“la única virtud del poema era el dominio esforzado de la forma clásica”
Alejandro Zambra, Poeta Chileno
“le pareció muy acertado que el autor definiera a los malos con claridad desde el principio”
Luis Sepúlveda, Un viejo que leía novelas de amor
Voy a escribir un libro hablando de todas las notas de autor y dedicatorias que me llevan a leer los libros.
Lista de libros con notas que recuerdo que me gustan:
Hamnet, Maggie O’Farrell (Asteroide)
Tengo miedo torero, Pedro Lemebel (Las afueras)
Las malas, Camila Sosa (Tusquets)
Agua y jabón, Marta D. Riezu (Anagrama)
Últimas tardes con Teresa de Jesús, Cristina Morales (Anagrama)
Una mujer, Annie Ernaux (Cabaret Voltaire)
Simplemente mi vida, Nieves Cuesta (Ediciones Azucel)
Panza de burro, Andrea Abreu (Barrett)
Autocienciaficción para el fin de la especie, Begoña Méndez (H&O)
Compro oro, Violeta Niebla (Letraversal)
Tierra de mujeres, María Sánchez (Seix Barral)
Mudanza, Verónica Gerber (consonni)
Pueblo Yo, Aida González Rossi (Libero Editorial)
La dueña del Plaza, Mara Mahía (Editorial 16)
Seno, Juan José Ruiz Bellido (Cántico)
Tríptico de la tierra, Mercè Ibarz (Anagrama)
Muchos más que no recuerdo porque llevamos meses sin ordenar la estantería
Cuando leí Poeta Chileno sonreí reafirmando mi idea de que los poetas son como los raperos. He pasado mi adolescencia en ese mundo porque en esta ciudad solo se escapa formando parte de círculos pequeños. Odiaba que me llamaran rapero tanto como ahora odio que me llamen poeta. Alejandro Zambra escribió un libro en el que los niños son poetas de forma inconsciente y los poetas son niños con total alevosía. Poeta Chileno es un libro de amor a la poesía a pesar de los poetas.
“Recuerda que no eres un cazador, porque tú mismo has rechazado siempre ese calificativo, y los felinos siguen al verdadero cazador, al olor a miedo y a verga parada que los cazadores auténticos emanan. Tú no eres un cazador […] Pero tú viste y cazaste anacondas no lejos de aquí. La primera fue un acto de justicia o de venganza. […] La segunda fue un homenaje de gratitud al brujo shuar que te salvó la vida”
Existen los poetas que quieren espacio, reconocimiento y dinero predicando que son reales. OG’s leyendo a los clásicos, referenciando a los clásicos, usando la palabra canon. La primera vez que me hablaron de poesía no quise entender nada. Escuché plaquette, jam y manuscrito pensando en maqueta, micro libre y freestyle. Llegué a una conclusión, el rap no es poesía pero los poetas pueden ser raperos.
Lista de poetas según Zambra:
poetastro
poetas-críticos
poetas-editores
poetas-libreros
poetas-profesores
poetas-periodistas
poetas-narradores
poetas-traductores
y unos cuantos dedicados a oficios menos literarios
Supongo que no me gusta que me llamen poeta por lo mismo por lo que no me gustaba que me llamaran rapero: Te gusta escribir, leer y hablar de todo ello con otra gente que se dedica a lo mismo pero sientes que no es un trabajo porque mientras lo haces tienes que dedicarte a otro trabajo para poder cobrar a fin de mes. Odiar el trabajo y tener dos es toda una experiencia. Escribir en los ratos en los que deberías estar comiendo, durmiendo o teniendo vida social es cansado. Menos mal que mi trabajo de ahora y esto conviven bien a ratos.
[Aprovecho para decir que no os sintáis mal por procrastinar después de pasaros el día cumpliendo horarios, plazos, manteniéndoos vivos. No estáis perdiendo el tiempo, estáis respirando, descansando y cuidandoos un 1% de lo que os tendríais que cuidar. Nos acostamos tarde para poder leer y nos levantamos pronto para poder escribir. Os quiero]
Leí Poeta Chileno estando de vacaciones así que no le di más vueltas. Existen los raperos, existen los poetas, existen los niños. He recordado todo esto leyendo Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda, porque un cliente de la librería lo ha pedido y yo abro todos los libros que piden los clientes para ver si tienen introducciones, nota de autor y dedicatorias. Ya solo me interesa lo que viene antes de los libros desde que leí la dedicatoria de Cristina Morales a Juan Marsé en la edición especial de Introducción a Teresa de Jesús aka Últimas tardes con Teresa de Jesús.
