¿Es Titane una incómoda bomba estética? Sin lugar a dudas, sí. ¿Es Titane una invitación al existencialismo? Sin lugar a dudas, también. ¿Es Titane violencia sin complejos y ternura desbordada? Sí, sí, sí y sí. Sobre Titane podemos hacer muchas preguntas y me temo (o celebro) que las respuestas casi siempre serán sí. ¿Quiere esto decir que la película es inclasificable? Sí. ¿Y que hay que ir prevenido a verla? Tal vez, depende de la capacidad de aguante de nuestro estómago. Porque los primeros veinte minutos de violencia, música atronadora, sexo y sangre son difíciles de resistir sin revolverse. Pero esos primeros veinte minutos son necesarios para el complejo juego de espejos que vendrá después.
¿Recordáis The imposter (2012, Bart Layton), la película documental sobre “el caso” Frédéric Bourdin? Algo de aquello hay en Titane cuando Alexia (primer papel en cine de Agathe Rousselle), huyendo de (atención spoiler) sus crímenes (el primero por “obligación”, el resto por concatenación entre resignada y placentera) decide ser Adrien, ya no el niño sino el chico que desapareció hace años y que encontrará en su (el) padre (Vincent Lindon) la seguridad fraternal de la que nunca disfrutó.
Porque la Alexia niña que tiene un accidente de coche con su padre (una “niña-Kevin”, recordad a Lionel Shriver,) y que para sobrevivir necesita una placa de titanio en su cabeza (niña-mujer biónica) nunca encontró en la familia refugio. Una madre (Céline Carrère) que intuimos que-no-quiere-ver (aunque no sepamos qué) y un padre (Bertrand Morello, memorable en su “impasibilidad”) ginecólogo que, años después, la examina y no detecta su embarazo mecánico (esto no os lo explico, tenéis que ver el momento de la “concepción”, y añadid toda la polisemia al término). Unos padres que arderán como maldición bíblica por ese desamparo. El resto de víctimas serán “sólo” más ejemplos de la incomprensión hacia una sensibilidad extrema fatalmente empujada (determinismo puro) al arrebato homicida.
Regresando al Martín Guerre, al ser quien no se es por auténtica y doble supervivencia (recordad el embarazo), la mirada pasa de Alexia a Vincent (¿ejemplo de las dificultades actuales para la masculinidad “clásica”?), jefe de una estación de bomberos (otra vez el fuego) que en las horas libres más parece una pista para el voguing (¿recordáis a lady Ciccone?) que un parque-gimnasio de extrarradio. Él, adicto a los anabolizantes ¿entre la flagelación por el pesado peso de la culpa (el judeocristianismo ahí) o porque la edad no perdona?. Él, alcoholizado por la(s) pérdida(s) (impagable la escena triangular Alexia-exmujer de Vincent-Vincent). Él, demasiado orgulloso para verbalizar la insoportable levedad de la soledad. Él, arrastrándose en sentido inverso a la tragedia griega Ἠλέκτρα…
Y él (ella). Cada vez más cómoda en su papel de aprendiz de bomber(¿e?). Bello efebo embarazado (Tadzio del XXI) que a cada vuelta del esparadrapo envolvente purga el pasado con una nueva cicatriz porosa: nunca he visto sangre mejor coagulada (¿o era combustible?). Temeroso de un presente de constante tensión sexual no resuelta mire hacia donde mire (el autobús de la huida inicial, la cocina y la cochera del parque). Madre en ensayo general con el vestido amarillo (amarillo, como las baldosas) de la madre de Adrien que él (el niño antes de desaparecer) también se ponía. Bailarín impúdico en el techo del camión de bomberos (reminiscencias del primer “salón-del-automóbil-tunning-con-bailarinas-de-barra-fija-sin-barra-fija”) y ahí sí: tensión sexual resuelta (mecánica –polisemia, otra vez-, para más datos).
Me pregunto cuántas noches no durmió Julia Ducournau mientras escribía el guion de Titane. Me pregunto qué la llevó a estirar hasta el límite esta fusión carne-máquina aderezada con música electrónica. Me pregunto por la energía transformadora que representa (oh, tópico) la maternidad y por el número de discípulos del profeta (no conté los bomberos pero eran más de doce, ahí -perdonad el atrevimiento- falló Julia). Me pregunto por la parábola y la moraleja (religión y fábula, sí, también están ahí) de hacia qué humanidad (¿humanismo?) devenimos entre la esperanza y la monstruosidad. Me pregunto cuánto tardaremos en ver una nueva película con tal manifiesta cantidad de inputs y preguntas que no sólo no se convierten en una suma de oxímorons sino que trenzan un hilo que fluye manso (¿manso? no, manso no, tal vez contradictoriamente dócil) de principio a fin. Me temo, de nuevo y aquí sí, que tardaremos. Para la espera: revisionad Titane, cada nuevo visionado será una nueva celebración de libertad.
Banda sonora al escribir: obviamente.
(Barcelona, siglo XX cambalache). Librera, librómana, librófila (aunque esas palabras no existan). Lectora compulsiva, irreductible y sin propósito de enmienda. Espacio vital, entre 2666 y Bajo el volcán. Escribo para respirar y respiro en grafito analógico. Fui Marion en un blog y ahora tengo El sueño de las Manzanas en La charca literaria, donde publico poemas regularmente.