis o las Negris, samples de Cry Me a River en la genial Bagdad -el momento álgido del disco- o guiños a Gabriel Macandé y James Blake sin que el equilibrio del álbum se resienta. El gran mérito de Rosalía es ejemplificar con El mal querer el mestizaje de la música actual. Partir de la tradición y alejarse hasta encontrar un nuevo camino mucho más acorde a la realidad actual y -por tanto- mucho más sencillo de vender. Obviamente, Malamente o Pienso en tu mirá son dos cortes que se asemejan a las vanguardia urbana actual gracias a los jaleos a modo de ad-libs, las palmas digitalizadas y el vocoder. Sin embargo, esta influencia de la música vanguardista negra y electrónica también queda reflejada en la estructura de Que no salga la luna o en un tango como Di mi nombre.

El universo Rosalía sigue siendo lo que fue en Los Ángeles pero ahora todos hemos profundizado en él. El choque entre tradición y vanguardia queda patente si echamos un vistazo a los dos grandes protagonistas en los créditos de producción: C.Tangana y El Guincho. Nunca dos figuras podrían haber representado tan bien los dos universos que sobrevuela Rosalía. Y probablemente no hay mejor forma de ejemplificarlo que con De aquí no sales.La primera parte de este track es una instrumental compuesta por sonidos de motos que evoca directamente a la vida nocturna en el aparcamiento de alguna discoteca de polígono (y particularmente me recuerda al A Mili de Lil Wayne). Mientras que la segunda parte es un fandango tradicional y desgarrador. Una persona, dos mundos completamente diferentes.

A nivel lírico, El mal querer ha sido recibido como un cante al empoderamiento de la mujer a través de una relación tóxica que está -eso sí- perfectamente dividida en capítulos. No obstante, a medida que avanza el álbum se convierte en un desfile de símbolos perfectamente reconocibles dentro del imaginario colectivo que conforman un puzle. Una suma de piezas en las que el dolor de Rosalía es el protagonista. Más que un cante al empoderamiento, la cantante catalana convierte sus penas en un altar al que llorarle al dolor. Desde Malamente a A ningún hombre el dolor es el elemento más tangible en la obra de Rosalía.

“Cuando sales por la puerta
Pienso que no vuelves nunca
Y si no te agarro fuerte
Siento que será mi culpa”

La cantante es sólo otra víctima de una cultura de masas que engulle cualquier atisbo de originalidad en los extremos marginales de la sociedad y los empaqueta -en masa- hasta convertirlos en un producto vendible. En el caso de Rosalía, un icono generacional que utiliza símbolos tradicionalmente asociados al flamenco para poder distinguirse. Una verdad escondida tras un atisbo de mentira que no logra eclipsar el talento que tiene la artista.

La internacionalización de Rosalía

Rosalía no necesita highlighter para brillar. Tampoco apellidos. Rosalía, a secas. Sin apellidos, como dice David Gallardo. Rosalía se ha convertido en poco menos de dos años en la esperanza de la industria musical española. Un ‘all-in’ de una industria caduca y sin nada que ofrecer fuera de sus fronteras que vive -todavía- de las personas que “no escuchan música en inglés porque no la entienden”.

No obstante, dejando a un lado los juicios objetivos -o no- de su música, tenemos que estar contentos de poder asistir al nacimiento de una estrella española. Hace años que la industria nacional no se encuentra con tal piedra preciosa a la que aferrarse para evitar que el barco zozobre. Con un ‘panorama musical’ carente de originalidad, la llegada de Rosalía se convierte en agua de mayo. Y tranquilos. Ya tendremos tiempo de llorar cuando el personaje eclipse a su talento. Y probablemente esta sea la tarea más complicada del público: asumir que ‘su artista’ dejará de serlo para convertirse en una figura sin forma, digital e internacional. Rosalía nunca fue un producto para poca gente. Ella no era Yung Beef o Gata Cattana. Rosalía tenía todas las papeletas para triunfar y siempre jugó sus cartas, consciente de cada paso que daba, para llegar a su objetivo. Quizá el flamenco solo es la primera etapa de una artista multidisciplinar.

Pero de momento tenemos que celebrar que El mal querer haya cumplido las expectativas de un público ansioso por consumir la pureza de Rosalía. De momento habrá que celebrar que Kourtney Kardashian disfruta de la música de Rosalía. O que Lana del Rey la sigue en Instagram. También de que artistas de la talla de Charlie XCX o Dua Lipa recomienden su música. Que J. Balvin colabore con ella. Hacía tiempo que España no tenía una artista tan importante a nivel internacional y deberíamos de estar todos disfrutando de ello en vez de perder el tiempo con disputas absurdas.

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