Sepúlveda dedica su libro y el Premio Tigre Juan a Chico Mendes, asesinado por “armados y pagados por otros criminales mayores, de los que llevan trajes bien cortados, uñas cuidadas y dicen actuar en nombre del ‘progreso’”. Chico Mendes defendió la amazonia y luchó siempre en el Movimiento Ecológico Universal.
Después de la dedicatoria he leído el libro en los ratos en los que me puedo sentar mientras trabajo, que son poquísimos, y llevándomelo a casa a la hora de comer. Pido perdón a las jefas por leer en la librería y robar género momentáneamente. He leído la historia de Antonio Jose Bolívar imaginando a un señor, un viejo definitivo, inalcanzable, mientras lee el amor. He leído el amor y me he convertido en un viejastro y he hecho fotos a un mínimo de 5 páginas que quiero colgar en el pasillo de casa para leerlas mientras arrastro los pies cuando me acabe de despertar. Leí el de Gonzalo y Vicente entendiendo dónde acaba la literatura y empieza el ensayo, imagine cada una de las caras de los poetas en una mesa reclamando su sitio y predicando el knowledge como declamando sus poemas.
Zambra escribe un libro en el que los niños son poetas y los poetas niños. Sepúlveda escribe un libro en el que la naturaleza es poesía y los cazadores poetas. Un viejo que leía novelas de amor es la historia de la naturaleza que existe a pesar del hombre. Cuando leía bagre guacamayo, tigre o mono pensaba en rima, endecasílabo o medida. No hace falta acercarse a los elementos, solo saber que existen, que hay gente que los toca, los entiende y los utiliza para escribir. Otra que consigue que haya poética en su narrativa sin redundar, agotar ni consumir a quien lee.
“se quedó con todo el tiempo para sí mismo, y descubrió que sabía leer al mismo tiempo que se le pudrían los dientes”
Busco estos libros porque vivo en una zona de este país que se escribe poco, se habla poco y en la que se hace poco. La costa este de España está llena de corbatas, cazadores y gringos. Necesitamos más poetas chilenos y viejos leyendo novelas de amor, más Merce Ibarz y Rafael Chirbes (parece que me pague Anagrama). Quiero leer estos libros porque sé que soy incapaz de hacer nada: ni de querer a esta tierra. Pero entiendo que para hablar de tierra hay que entenderla, escribir desde ella en todos sus contextos y gritar un poco.
“ya publicaste un libro de poemas, así que eres poeta para siempre, cagaste”
En Poeta Chileno y Un viejo que leía novelas de amor hay amor a un territorio, amor a los que hay que cuidar y desprecio a la gente que no lo hace. Hay ausencia de familia, exceso de personas que usan esa palabra y hormigas. Hay un narrador que habla del lenguaje, que lo explica y lo quiere, interviene en la lectura sin romperla. Hay gringos, nativos, un pasado que desborda el presente y un protagonista que se castiga por todo eso. Imagino a Zambra y Sepúlveda terminando de escribir y sintiéndose tan ligeros que se van contra el techo. Hay humor, un humor trágico, serio, precioso.
Hay un amor a lo que se escribe que no llego a comprender del todo porque no concibo que nadie quiera tanto algo que hace pero sin comprenderlo lo siento. No es amor propio, al contrario, es un amor que lo llena todo. Como ponerle palabras a algo que no las tiene solo para no olvidarlo nunca. Hay otro amor más sencillo pero cercano. Hay amor a la poesía. Existe el amor.
Relacionar libros es obsesivo más que inteligente. Es un impulso parecido al de cambiarle los nombres a la gente o llamar mamá a la profesora. Esta relación ha sido fortuita y viene de los análisis de los personajes que ambos escribe distanciando al narrador de la narración. Explicando las carencias y los excesos de sentimientos en cada frase. Ambos construyen sobre los reencuentros sin nostalgia, sobre el fracaso de las palabras o de la comunicación si acaso, pero nunca del lenguaje. Zambra y Sepúlveda nombran para poder hablar.
“-Mira. Con todo el lío del muerto casi se lo olvido. Te traje dos libros.
Al viejo se le encendieron los ojos.
– ¿De amor?
El dentista asintió.
Antonio José Bolivar Proaño leía novelas de amor, y en cada uno de sus viajes el dentista le proveía una lectura.
-¿Son tristes? -preguntaba el viejo.
-Para llorar a mares – aseguraba el dentista.
¿Con gentes que se aman de veras?
-Como nadie ha amado jamás.
-¿Sufren mucho?
-Casi no pude soportarlo -respondía el dentista.
Pero el doctor Rubicundo Loachamín no leía las novelas.”
Escritor, periodista cultural y librero en la librería 80 Mundos. Codirector de todo esto. He colaborado en medios como eldiario.es o Le Miau Noir. Formo parte de la antología Árboles Frutales (Editorial Dieciséis, 2021) y Odio la playa (Cántico) es mi primer libro.