“El infierno está todo en esta palabra: soledad.”
Victor Hugo
Los videojuegos pueden ser un objeto de estudio valioso dentro de lo que entendemos como la metafísica real en la cultura contemporánea. La parcelación de realidades y los discursos periféricos que, normalmente, habitan sus tramas, crean así un espacio conversacional donde revisar las perspectivas de lo común, es decir, relativizar aquello llamado “real” y ponerlo bajo un foco distinto. Sólo la virtualidad, en su esfera más gaseosa, consigue fraccionar esa unidad que comprendemos como vida y se nutre por múltiples narratividades y símbolos. Tanto la imagen como la escritura son códigos que usamos para entender esa diversidad e interpretarla.
Alone in the Streets representa de esta manera la simbología del grafiti en nuestra sociedad desde una historia narrativa donde impera la clase social y el lugar al que perteneces. Se trata de un proyecto de un grupo de jóvenes que han desarrollado un videojuego 2D para la plataforma Android. Todavía en composición, este videojuego intenta reconstruir una genealogía de escritores grafiteros y sus diferentes perspectivas del mundo del grafiti, de sus estilos y vivencias callejeras. El juego defiende una idea de la calle como espacio de intervención artística, social y cultural al margen de los cánones (las leyes) y de los brazos de la academia (la policía). No solamente hay que pintar paredes o escribir frases, también se basa en la huida constante de un sistema que impide la libertad del individuo, que lo suprime cuando esté muestra personalidad. Se defiende un movimiento creativo en una ciudad constituida en dos zonas: la norte (los suburbios) y la sur (los comercios, los ricos). A su vez, el videojuego gana en verosimilitud al incluir en sus escenarios calles especiales, paradas de metros, callejones ocultos, azoteas o interiores domiciliarios donde cada escritor puede dar vida a su personaje, siempre enmascarados a través del apodo y la soledad nocturna. Los grafiteros son artistas saturnianos con unas condiciones socioeconómicas muy concretas que inspiran sus obras.
En este caso, mientras jugaba al videojuego, me interesaba la importancia simbólica de la escritura sobre el dibujo. La pared es un vacío rellenado por la escritura y el grafiti acciona un estilo de realidad relacionado con la marginalidad ambivalente: por un lado, aquella oprimida; por otro, la academizada y canonizada por autores como Banksy, el profeta de un culto pagano cuyas piezas se venden a millón. Las periferias se centralizan. La opinión crítica se estandariza.
Sin embargo, en la situación del grafiti (de algunos de ellos), la escritura es un símbolo cultural cargado de significados, parafraseando a Roland Barthes. Me pregunto si podemos quedarnos sólo con el signo, en la estructura caligráfica del grafiti, abandonando cualquier interpretación. Si la respuesta es negativa, la calle, el mundo periférico, se resignifican. Aquellos autores grafiteros narrativos proponen, desde mi lectura, un diálogo de perspectivas muy elaborado y destinado a un grupo social que conoce los códigos del dibujo y del mensaje. Joseph Kosuth, mediante el arte conceptual, propuso en 1965 una obra llamada One and Three Chairs, que consistía en criticar nuestros modos de conocimiento y realidad. Él enseñaba tres sillas: una silla de madera (objeto), la fotografía de una silla (imagen) y la definición de la palabra “silla” en el diccionario (concepto). Todo eran sillas en resumen pero estudiadas de una manera diversa. ¿Podemos aplicar esto al grafiti y no solo en Alone in the Streets? Podría ser entonces así: la pintura, el objeto; la representación, el dibujo o el estilo; y el elemento lingüístico, el mensaje, lo que podríamos llamar sentido o simbología, siempre entre la denotación y la connotación. El asunto se complica. El grafiti necesita más elementos para completar su experiencia tanto real como simbólica, es decir, se vale de la calle para ser comprendido.
Volviendo a la escritura, mi interés desde el principio, he de decir que el grafiti me ha hecho pensar sobre cómo entendemos la propia escritura, el lenguaje en sí, que es todo un sistema de interpretación de la realidad sólo por sí mismo y que, una vez, aprendido, del que no se puede escapar. La escritura es un código gnoseológico verbal, visual y objetual donde el grafiti encaja muy bien como ejemplo. Escribir para conocer es una trampa dado que nos hace asumir realidades que no hemos vivido pero que se completan con los conceptos que podemos asociar o imaginar. Pintamos paredes vacías en nuestra mente constantemente. Quizás, lo más curioso de todo, es que, al final, todo sigue teniendo sentido.
La escritura podría ser entonces, para concluir, hacer muralismo solitario de la realidad.
(Madrid, 13 de octubre de 1998) ha estudiado Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid y disfrutó de una estancia becada en la Università degli Studi di Trieste (Italia). Libros publicados: Ars Moriendi (Diversidad Literaria, 2018), Historias de Clavículas (Domiduca Libreros, 2020) y Ventana Abierta a Nadie (La Equilibrista Editorial, 2020).