Este es un texto en el que cuento datos clave en la trama de Érase una vez en… Hollywood. Si no la has visto y no los quieres conocer, es mejor que no sigas leyendo.
Admito mis dudas iniciales tras ver la última película de Quentin Tarantino. Dudas que se acrecentaron tras la opinión de mis acompañantes al cine y que se me revolvieron al ver que de manera unánime todo el mundo había visto una obra maestra. Una de las mejores películas de Tarantino. Quizás ese sea el error: la necesidad de pronunciarse acerca de si algo es bueno o malo; tener que opinar sobre si algo nos gusta o no. Esta película me ha enseñado que es mejor esperar antes de dar una opinión o que, incluso, a veces ni siquiera es necesario decir nada.
Me he pasado casi tres semanas pensando en Érase una vez en… Hollywood. Hasta que he llegado a un segundo visionado. Confieso que la película me obsesionó y que estuve a punto de meterme al cine por segunda vez en más de una ocasión. Hasta que me metí. Es bastante incorrecto decir que he estado dándole vueltas a la película. Creo que por más que uno le dé vueltas a algo, si ahí no hay nada, de poco va a servir. Y esto no consiste en intentar buscar argumentos donde no los hay porque… ¡Claro! Tarantino es uno de mis directores favoritos… ¿Cómo no va a estar a la altura?
No, no es eso. Lo que sí pasó es que lo que vi la primera vez me dejó algo noqueado. Necesitaba escribir… y al mismo tiempo no, porque no tenía nada que decir. Tan solo me apetecía escuchar una y otra vez Bring a Little Lovin, California Dreamin, Mrs Robinson, Hush o Brother Love’s Travelling Salvation Show.
No se puede dar vueltas a una película, o a un libro, o cualquier creación cultural. Es la obra la que te da vueltas a ti. Es la obra la que te hace clic en la cabeza cuando estableces una conversación con alguien y una frase completamente ajena hace que encajen todas las piezas. O sucede que no piensas en nada y de repente recuerdas una cita de un libro que da sentido a una película de muchos años después. Pero ahí, en esa magia cerebral a la que yo no sé poner nombre, poco tiene que ver que algo sea bueno o malo para ti o para mí.
Esto está muy lejos de ser una crítica de la película porque admito mi total incapacidad para hacer eso: me faltan conocimientos, experiencia, criterio y sensibilidad. Este texto es, simplemente, la consecuencia de una visión tan personal como arbitraria. Y es la manera de cerrar un círculo que se abrió con el primer visionado, porque tengo la sensación de que si no pongo palabras a lo que vi, nunca terminaré por saber qué fue lo que vi exactamente.
Aquella primera noche en el cine no vi que Tarantino nos cuenta sus intenciones en la primera secuencia de la película en la que Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) y Marvin Schwarz (Al Pacino) charlan en un restaurante sobre el futuro profesional del actor. Hay dos elementos que son clave. Uno es el lanzallamas. Conecta con el final directamente y, lo que es más importante, con el fuego de Malditos Bastardos. El lanzallamas sirve de hilo conductor entre el principio y el final de la película. Al principio lo usa para la ficción y al final, lo usa para la realidad. En la ficción quema vivos a los nazis, como sucede en su final particular de la Segunda Guerra Mundial. Es una pista: en esta peli también va a cambiar la historia.
Hay otro factor que es fundamental. Schwarz le dice en su conversación que si le siguen tumbando en la ficción, si sigue siendo el malo de los western, acabará desapareciendo en la realidad. Será un perdedor al que todo el mundo terminará por olvidar. En cierto modo, es el primer paso de un viaje que recorre Dalton a lo largo de la proyección: pasa de ser un secundario bigotudo (medio mexicano medio hippie: casi irreconocible) a hacer una actuación de escándalo. Es felicitado por la pequeña actriz. Ahí se transforma. En cierto modo, la ficción le salva y le prepara para la batalla final. Asume su realidad y se va a Roma a hacer spaguettis western. Gana en seguridad y, cuando toca, coge el lanzallamas y ya no duda.
