Duelo(s)

En estos poemas he intentado explorar cómo la vida está atravesada por las pérdidas y por los duelos que generan estas pérdidas. Quería vislumbrar la angustia de un cuerpo que llora tras una ruptura amorosa, y que anhela a su amante, o tras un aborto voluntario, así como esa ruptura del lenguaje compartido, de un futuro compartido en las relaciones humanas y la aparición de ausencias -de palabras, de miradas, de intimidad- que duelen y nos devoran. Porque olvidar no se puede, y la memoria nos arraiga al mundo, a lo que vivimos y a nosotras mismas, he querido indagar en las aristas del abandono, y navegar -de la mano de María Negroni y otras autoras- a través de los recuerdos de un cuerpo que vive en el espesor de la tristeza y se encuentra en búsqueda constante de afectos y de esa caricia que nunca llega.

Ahora tenía un sexo expuesto, descuartizado, un vientre rascado, abierto al exterior. Un cuerpo parecido al de mi madre.
Annie Ernaux

D-o-l-o-r. Pensar en el dolor. Sentir el dolor. “De entre las cosas que me asustan, está en primera línea el viraje de la mirada de una otra que no pueda soportar los cambios de mi rostro acometido por el dolor” -dijo Sara Torres. Las heridas se abren en la infancia -señala Ana Müshell- cuidado con ella. Cuidado con los gritos, con las agresiones; cuidad a las niñas que se aíslan en silencio y desaparecen, y no hablan, y quieren decir, pero aún no conocen las palabras. Cuidadlas. Animadlas a ser fuertes. La infancia es todo. Pienso en volver a ser niña”. ¿Cómo podemos comprobar el dolor del otro? ¿Cómo nos percatamos de la conciencia dolorosa del otro? ¿Cómo soportar el dolor del otro en nuestro cuerpo y mirada? ¿Por qué nadie nos enseña a reconocer y acompañar a un cuerpo dolido? En ocasiones, indagamos sobre cómo podemos reparar la herida: a veces, las palabras no son suficientes. Notamos su sabor amargo. Otras, sin embargo, es un canto, una cura que masticamos como pastillas calmantes. También las hay palabras mordaces, que actúan como cuchillos. Pero la palabra y, en concreto, la poesía, es la continuación de la infancia por otros medios -en palabras de María Negroni. Quiero explorar esa relación entre infancia, duelo y escritura. La pérdida y las heridas, el dolor, nos persiguen en la vida. Y la escritura, al parecer para todas estas escritoras, es una forma de sobrellevar el duelo. La escritura, a veces, ofrece una madriguera a la tristeza y al desamparo.

Al igual que Ana Müshell, pienso en volver a ser niña. Y esta niña dedica tres poemas a dos pérdidas que una mujer como yo podría tener a lo largo de su vida: adiós al amor y adiós a ser madre. Una tarde cualquiera de agosto -aunque no fuera agosto- una polilla gris chocó contra mi muslo -como expresa Luna Miguel en su poema Hana. sin embargo, tú nunca naciste. Y esa polilla gris decidió marcharse.

esto es una nana que no pude cantarte:
fueron dos meses. tu hogar: mis paredes-útero
mi deseo de realidad: plenitud inviable
deseos de continuar cuidándote. tenía largas conversaciones contigo
¿o eran conmigo misma?
pero la decisión de la renuncia estaba ya tomada: no puedes, no estás preparada, no tienes nada que ofrecerle, eres tan jóven y estás sola ¿qué pensaría tu madre? ¿qué pensarían tus amigos? tienes tanto miedo no sabes ni cuidar ni de ti misma pero por qué estoy sintiendo lo contrario no no no, no puedes te vas a destrozar la vida pero qué vida yo quiero cuidar

Dice Luna Miguel que amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo necesita.
te habría dado -si hubiese podido- una casa donde te sintieras segura
una casa donde pudieras decir: “mamá, estoy triste”, y no solo “mamá, tengo hambre”
un hogar habitable y un refugio
una estructura emocional que proteja del desamparo
y lo sé: a veces los refugios en realidad son trampas:
esa fisura en la pared que cada vez es más grande -la conozco bien-
ese nido opresivo y sofocante del que huí con desesperación

recuerdo bien: mi estado anímico como un huevo redondo. huevo leve, frágil, en mi interior. una cáscara vacía. dos meses después, una cáscara vacía. todo por hacer, por reparar.
un nombre. ni siquiera pensamos en un nombre
eras la parte más pequeña del mundo. “guárdame”, pensaba que me decías
empecé a preguntarme cosas: ¿qué clase de niña serías? ¿te habrías parecido a mí? ¿qué ojos? ¿qué color de pelo? ¿qué manitas? ¿qué voz? ¿qué llanto? ¿cuándo empezarías a sufrir?
luz de quirófano y una ausencia a mi lado. no hay bisturí. brazo dolorido por la aguja. dolor en el vientre. piernas separadas por la camilla. un sexo expuesto, uniforme verde y luz cegadora. intento de reír con la enfermera antes de cerrar los ojos, serán tan sólo cinco minutos. anestesia. un llanto interior. un sueño mientras dormía
¿él te habría querido? ¿y si hubiera sido en otro momento?
¿haríamos el amor de nuevo para concebirte?

