“Sigue al conejo blanco, Neo…”
Dicen que es difícil crecer en un mundo como el actual, donde los niños ya no juegan en el parque y se pasan los días rodeados de tecnologías que sus padres creen entender pero a las que le tienen miedo. Yo descubrí internet cuando todo este mundo de megabytes, tags y código binario no era más que campo donde los niños jugaban al fútbol poniendo dos mochilas para simular una portería. Entonces ya decían que mi generación le daba la espalda al ‘mundo real’ obviando que en internet hay un mundo tan real como el que hay aquí. Un mundo que no se puede tocar pero que se siente igual.
Las críticas a generaciones más jóvenes esconden un poco de miedo y mucha testosterona. Pero lo cierto es que la generación Z, la generación de los nativos digitales y los bailes del Fortnite, tiene todo el mundo a su alcance. Algo que no tuvo ninguna de las generaciones anteriores. Internet tendrá sus cosas malas pero ha permitido que un chico de un pueblo de Alicante acceda a música hecha en Detroit en los setenta y se sienta parte de algo.
La expansión de internet ha supuesto la caída de las fronteras en todo el planeta. Lo curioso es que la realidad del nuevo mundo no la escribió Orwell, sino Hemingway. Aquí hay mucho código y pocos límites. Eso posibilita la aparición de un John Grvy (Nigeria, 1991) en el país del ‘flamenquito’ y los Pablo López. Y lo que es mejor de todo es que ya no nos sorprende, gracias a la nueva ola de artistas que llevan años derrumbando la normativizada industria cultural española.
John Grvy, afincado en España desde los cinco años, pertenece a esta generación de artistas imposibles de catalogar o encasillar en un género musical. Un hijo del vertedero musical ese que llaman música urbana y que abraza la variedad de influencias con orgullo y sin vergüenza. Un catálogo de referencias que bebe mucho del pop mainstream de los 2000 y del R&B pero que no da la espalda a novedades musicales como el neo-soul, los ritmos latinos y el sad trap, y entre los que Grvy bucea hasta encontrar un equilibrio que impide catalogar su nuevo trabajo, G R I S, fácilmente.
La música como protagonista
La influencia del 808’s & Heartbreak de Kanye West en I miss You es tan clara como intencionada. Más allá de los sintes electrónicos y la clara reverencia a Kid Cudi, la primera canción de G R I S recuerda al Ye que no daba tregua a sus oyentes con constantes cambios rítmicos, de cadencias e instrumentales. Desde el uso del autotune en las voces -inspiradas en las vocales de Bon Iver en My Beatiful Dark Twisted Fantasy- que invaden la tranquilidad de la introducción y acercan I miss You a una canción pop hasta el ‘crescendo’ de la instrumental cerca del segundo minuto, que rompe con la atmósfera de la canción y le da un toque más cercano al neo soul, la introducción del disco está hecha para sacar al oyente de su zona de confort. John Grvy busca romper los esquemas del oyente para volverlos a reconstruir y volver a romperlos. Como la vida misma, el artista te exige un esfuerzo constante -y cambiante- para seguir aprendiendo.
Vivimos la dictadura de lo visual, donde triunfan canciones mediocres con buenos clips y los vídeos cuentan lo que los temas callan. Tanto es así que, durante estos últimos años, la música es el elemento que menos importa en las canciones. Letras, outfit, vídeos y hasta redes sociales han logrado eclipsar la importancia de la música en las canciones de los artistas españoles. Por suerte, John Grvy se desmarca de todo eso. Seguramente G R I S no pasará a la historia de la música por su lírica -recalco ‘lírica’, no contenido- pero la música de la mixtape es tan potente que crea su propio discurso sin necesidad de tener letras que brillen solas. Este proyecto es uno de los álbumes con un discurso más claro y potente del último año. Y todo porque la propia música es el discurso de la obra. Los tiempos, los cambios de ritmo, las influencias reconocibles en -casi- todas las canciones… ese mensaje es mucho más potente que -casi- cualquier letra porque la música vive de crear sensaciones. Y John Grvy lo consigue.
El alma de G R I S
El perfecto equilibrio entre ‘alma’ y virtuosismo musical es lo que hace de una obra algo realmente impactante. Una obra con una atmósfera y unos códigos propios. En España hay muy pocos artistas que transmitan una imagen -y unas vibraciones- tan clara como Cruz Cafuné. El canario nos ha regalado uno de los discos del año en este país y ha logrado dejar su sello personal en cada colaboración que ha hecho durante 2018. En Bvdass nos vuelve a llevar a Tacoronte para introducir los ritmos latinos por primera vez en G R I S. Una producción de Lowlight que permite a John Grvy y a Cruz Cafuné moverse entre la delgada línea que separa hoy en día la música rap del R&B. Como ya ocurrió en Maracucho Bueno Muere Chiquito, ‘Cruzzi’ transmite buen rollo y credibilidad hasta hablando de desamor porque su sonrisa siempre fue la de Ronaldinho, no la de Drake.
