La buena vida y Casi 40: Así habló David Trueba 

Lo que nos lleva a ser quienes somos solo lo sabemos nosotros mismos. O no. Lo que nos ocurre de niños nos hace ser completamente diferentes a lo que éramos y a lo que son los demás, pero todos compartimos cada uno de los sentimientos que nos han llevado a ello.

Zaratustra y Tristán no son tan diferentes. Tristán y yo no somos tan diferentes. Nadie es tan diferente. Porque La buena vida narra cada una de las tres transformaciones del espíritu -el Yo- que hacen del hombre un Superhombre -Übermensch- según Nietzsche (1891). Estas no son más que fases para pasar de niño a niño. En bucle. Que se repiten durante toda la vida. Solo que, al crecer repudiando los valores del rebaño acabamos formando parte de otro rebaño exactamente igual, regido por un tipo de moral que sigue condicionando nuestros actos. Como Torres volviendo al Atleti o como tú volviendo con tu ex, no sabes si es para bien o para mal, pero pruebas por si acaso. Porque el superhombre no existe, nos pasamos la vida persiguiendo algo tan falso como Dios.

París no existe, es una cosa que se han inventado los franceses para que vayan turistas.” 

Tristán -Fernando Ramallo- es la versión posmoderna de Antoine en Los 400 golpes, un adolescente encerrado en su propia visión del mundo. Pero la comodidad y la bohemia que rigen la vida del protagonista desaparecen con la muerte de sus padres, dejándole con su abuelo -el eterno Luis Cuenca- y llevándole hasta Lucía -Lucía Jiménez-. Pero también es un Alvy Singer, en la parte que Woody Allen realiza una elipsis temporal para llegar a su historia con Annie. Ninguna de estas dos referencias contribuyen a mi teoría, pero uno siempre se siente bien reconociendo que es un nerd.

Camello, león, niño

Con la pérdida de sus referentes autoritarios y de amor se muestra la primera frase de transformación de Tristán, el camello. El momento de “sumergirse en el agua sucia cuando ella es el agua de la verdad” afrontando el dolor, la soledad y la carga que el camello soporta hasta completar su marcha. Aquí es cuando Tristán se convierte en este animal, cuando el “tú debes” de sus padres pasa a ser un imperativo que tiene una fuerza superior a la que tenía al venir desde el salón, la cocina o la habitación.

En mitad de esta vorágine de obligaciones, su abuelo le proporciona lo que necesita para transformarse por segunda vez, llegar a ser el león. En ese momento se enfrenta al amor, al deseo y a cumplir ese “tú debes” convirtiéndolo en “¡Yo quiero!”. Antes de morir, en el pueblo en el que nace y dónde está enterrada su mujer -el ciclo-, vemos al personaje ignorar su entorno, dejar libre a su nieto y explicarle constantemente que lo único que tiene que hacer es disfrutar afrontando sus pasiones, amar, cuidar de sí mismo. Y así consigue lo que tanto quería y a quién tanto quería.

Y aquí llega a la tercera fase o vuelve a ella, el niño. Es libre de todo, vuelve a ver a Lucía, “el retirado del mundo conquista ahora su mundo”. Y con ello lo olvida todo, pero, ¿y ahora qué? Imagino a Antoine en la playa mirando el horizonte y viendo como el mundo es enorme y eso hace imposible la huida. Y es cuando vemos todo claro: sus padres son el camello, su abuelo el león, Lucía el niño y él, que ya ha vivido todas las fases tiene que repetir el proceso. Volver a empezar, vuelve el verano, este Sol asqueroso, el Mundial, otro hit que suena en la radio todo el día, otra película de David Trueba y a repetir el ciclo de camello, león, niño.

-Estaba escrito que tú y yo íbamos a acabar juntos 
-¿Qué coño va a estar escrito?, te lo debía.” 

La buena vida con Casi 40

Y ahora, después de La buena vida, vuelven los mismos actores, la (casi) misma historia y el mismo amor. A pesar de haberse hablado de Casi 40 como una segunda parte de su ópera prima y pesar de que la construcción de los personajes y la historia de amor pasado que comparten puede evocar a ello, no tiene que ser así. David Trueba vuelve a hacer las cosas fáciles, pero con una fuerza que solamente puede transmitir un guion tan cómico como triste.

Me es imposible no calificarlo como el Woody Allen español. Por las frases, las atmósferas y por el papel de Fernando Ramallo, que puede perfectamente llamarse Alvy, Boris, Isaac, Danny, Virgil y mil nombres más. Esa mirada triste que se contradice con las palabras y esa misantropía convertida en un monólogo interior que se reproduce en voz alta son necesarios.

En conclusión, La buena vida es el camino que todos hemos vivido, estamos viviendo y viviremos. Casi 40 es una corroboración de ello, quieras tomarla como una segunda parte o como un trabajo más de Trueba.

 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Close

Síguenos