un poema -aquí- que habría sido una nana
aqui mi escritura para que puedas existir en algún otro lado
días después: nadie a quien decir: te necesito
¿puedes calmarme? ¿puedes ser tú quien me calme?

Me largué a respirar, a reventar dentro de mí.
A poner micuerpo en su lugar. (…) En las manos, el juguete del mundo: yo y yo.

María Negroni, El corazón del daño

siempre daño y más daño. es desesperante
y lo peor es que soy demasiado fuerte -o quizás demasiado débil-
para dejar de insistir:
que prefiero el daño a dejar ir, que prefiero sufrir a dejar ir.
¿cuánto daño puede aguantar un cuerpo? me pregunto
¿cuánto daño más voy a aceptar de ti? ¿cuánto más?

__________hasta el desmembramiento

cuánto más cuánto más cuánto más
¿cómo evitar que el dolor ya no nos una?
todo lo que diga acabará hiriéndome

Hay múltiples maneras de estar presa.
Muchas maneras de quedar atrapada en una jaula abierta – dijo Maria Negroni

me asusta estar asustada. me asusta que no venga tu consuelo como un gato acercando su hocico suavemente
sin rozar, tan sólo con la lengua
sin doler, tan solo con mordiscos
pequeños, tibios, suaves
estoy aquí. deseando que me digas: estoy aquí
sin dolor intencionado, sin este dolor de perros que me muerde el alma

toda obra es la expresión de un duelo, de este duelo infame
ninguna clemencia, ningún rayo de luz, ningún roce, tibio, como agua, templada
nada nada nada
las manos no responden. sufren por la ausencia del cuerpo ajeno y
duelo duelo duelo
no deja de repetirse dejándome sola como una niña devorada a medias
el vientre vacío y este peso frío en el corazón como piedra.
dolor que pesa. dolor que devora
¿no podrías ser más clara? a ti hay que leerte con diccionario:
fracaso entendernos, naturalmente. no tiene arreglo.
tanto renglón ingenioso y ninguna caricia
ninguna caricia y una jauría que me devora
que devora la casa
y el vientre y esta prisión arbolada en la cual puse flores y espejos como muros, para verme en el reflejo y para ocultarme
y para jugar a desaparecer:
me averguënzo de un gesto tan infantil
cuando hablo hay silencio al otro lado. son mis frases más claras: las que nunca dijo y las que nunca diré, sembrando un camino de miguitas de pan ya secas y olvidadas porque no llegas porque la puerta se cierra
¿por qué esta jaula sigue abierta y yo no puedo salir?
trinchera y abandonada
la infancia y sus criptas
la pelea a cuerpo abierto con el significante ausente
las palabras siempre rompen algo, generan un espacio de separación y de unión al mismo tiempo, un vínculo que buscaba para entender cómo alguien existe y de repente ya no está – esto también lo formuló Maria Negroni – la distancia es otro nombre del miedo, y la desconexión otro atajo para calmarlo
me queda el silencio. acabaré volviéndome una entomóloga de tu ausencia

Incluso las despedidas necesitan un ritual para poder asimilar la ausencia futura.
Sara Torres, Lo que hay

seco y punzante este yermo
respuestas áridas, sin agua que llevarse a la boca
un árbol sin frutos
dolor    desierto    duelo    dormir
la soledad en mi regazo
amar el desierto y despertar con sed en la boca
con sed de manto con sed de caricia con sed de palabra
la palabra también es alimento
un alimento que si no se cuida perece
la putrefacción del habla que termina en llanto
tu único roce es un rencor agrio
cuando hablas destilas hiel
un rencor seco, desierto, que termina en llanto
me curo leyendo mi necesidad de tu palabra ausente
alimento    llanto    desierto    sed
un alimento amargo que me llevo a la boca
que corroe y consume y deshabita todo el cuerpo:
ya no tengo más hambre de ti
pero sigo teniendo hambre de ti

 

Podría ser peor, Alberto Acerete

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