La sabiduría del corazón: Henry Miller es la contradicción

Todos nos contradecimos constantemente. Muchas veces me han llamado hipócrita porque, de un día para otro, cambio de opinión sobre ciertos temas. Yo siempre he intentado explicar que no soy hipócrita (o eso espero), simplemente le doy vueltas a mis ideas. Creer tener la verdad absoluta es contraproducente y te convierte en alguien inflexible solo por miedo a equivocarse. Como si serlo no fuese un error en sí mismo. No contradecirse es negar espacio a avanzar. Contradecirse es establecer una relación entre lo que pensabas y lo que piensas, trazar una línea entre antes y ahora.

La sabiduría del corazón (Stirner,2019) es un libro bastante especial para mí por varios motivos. El primero es que Henry Miller es una de mis relaciones más duraderas hasta la fecha con la obra de un escritor, el segundo es la procedencia de la edición: la editorial Stirner, un sello de Alicante que descubrí hace unos meses. En septiembre pasé varios días en Barcelona y paseando por el centro descubrí el libro, ojeé unas páginas, anoté el título y decidí que me lo compraría cuando llevara más de 10 euros en la cartera. En enero me di cuenta de que la editorial era de aquí y me hicieron caso cuando les pedí que me lo enviaran para reseñarlo.

“Me sentía obligado, con toda honestidad, a tomar los elementos dispares y dispersos de nuestra vida -la vida espiritual, no la vida cultural- y manipularlos a mi manera personas, usando mi propio ego disperso”

Sobre Henry Miller ya escribí un texto en el que le declaro amor eterno. Actualmente, ese texto presenta contradicciones porque ya no soy el que lo escribió en una habitación de Madrid en la que vivía atrincherado. Esa sensación de cambio de personalidad forma parte de este libro, en el que Miller deja de lado novelas para analizar a autores como Lawrence, Nietzsche, Dostoievski, Raimu o Balzac. Este análisis le lleva algunas veces a traicionar sus sentimientos para poner por delante sus ideas. Eso es, quizás, lo más interesante de estos ensayos. Lo es también que no se aprecie ni un ápice de impostura en él al contradecirse ni con respecto a sus libros ni con textos que están incluidos en este mismo. También lo forman relatos como El alcohólico veterano con el cráneo trepanado y Madmoiselle Claude, que aparecen en el libro El puente de Brooklyn anteriormente.

Las contradicciones del escritor son reconocibles en muchas ocasiones. Cuando habla de que “el propósito de la vida es vivir” y que en ese “estado de consciencia divino uno canta” se pone frente a sí mismo en una de las cartas que escribe a Anaïs. En ella le dice que los jóvenes con los que convive en el Liceo cantan “para no llorar” porque están “sometidos a la ilusión”. Lo mismo ocurre cuando habla de que todo ser creativo encuentra el sentido del destino “en su conocimiento del fin”, ya que en Trópico de Cáncer asegura que la idea de un fin es “inconcebible” para él. Estos diálogos internos muestran el continuo cambio al que se somete tanto en su forma de escribir y leer como de vivir. Este libro mata el misticismo que envuelve al artista para que sepamos a quién leemos y por qué lo hacemos: porque escribe desde el caos en el que todos vivimos.

“El hombre ha pospuesto su vida en la tierra por una venidera”

Sinceramente, no tengo muy claro si Miller es creyente o no. Es religioso de su propio ser, lo que le permite entender a Cristo como un personaje que coloca a la altura de sus referentes. Al hablar de Lawrence, por ejemplo, enlaza la idea de la Crucifixión que tanto persigue en Sexus, Plexus y Nexus. También vemos como se pierde en sus ideas para explicarse quién es Lawrence. Este camino indeciso se entiende al leer el capítulo de Mi vida y mi tiempo en el que habla de París, donde cuenta cómo su proyecto de escribir un libro sobre este autor le llevó a obsesionarse y convertir la idea en un borrador de 800 páginas totalmente inabarcable. Y, a través de eso, se llega a entender la imprecisión de su fe convirtiéndose esta en un recurso literario que eleva a Jesús a la posición de creador de “un mundo imaginario lo bastante poderoso en su realidad compara hacer de él la palanca del mundo”.

El libro solo contiene dos convicciones: la necesidad de individualización del ser y la inexistencia de una vida después de esta. Ambas se retroalimentan, ya que utiliza esa finitud para justificar el egoísmo. Su egoísmo. Para él la muerte es un problema sin solución que no se puede negar, por lo que debemos centrarnos en solucionar otro problema: la necesidad de formar parte de una masa que solo trae más problemas. Y aquí me siento orgulloso de decir que no estoy de acuerdo. Acabo de derrumbar mi propio mito y me siento bien. Yo lo cree y yo lo tiro abajo. Estoy en contra de la individualización, de esconder el ego detrás de la lógica. Me voy a morir pero eso no es suficiente para pensar únicamente en mí. Nada lo es.

La sabiduría del corazón muestra a la persona más que al autor. Leer a un Henry Miller que no tiene problemas en reconocer que devora todo lo que tiene cerca, incluso a sus parejas, te coloca en una posición privilegiada que incomoda. Justo ahora también estoy leyendo la entrevista de David Noriega a Javier Giner por su obra Taxi Girl. El director reconoce que se le ha caído un mito, ya que “no hubiera sido absolutamente nadie si no fuera por estas dos mujeres” refiriéndose a Anaïs Nin y June Mansfield. Cosa totalmente cierta.

El egoísmo es clave para entender el canibalismo, aunque también muestra como Miller pone frente a frente sus intereses. Porque no puedes devorar algo que no tienes cerca. Dentro de esa individualización se encuentra la necesidad de contacto. Rebecca Wasser ilustró al escritor de forma que se entiende esta idea. El fuego, el corazón herido, lo que reflejan sus gafas y los miembros que se convierten en alimento son una muestra de ello. Necesita tanto lo que los demás le dan que se engaña objetualizando lo que le ofrecen. Ahí es donde se muestra la principal lucha entre sus ideas y sus sentimientos. Entre sus novelas y sus ensayos.

“El mundo está mal, siempre estuvo mal, siempre estará mal”

La sabiduría del corazón humaniza a Henry Miller. Lees para comprender al objeto y al sujeto. Es un libro que acabará cayendo en las manos de aquel que haya leído todo lo que ha podido de él y que explica a la perfección su trabajo. Sale del caos y enseña el caos. Se contradice porque es lo que quiere. Más que un libro de ensayos sobre sus referentes a la hora de escribir es una recopilación de ideas en las que basa su forma de vivir.

No pienso lo mismo que cuando descubrí el título en Barcelona, tampoco que cuando escribí Todos somos Henry Miller en junio de 2018 ni cuando empecé a leerle. Incluso ni cuando he empezado esta reseña. Ahora conozco más a la persona que había detrás del autor, valoro de forma diferente su obra a la que todavía adoro y agradezco mucho el tener la posibilidad de recibir estas ediciones aún teniendo siempre menos de 10 euros en la cartera.

“Si lo anterior parece una contradicción con todo lo que he dicho hasta el momento, en este ensayo, estoy dispuesto a mantener la contradicción, puesto que es esta contradicción lo que debe de ser resuelto, en particular, por el artista”

 

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