Estás loco

Esta mañana ha sonado el timbre. Con una actitud rutinaria me he levantado para contestar y abrir, con casi toda seguridad, al cartero. Sin embargo, al otro lado del telefonillo me he encontrado con un señor que decía: “Soy el afilador, ¿necesita afilar algún cuchillo o tijeras?”. Me ha cabreado no tener nada a mano para afilar en ese momento. De repente, un personaje de otra época se colaba en mi realidad. A los pocos minutos, ha sonado el timbre otra vez. Era el cartero. La literatura no toca a tu puerta dos veces seguidas.

En estos dos planos tan distintos de realidad se mueve casi todo. Al final, siempre es cuestión de perspectiva y de mirada. Me di cuenta hace unos meses cuando mi amigo D. me pasó el Bolero de Ravel interpretado por Dudamel.

  • Me lo voy a poner para coger el sueño – dije, por probar.
  • Estás loco – dijo con un punto de curiosidad.

El bolero de Ravel es una obra para locos, de eso no hay duda. Se trata de más de quince minutos de repetición de una composición en la que la única variación son los instrumentos que se van incorporando progresivamente. Es una buena metáfora de lo que es la vida: nos acostumbramos a una repetición de las estructuras, que son los días, a las que de vez en cuando van entrando y saliendo instrumentos, que son las personas que nos rodean. La música que se genera puede ser cansina, pero jamás querríamos salir de ese bucle porque salir del pentagrama es aceptar que ya no existimos.

El caso es que no era ninguna tontería lo de relajarse con el Bolero. Pese a ser una pieza que va in crescendo, provoca una sensación de calma muy placentera. Es como cuando los niños se consiguen dormir en brazos de sus padres o en su carrito mientras alrededor hay una buena juerga. A veces preferimos el barullo al silencio, porque el silencio nos aterra y el ruido nos indica que seguimos ahí. Mi amigo, pese a su temor inicial, acabó aceptando que era una buena opción para pillar el sueño antes de ir a la cama.

Es una paradoja: Lo que suele transmitir esta composición es energía y vitalidad. De hecho, en esta vorágine de sensaciones que me ha provocado el Bolero, se la ofrezco a Tarantino. Por alguna razón que no conozco me imagino a la perfección estos acordes en la escena en la que Beatrix Kiddo vuelve a la superficie y se abre paso tras haber sido enterrada en vida. Los golpes marcados de su puño y de la música. Todo encaja. Pero a mí me duerme. ¿El sueño y la muerte tienen una conexión? Para todo hace falta un proceso.

Como siempre, es Millás el que tiene la solución a todo. En su último libro, un diario novelado que se llama La vida a ratos, se puede leer lo que le generó un trago de vodka: “(…) pero la sensación no es de paz, sino de euforia. Lo único que necesito en estos momentos es euforia. A veces, la misma medicina produce reacciones individuales diferentes”.

El alcohol produce sensaciones contrapuestas. La música, también. No sé si ambos comparten algún tipo de raíz, un nexo desconocido o si simplemente son diferentes tipos de drogas. El alcohol sirve para el descontrol y para el ensimismamiento y eso mismo sucede en un concierto o en un adolescente con los auriculares puestos. Escuchamos música para celebrar y para llorar la pérdida. Mi amigo y yo ya somos menos locos.

Le di, a pesar de todo, una última vuelta de tuerca al Bolero. Me acordé de Rosa Montero y de su novela La carne. Aquí, su personaje femenino soñaba con hacer el amor con música clásica. Pensé que el Bolero era una pieza única para la cama, ya que va de menos a más. Sería una composición única para unos amantes creativos. Luego recordé que a mí el Bolero me dormía y me acordé de los matrimonios.

Lo tremendo estaba por llegar. Buscando información acerca del Bolero me quedé atónito y no pude contener la respiración. Resulta que Ravel es el creador de una obra maestra con evidente carácter sensual. Optó por un bolero tras sus viajes por España, en concreto, a Andalucía. Creó un ballet erótico a petición de la bailarina rusa Ida Rubinstein. Esto es lo que cuenta el musicólogo Francesc Cortés en La Vanguardia que pasaba cuando se abría el telón:

“(…) la acción se centraba en un oscuro café, donde Ida empezaba a bailar sobre una gran mesa. A su alrededor, una veintena de hombres permanecían sentados, jugando a las cartas en sus respectivas mesas. En un inicio, parecía que ninguno de ellos se percataba de su presencia. Pero, conforme la música iba avanzando y se marcaba más el ritmo obsesivo de la melodía, los presentes se iban fijando en ella, hasta el punto de no quitarle los ojos de encima, llegando incluso a babear algunos de ellos”

Juro que antes de pensar en el carácter sexual del Bolero yo desconocía esta información. Lo curioso es que Ravel no quería estas sensaciones: igual soy el único que le ha entendido mientras me dormía. Por si acaso, a mi amigo D. se lo dejé claro:

  • Esta es una composición para follar.
  • Estás loco – confirmó.

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