En Instagram veo una foto de Annie Ernaux mientras habla con los periodistas de Página Dos, lleva un jersey fino y pienso que qué debería ponerme yo esta tarde para este encuentro que considero un hito.
Horas más tarde, en la librería Alberti, mujeres sueltas o en grupo nos reunimos con bastante antelación, mientras la esperamos hablamos de nuestras lecturas. Nos observo: llevamos más de un libro de la autora en la mano y así veo aparecer ese interrogante que lleva ya unos años saltando en mi cabeza como antaño lo hacía un clip en Word cuando tenía una duda: las millennials leemos y mucho a Annie Ernaux. ¿Pero por qué?
Miro las caras, algunas son conocidas: editoras, escritoras. Otras no, pero llegan con estéticas dispares: botas doctor Martens o zapatos de punta, el pelo corto y azul o las medias balayage, los pantalones de campana o ceñidos. Todas sonreímos, movemos los pies con un nerviosismo infantil, abrimos alguna página mientras la cola va aumentando en longitud.
En sus libros, Annie nos habla de cosas diferentes que palpamos cercanas. Personalmente, he decidido no zampármelos todos de un tirón, quiero que su disfrute sea lento y minucioso. En Pura Pasión, por ejemplo, se nos envuelve en una relación que pasa de ser palpitante a un mero vaho, en No he salido de mi noche le damos la mano a la autora en la pérdida de su madre, o en Los años atendemos al engranaje de una rúbrica de sucesos que bien podrían verse en un libro de historia actual francesa, si no fuera por cómo los entremezcla con retazos de sus propios testimonios. Su obra más honesta me sigue pareciendo La ocupación, única obra editada por Herce, en la que la autora descarna sus celos hasta el más ínfimo poro.
Comprendo que designadas así en una lista, pueden parecer lugares comunes más que masticados, pero en el cruce de los diarios de la autora no encontramos precisamente eso. Annie tiene un pulso fino y estable con el que extirpa sus experiencias y las expone no como un resultado triunfante tras horas de laboriosa inspección, si no más bien como un eje duramente marcado por sus circunstancias. Es así cómo nos enmarca sus reflexiones en estratos políticos, sociológicos, etc., mientras nos cuenta cómo su vida se ha ido conformando.
«Sólo podéis elegir un libro para que os lo firme» nos informa Lola, la librera. Un chico que ha venido con su novio trae una mochila cargada con los libros publicados, alguno original de Francia. Me digo a mí misma que el elegido será Los años. Para mí es el culmen, es la eclosión de todos sus testimonios. ¿Es esa la palabra, eclosión?
Annie entra y sale de sus diarios con tiento, remueve pero no por una rebeldía enconada, al contrario. De la misma forma que todas las millenials que estábamos en aquella cola vimos a Miley Cyrus montarse en una bola de demolición, ahora observamos con atención cómo la escritora fractura conceptos sobreentendidos, tabúes, cosas que se escurrían en el entorno que les perteneciera: amablemente, los exhibe para después despiezarlos y nombrarlos.
Quizá sea eso lo que condense su escritura, pero lo hace siempre con un estilo fresco, deja entrever sus momentos de certeza, también en los que es meditabunda. Colma así este ejercicio de sinceridad que hace sobre su biografía.
Nosotras, pasamos las páginas y exclamamos, nos quedamos mirando una esquina durante un rato largo y después entendemos que acaba de nombrar algo que nos resuena aunque no sabíamos deletrear.
«Ya os toca, pasad de tres en tres». Annie nos recibe con una sonrisa honesta.
Siempre con tanta claridad, me digo.
Morón de la Frontera, Sevilla, (1992). Con cuatro años, su profesora de infantil le pidió que dibujara una melena, esperando la de un león. Pero le pintó una diva con melenaza. Este despliegue de realidades es la base sólida de sus textos. Ha publicado su primera novela «Un Puñadito de Pipas» con La Carmensita Editorial y en la antologías «Inténtelo de nuevo» con Medusita Kollective. A día de hoy, escribe su segunda novela. Y otras muchas cosas en sus notas del móvil.