Iceberg. A propósito de Los diarios de la anguila.

“Llego a Santiago con un trozo de Chile dentro”
Paula Bonet

Cuando leo no sólo leo. Pero nunca sé cuánto más que leer va a ser leer el libro que leo. En Los diarios de la anguila (Paula Bonet, Anagrama, 2022) leer es la parte mínima de todo lo que (me) sucede leyendo (leyéndolo). Leo libros que parecen auto-bio-ficciones en los que el autor se empeña (con dudoso éxito) en insistir que no lo son. Y leo esta auto-bio-realidad y quisiera que lo leído fuese (sólo) una hermosa historia ilustrada (hermosa por la belleza del objeto libro: facsímil de algunos de sus cuadernos de viaje).

Leo desde un lugar muy alejado al de donde Paula escribe, pero no puedo evitar que lo leído me golpee, no puedo evitar sentirme (empáticamente) agredida en las agresiones que ella sufre (de clase, artísticas, sexuales). Han pasado varios días desde que terminé el libro, engullido en dos noches, y el dolor y el desconsuelo siguen incrustados en mi piel. En el leer que es más que leer a veces me sucede esto: me quedo dentro del libro por días. Pero son pocas veces. Muy pocas veces. Poquísimas. Cuando me pasa, escribo. No reseño, escribo. Escribo a partir de la lectura, pero sin saber si lo que escribo es sobre la lectura, sobre lo escrito o sobre cómo lo he leído. Hoy escribo porque necesito hacer algo con las palabras y los dibujos de Paula, con su valentía, con su lucidez, con su houdismo y con sus miedos.

En Los diarios de la anguila (diario de viaje -Marrakesh, Chile- aderezado con reflexiones y postfacio-confesión en el que amplía lo escrito en su anterior novela: La anguila -Anagrama, 2021-) el énfasis no está en lo dramático (que aséptico puede ser un adjetivo), sin embargo, lo amargo pesa tanto que la luz que desprende a mí se me nubla con la tragedia, la angustia y la desolación.

Siento el libro como un gran iceberg. La fuerza del hielo despuntando sobre el agua: majestuoso, iluminado, blanco, puro y real. Y en su contrapeso la parte de la devastación sumergida, un témpano de puro plomo: oscuro, lacerante, castrador, terrorífico y también real. Intento hacer un balance, un recuento positivo. Dividir el iceberg en dos mitades exactas. Pero me temo que no será posible. Que el volumen de letras se parecerá más a la masa de un bloque polar.

Todas las palabras son de Paula. Comienzo el inventario.

La parte luminosa, pura, liviana y etérea la fijo en mi mente desde la sonrisa de Roser Bru, fotografiada y escrita. Y sigo, zahorí de palabras bellas: azul de Prusia, mancha, mermelada casera, vínculo, aceites, sandías, Gran Atlas, Camón, dátiles, ostras Calbuco, Medina, “nomás”, bereber, Taller 99, azotea, quiltro, Andes, Pol, Daniela, henna, té, hierbabuena, patta-mayo.

Y pájaros muertos (sí, aquí bellos). Y Areta Franklin esperando en el aeropuerto de París.

La parte de la devastación, el container de plomo bajo el agua, lo leo desde la botella de Coca-Cola de cristal permanentemente en la mano. Y sigo, exploradora de palabras que preferiría no encontrar, palabras con sombra(sombra) que oscurecen la vida: morralla(morralla), azufre(azufre), envilecimiento(envilecimiento), Hombrecito(Hombrecito), surquitos(surquitos), mugre(mugre), torpeza(torpeza), corrupta(corrupta), muda(muda), basura(basura), contaminante(contaminante), sorda(sorda), oscuridad(oscuridad), soledad(soledad), tortura del cuerpo(tortura del cuerpo), miedo(miedo), amenazas(amenazas), cortar(cortar), violar(violar), “gallo”(“gallo”), navaja(navaja), privilegio(privilegio), estado tosco(estado tosco), abrasiva(abrasiva), solterona(solterona), anguila cortada(anguila cortada), barrotes(barrotes), ratas(ratas), “halagos”(“halagos”), silbato(silbato), celda(celda), confesor(confesor), gas pimienta(gas pimienta), mutilar(mutilar).

Y la gota malaya, lo ininterrumpido Y el sonido constante: ¡Plic! ¡Plic!(¡Plic! ¡Plic!)

A pesar de todo ello, la belleza plástica de Los diarios de la anguila también me atrapa e intento aplacar el sentimiento de devastación desde el abrazo y la compañía de los bellos mitos artísticos y literarios que lo recorren (Gabriela Mistral, Raul Zurita, Luoise Bourgeois…). Paula viaja sola para ver desde su subjetividad más íntima: sus dibujos y sus escritos son un díptico de reflejos hacia fuera y hacia dentro. Desde su mirada la veo. Desde sus palabras la leo. El iceberg sigue presente, desvío la mirada del témpano de hielo subterráneo y me quedo absorta en la blancura luminosa. Y es que si pudiese compartir con Paula un deseo sería este: que esa luz nívea (la misma que está en la Cordillera de los Andes) no vuelva a oscurecerse.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Close

Síguenos