Ella pisó la Luna: La verdadera historia de la humanidad

De pequeño, el padre de un amigo me soltó, un día, de sopetón: “Tu hermana es un ángel. No te preocupes por nada.”

Por aquel entonces yo ya era bastante consciente de que lo que nos había pasado, nuestras circunstancias, tenían más que ver con una putada que con nada celestial. Quizás, lo habría entendido mejor, o asimilado con más gana, si me hubiera contado este cuento, que aparece en Ella pisó la Luna. Ellas pisaron la Luna de Belén Gopegui:

“Hace miles de años, Yahvé estaba en su cielo. También estaban allí todos los niños y las niñas que habían de bajar a la tierra para llegar a ser hombres y mujeres. Los niños y las niñas nacían en la tierra y conocían el bien y el amor, pero también conocían el dolor, la angustia, la maldad y el miedo. Entre todos aquellos niños había una niña muy hermosa, de grandes ojos negros, a la que Yahvé quería mucho.

Y Yahvé le decía:

– Niña, te quiero mucho.

Y nunca se decidía a enviarla a la tierra. Pasaron cientos de años, y Yahvé le repetía:

– Yo te quiero mucho, niña.

Las otras criaturas iban bajando a la tierra, y cuando crecían, disfrutaban del amor y del bien, pero también sufrían con la maldad, el dolor, la angustia y el miedo.

Pasaron cientos de años, y un día Yahvé llamó a la hermosa niña de grandes ojos negros y le dijo:

– Ha llegado el momento de ir a la tierra. Pero, como te quiero tanto, sólo enviaré a la mitad de tu persona. Sólo conocerás la bondad y el amor. Tu otra mitad se quedará conmigo, y así no sabrás nunca qué es el dolor, la maldad, la angustia y el miedo. Hasta ahora no había encontrado a nadie que fuera capaz de amarte si tu otra mitad se quedaba conmigo. Hoy he encontrado a alguien que te amará y te cuidará como yo te cuido y te quiero. Ya puedes bajar a la tierra.

Cuando nació esta niña, su madre le puso de nombre (…)”

Belén escribe el nombre de Miriam. Bueno, realmente lo hizo su madre, Marga. Miriam era la hermana de Belén, y tuvo parálisis cerebral. Yo, claro, habría escrito ‘Paula’.

La editorial Penguin Random House recoge una conferencia que la escritora Belén Gopegui impartió el año pasado en Caixaforum y que tenía por título Ni ellas musas ni ellos genios. Ella apostó por una curiosa y certera fórmula: contó la historia de sus padres. O de sus madres. Contó la historia de su madre. Contó que su padre fue una persona pública, Luis Ruiz de Gopegui, un prestigioso español involucrado en la carrera espacial. Su madre, en cambio, no tuvo ninguna notoriedad, nunca nadie la entrevistó ni contó su historia. Su madre se llamó Margarita Durán.

En un texto que versa sobre el feminismo, la igualdad y sobre las historias que debemos contar, yo veo algo más. En el fondo, veo la gran historia de mi vida, que no es otra que la del feminismo y la discapacidad. Belén es hermana de Miriam, que murió a los 26 años. Yo soy el hermano de Paula, que murió con 16 años. Soy el hijo de Paco y de Begoña. Quizás algún día sea el marido de alguien, o el padre de alguien. Pero me gustaría que se me conociera, siempre, por ser el hermano de Paula. Es un lazo que me describe y que me honra.

El nexo entre este texto y mi vida es la obsesión por la casualidad, por el azar, por la bendita desdicha y por el hecho de nacer en una familia u otra. Cuando la enfermedad de mi hermana dio la cara y yo la asumí, de manera natural, como hacen los niños, le dije a mi madre: “Qué suerte ha tenido Paula al nacer en nuestra familia”.

Creo que Marga eligió este cuento para contar la muerte de su hija por la misma razón por la que yo le dije aquella frase a mi madre. Por la misma razón por la que la recordé el 16 de febrero de hace dos años. Para intentar contarnos a nosotros mismos que no había habido sacrificio, sino una divina fortuna al poder cuidar a un ser maravilloso, al mismo tiempo que rechazabámos de plano todo tipo de alabanza al dolor. Esta idea la expresa mejor que yo Belén Gopegui en su discurso:

“Su cuento por eso no es falso consuelo ante lo posible, sino compañía real ante la presencia”

También, por la constatación de que nacer en una familia u otra es determinante por dos razones. Una está contada, y tiene que ver con el amor. Con esa “compañía real” y con ser la persona a la que Yahvé confía a la niña. Pero hay una que es más práctica, que tiene que ver con la educación, la posición socioeconómica y que no debería existir en un país con una Ley de Dependencia potente. Con un sector público poderoso e igualador. Así lo dice Gopegui:

“Recordar que un país donde no hay apoyo real para la dependencia es un país indigno”

En el fondo yo pinto poco aquí. Sí, mis sentimientos son enormes, pero yo no soy el protagonista de esta historia. Como hace Gopegui, trato de ordenar pensamientos para poder contar historias. Si Paula o Miriam tuvieron suerte fue gracias a sus madres, a nadie más. Begoña, seguro, está de acuerdo en que no quiere ser nada más en esta vida que la mamá de Paula.

Para mí, crecer ha sido darme cuenta de los sacrificios que ha tenido que hacer Begoña para ser ‘madre’. Precisamente, es lo que ha pasado históricamente con la mujer, que dejan de ser Marga o Begoña para ser la madre de Miriam o de Paula. Me di cuenta al ser periodista. En mi profesión podría reclamar a Begoña como fuente para las historias más duras: trabajadora precaria, ama de casa, madre de una niña enferma, mujer que trabaja pero no cotiza a la seguridad social, mujer relegada a la costumbre y que debe decir adiós a la pasión y al deseo. Cuando alguien enferma, ser mujer es un doble castigo. Y, a pesar de todo, seguramente a ellas no les gustaría oír hablar de sacrificio. Lo que estas historias nos enseñan es otra cosa. Lo decía Gopegui:

“Lo que sí hace Marga con respecto a su hija es no eludir una responsabilidad a la que ha sido arrojada, y, al asumirla, la ilumina (…) Junto con la tarea de cuidar, lo que Margarita hace es querer a Miriam”

Ella pisó la Luna. Ellas pisaron la Luna pone el dedo en la llaga de los que aspiramos a contar historias. Siempre digo a los más cercanos que tengo una historia pendiente por contar, relacionada con uno de mis bisabuelos y la Guerra Civil. Sin embargo, nunca he encontrado la fórmula (no me resisto a encontrarla). También he dado voz, siempre que he podido, a mi abuelo y a su padre, otro bisabuelo. Desde hace algún tiempo tengo la sensación de que me falta atinar el tiro.

¿Qué hizo mi bisabuela? ¿Por qué tuvo que salir de su pueblo? ¿Qué pensó o qué sentía mi otra bisabuela mientras su marido estaba en la cárcel? ¿Qué me puede contar mi yaya tras pasarse la vida cuidando a todo el mundo, desde sus suegros a su nieta? ¿Es que ella nunca ha tenido pasiones ocultas ni deseos inconfesables? ¿Qué me puede contar mi madre, o qué puedo contar yo de ella, que sea la verdadera historia de la humanidad?

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