o cómo tartamudear mejor
Imagina una casa. Una en la que vivirías. Una casa en la que vivirías para siempre. La que sea, como sea. No hay límites. Ahora, borra de la imagen todas las cosas: los muebles, las plantas, la ropa, la comida, las velas. Deja únicamente las ventanas y las puertas. Ese es el espacio en que Lucila nos invita a sentarnos a la espera del vuelo de los pájaros. Con la cabeza junto a la suya, nos confiesa:
sentirse bien huele a falso
(…)
porque no sé qué es lo que hacen los pájaros
ya dije
no sé nada
y son lindos sí, pero vuelan y eso me atemoriza
un poco
Este libro es una insistencia en el desapego. Dice Lucila: soy cada vez más leve y sus textos flotan y, dice Lucila: me dejé llevar / por tu vuelo / de animal perseguido y sus poemas se fugan entre las manos, se inician y terminan en medio de una página o, más bien, no poseen inicio ni final.
Con las pinceladas de la artista audiovisual que es, ha colocado estampitas entre un montón de silencios, esquivándolos con cuidado.
hay un permiso que se otorga
cuando ya todos han muerto
Paso a paso, la autora hunde los dedos en la tierra cuando camina. Abre surcos y deja caer semillas, con la conciencia de que jamás verá crecer sus brotes ni comprobará si han enraizado bien: pierdo una vez más algo que no sabía. Aquí el proceso de renuncia no significa abandonar ni desconectarse del mundo, sino descentralizar la mirada de una a las cosas pequeñas, las menos vinculadas a una. Ser-ahí.
hoy, lluvia débil
todo el día lluvia débil
(…)
imparable
debo aprender
El camino de este aprendizaje se nos muestra fragmentado y, al mismo tiempo, jugoso: debajo de un pomelo se encuentra toda mi vida. Ahí, en esa sombra tan pequeña y acogedora, una puede sentarse a respirar. Del mismo modo, este poemario no tiene partes, ni títulos ni índice ni apenas puntuación. Es un viaje mínimo sin instrucciones de uso, como la visita a la tumba de nuestros padres.
debajo del puente
nada quedó
ni esta foto que ahora
quemo
y de la que guardo las cenizas
por si las dudas
Quemar imágenes: rituales para el duelo, la memoria, el desprendimiento. Con sus dedos de bruja de los bosques en proceso de deforestación del s. XXI, Lucila emborrona lo concreto de los recuerdos mientras se impregna de su esencia: el olvido es mi placebo. Nos coloca los dedos en la cara y emborrona también nuestros rasgos. Nos susurra: no tengas miedo. Nos susurra:
las heridas
son dulces
a veces
el fin de la noche
el rocío de la mañana
el galope de un caballo
mi caballo
lo que me queda
cuando se retiran todos
de mi casa.
Imagina una casa. Cualquier casa. Una en la que jamás hayas vivido ni vivirás. Concéntrate en los detalles. Visualízate entrando por la puerta trasera. Quítate los zapatos para no manchar. Arranca, uno por uno, los adornos. Besa la frente de las fotografías enmarcadas antes de lanzarlas a la basura. Abre un agujero en el centro de la sala de estar. Atraviesa el sótano y los cimientos. Y, cuando pienses que ya no tienen sentido seguir cavando, siéntate. Abre mucho los ojos en la oscuridad. Piensa en los pájaros.
Nació en un pueblo de Madrid en 1996. Quiso estudiar Comunicación Audiovisual, pero terminó en una formación en Ilustración y escritura creativa. Actualmente cursa el Grado en Filosofía.
Ganó el Premio de Poesía Incindiaria de la editorial L’Ecume con “quién extrajo el hueso”. Este año publica el libro de relatos “Ruido de cicatriz” con la editorial InLimbo.
Organiza el ciclo poético La sed en Alicante e imparte talleres para adolescentes en institutos.