Las estrellas: Hablando en sánscrito

I am my mother on the wall, with us all
Bon Iver, Flume

Reseñar libros me ha hecho darme cuenta de lo absorbentes que me resultan. Cada lectura ejerce una fuerza bestial sobre mí, me impide pensar en otra cosa y me lleva a hablar constantemente de eso con todo el mundo. Sin embargo, cuando escribo sobre ellos solo hablo de mí. Con El nenúfar y la araña hablé de mi abuela, con Las madres no de mi madre y Las estrellas las ha unido a ambas.

Tránsito es una editorial de ausencias. Sus publicaciones no pesan, puedes tenerlas en las manos o pueden atravesar la pared en las de un fantasma. Porque están hechas para ellos. Paula Vázquez ha escrito un réquiem que se recita con Flume de fondo y en el que vuela por la historia de su madre. Porque en el tiempo se viaja, pero en la profundidad se vuela.

“La enfermedad es agotamiento orgánico pero también carencia, trastorno, desequilibrio, la imagen propia frente al abismo”

Cada frase interpela directamente de una forma u otra. En esas horas de hospital yo veía a mi madre y mi tía acompañando a mi abuela hace unos años. Las consecuencias del encerramiento desbordan el cuerpo del enfermo y se adhieren al de sus acompañantes. Lo hacen tan rápido que cuando llegas a la habitación no te da tiempo a verlo porque están en ti antes de sonreírles. Ya estás dentro. Los años de cuidados de madre a hija pasan de ser amor a ser memoria también rápidamente. Cuando este proceso llega, es el momento en el que lo hacen las consecuencias sobre la que cuidaba y se da cuenta de la necesidad de ser cuidada. Pero se la ve entera porque no piensa en tus expectativas.

Personalmente, no creo en la familia como algo impuesto. Niego totalmente esa certeza de que ser familiar de alguien me obligue a llevarme bien con esa persona. Pero, a la vez, celebro enormemente el disfrutar tanto de la compañía de ciertos miembros de la mía que están presentes en mi día a día. Por eso no presto atención a los signos del zodiaco pero si me preguntan digo que soy Piscis. A mi madre y a mi abuela siempre las he visto juntas, hablando o en silencio, “pero juntas”. Esa sincronicidad hace inevitable, de una forma u otra, el acercamiento de alguien hacia el cuerpo del que ha salido. No importa la existencia de esas “miradas y sentimientos distintos” sobre cómo se forja un vínculo, lo que acaba contando es que se ha forjado.

“Hija, no me pidas disculpas porque yo te tendría que pedir tantas que no terminamos más. Tratemos de estar lo mejor posible y perdonarnos”

Un amigo mío dice que el amor es como la playa: cansa pero llegas a casa con una sonrisa inusual. Yo odio la playa pero amo el amor, así que acabo aceptando el símil. La enfermedad, la muerte y el dolor que estos causan también es como el amor. Pueden ser un día de playa volviendo como “alguien que a través del teléfono retoma el contacto con quien sea que haya quedado al otro lado del mundo” o puede que el temporal lleve el agua hasta tu casa y ocupe “los espacios cotidianos” destrozándolos como una inundación.

A lo mejor todo esto se debe a que el amor y la memoria son extrañas y duras. El amor es extraño y la memoria es dura y  quieren decir lo mismo pero en circunstancias diferentes. Es lo bueno del lenguaje, las connotaciones mandan por encima de todo pero él sabe adaptarse a estas. Sabemos adaptarlo y adaptarnos. Las enfermedades están por encima de nosotros pero siempre encontramos resquicios de esperanza donde todo pasa de ser tiempo a ser profundidad.

(aquí había escrito algo sobre las páginas 93 y 94, pero nada de lo que pueda escribir hace justicia a ellas, así que leedlas, llorad y seguid)

Cuando ese proceso empieza nada es suficiente. Necesitas hablar solo y en voz alta, huyes de la música y caminas hasta encontrar a esa gente. Un “espacio-alternativa”. Mientras, rezas sin ser religioso, te pones anillos, colgantes y te tatúas. Todo son ritos de reiniciación que te impiden olvidar pero no avanzar. Esa gente también son amuletos aunque sean temporales. Porque entre la enfermedad, la muerte y el duelo/vuelo el mundo sigue existiendo aunque no sepas la respuesta a un “¿cómo estás?”.

(ahora leed la página 110 y volved a llorar)

“Lloro todo ese espacio y ese tiempo, lloro su muerte, lloro su ausencia, lloro mi vida después de su muerte”

Y ese llanto es la culpa. Las estrellas parece un libro que pide perdón constantemente. Vázquez parece sentirse culpable por vivir mientras todo sucedía, por hacerlo después de suceder, por viajar para buscar curas, por querer sin límites realmente. Hasta que deja de buscar el perdón y entiendes su verdadero sentido: el duelo tal y como lo vivirías tú. Pasando del miro al “guardo”. Hablando de verdad con quien tienes enfrente y escribiendo de verdad a quien no. Haciendo chistes sobre el tema con los que ella se reiría seguro.

He empezado este texto llamando a Tránsito una editorial de ausencias. Ahora me doy cuenta de que es una editorial de viajes, de procesos, de tránsitos al fin y al cabo. Soy muy lento a veces. Las estrellas es un libro que hay que tratar de “entender, tomar o dejar”. Ese proceso del que habla siempre llega y ese será el momento de entrar en él de lleno. Yo he llegado a él a través de las experiencias que pueden no parecer mías pero sí lo son. Las estrellas está escrito en sánscrito, en la lengua madre donde amor y memoria son lo mismo -todos los amores y las memorias son el mismo- y por eso se escriben igual: smara.

“atender a un enfermo
es como dar una conferencia
en una convención de montañistas”

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