Y si Cruz Cafuné es la sonrisa de la música urbana española, Yung Beef es la pureza. El granadino es un ‘rara avis’. Un artista que cambió las reglas de la música urbana, ‘inventó’ un género -permitidme la simplificación-, firmó por una gran discográfica y que ahora ha dado la espalda a las majors tras su chasco. Un artista que tiene más credibilidad ahora que cuando empezó pero que sigue manteniendo pura su esencia dentro de un circo de marketing e imitaciones. Por eso no sorprende que Aderall funcione como un guante como contrapunto de Bvdass. El de Los Santos (antiguamente PXXR GVNG) se ha convertido en un ‘outsider’. En un símbolo de la resistencia frente a una industria española completamente empeñada en ‘blanquear’ la música y despojarla de toda naturalidad. El ritmo producido por Skyhook y InnerCut sigue la corriente sad trap underground tan característico del profundo océano musical de Soundcloud.
“Sólo es dinero baby, no te creas que es un progreso
ahora te enfadas pero antes solías reirte de eso”
A pesar de la clara diferencia musical entre Aderall y Bvdass, el segundo no hace más que complementar al primero y aumentar la sensación de cohesión en G R I S. Una cohesión que viene más dada por la mezcla de la mixtape que por el hecho de que las canciones sigan una misma línea musical. En este caso, la continuidad la marca el cambio de ritmo de la instrumental que convierte Aderall en una continuación de Bvdass, demostrando que las buenas mezclas hacen buenos álbumes.
Si Aderall y Bvdass aumentan la profundidad temática de G R I S, diríamos que Time y The Other enriquecen la variedad musical del álbum. Es sorprendente que ambas canciones coexistan juntas dentro de un mismo proyecto. Por un lado, la instrumental de Time podría estar firmada por Timbaland pero lo hace Dwyr, quien consigue crear una atmósfera que recuerda directamente a un himno pop de los ‘dosmil’ pero manteniendo una esencia cercana al rock y a la electrónica. Los diferentes filtros, los sintetizadores y la voz de Javiera Mena ayudan a conseguir ese toque robótico, tan digital y característico de la época. Por otra parte, The Other, que cuenta con la colaboración vocal de una espectacular Brisa Fenoy, te lanza a la piscina de los ritmos latinos y ofrece uno de los hooks del proyecto. Los múltiples cambios en la instrumental, producida por GATZ, no hacen más que enfatizar la cohesión y allanan el terreno para el cierre del proyecto.
On my Own es un tema de R&B mucho más clásico de lo que da a entender en las primeras escuchas. Siguiendo la misma estructura que las canciones del género a finales de los noventa, John Grvy está impecable sobre una instrumental muy colorida y alejada del resto de canciones de G R I S. Un cierre perfecto, en el que Sandra Delaporte consigue integrarse perfectamente en la canción. Algo que no puede decir -y esto me duele mucho- Sticky M.A. Ride bebe directamente del soft trap de Atlanta, funcionando muy bien en gran parte de la canción. Quizá estemos ante uno de los versos menos interesantes del integrante de Agorazein, desbordado completamente por la instrumental de InnerCut.
De cualquier modo, G R I S es uno de los proyectos más relevantes de 2018 en forma y fondo. Y es que, más allá de la digitalización perfectamente reflejada a lo largo de los siete cortes del disco, la forma en la que se ha creado el proyecto es novedosa en España. G R I S parece más bien una obra conjunta en el que las colaboraciones están sometidas a un bien común; al álbum. Al igual que ocurre con los proyectos de Kanye West.
Además, con G R I S, John Grvy consigue acercar la música de Estados Unidos a España: la pasa por un filtro y la adapta a un país que tiene miedo a lo que hay más allá del muro. Kodak Black, Vince Staples o Kali Uchis son artistas realmente nuevos e importantes -a nivel mundial- que aquí siguen siendo artistas de nicho. Pero España tendrá que enfrentarse algún día a la cruda realidad. Y John Grvy podrá decir que fue de los primeros locos que gritaron que había vida más allá del muro.
Sociólogo retirado y periodista amateur. Escribo de música porque es lo que ahora mismo me llama la atención, el día que deje de hacerlo me verás escribiendo sobre otras mil cosas: cómics, cine, literatura… lo que sea. He estado en mil y un proyectos pero nunca como en casa.