No hay que olvidar que Tarantino es un fan absoluto de los spaguettis western y lo que ha querido es homenajear a todos aquellos actores. A través de Rick Dalton les ha convertido en héroes. Porque con el final de cuento de hadas que nos ofrece (Érase una vez…) la historia del cine cambia. No muere Sharon Tate. Todo habría sido diferente.
Es en este punto en el que recordé una frase que el escritor Javier Cercas repite constantemente en su novela El impostor: La ficción salva, la realidad mata. Seguramente Tarantino jamás ha leído a Cercas (aunque con lo friki que es, nunca se sabe) pero su película se podría resumir en esa frase. Lo que en la realidad es muerte, asesinatos absurdos y perdición es transformado en otra cosa: salvación, la ficción que él ha montado en esta película, salva a Sharon Tate. Ha conseguido que una frase que es una metáfora sea literal. Cercas realmente cree que la ficción nos salva porque nos permite vivir otras vidas o incluso otra vida dentro de nuestra propia vida; nos habla del mentiroso, de la necesidad de mentirnos para sobrevivir. De las mentiras que nos contamos para seguir. La mentira que Tarantino se ha contado es que Sharon Tate sobrevivió gracias a un actor en horas bajas y a su doble. Casi nada.
Quizás es una barbaridad pero lo tengo que decir: el cine es un arma poderosísima y, aunque no revive a nadie ni cambia el final de la Segunda Guerra Mundial, sí cambia y trastoca las cosas. Y, evidentemente, Sharon Tate fue asesinada por la familia Manson en 1969. Hace 50 años. Eso nadie lo puede cambiar. Pero creo que hoy Sharon Tate está menos muerta.
Al menos, una parte de Sharon Tate. O una Sharon Tate irreal, de ficción, sí, una que no valdrá de nada ni para ella ni para los que sufrieron con ella. Pero hay algo en esa escena en la que Margot Robbie se ve a sí misma en la pantalla. Lo que Tarantino nos enseña son imágenes de la Tate real, que es algo distinta de la actriz que la interpreta. ¿Qué necesidad tenía? ¿En cierto modo no nos está mostrando a dos Sharon Tate distintas? Una sobrevive, la otra no. Lo curioso es que la que sobrevive es la inventada y la que es asesinada es la que está proyectada en una sala de cine.
Y en esta película en la que nada es lo que parece de repente todo es lo que parece. Esta proyección es diferente porque es lo contrario a ese dicho de que “los árboles no te dejan ver el bosque”. Aquí precisamente vemos mucho bosque y pocos árboles. El bosque es Los Ángeles, la verdadera película. El hilo conductor. Hay árboles, como Cliff Booth, el personaje de Brad Pitt. A pesar de ser un imán hacia la pantalla, es al mismo tiempo, algo invisible. Cumple esa doble función: no puedes dejar de mirarle y de la misma manera es un elemento confuso, que Tarantino coloca ahí tan solo para que las cosas vayan bien.
Érase una vez en… Hollywood ha creado debate. Leo de todo: desde que es una obra maestra a que son casi tres horas en las que no sucede nada. Ya, pues a ver qué hacemos. Yo sigo sin saber lo que es. Prácticamente todo lo que puedo decir ya lo he escrito en este texto en el que tampoco pasa demasiada cosa. Yo ni si quiera puedo ofrecer un final sangriento, como hace Tarantino. Una cosa, eso sí, tengo clara: las expectativas es lo peor que puede haber en esta vida. Es un error entrar en el terreno de lo que esperamos de un creador. Algo puede ser o no tarantiniano: pero que lo sea o no, no es de ninguna manera exigible. Aunque la película está escrita y dirigida por Quentin Tarantino.
(Alicante, 1994), es productor y guionista de ‘Un tema Al Día’ en elDiario.es. Periodista, se especializó en audio en el Máster de RNE por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en ‘No es un día cualquiera’ o ‘De pe a pa’ de Radio Nacional de España y en la productora Osmos Global. Escribe relatos y artículos en Poscultura.