Una voz interior

Pienso en el abismo mientras lo observo. Apenas un salto me separa de él. Un leve traspiés voluntario; una caída estudiada, premeditada, es todo cuanto me distancia de abrazar la oscuridad. Aunque para mí es el único arrojo de luz que queda.

Pienso en el porqué, en cómo he llegado hasta esto. No estoy solo y nunca lo he estado. Pero tengo miedo y siempre lo he tenido. Miedo de mí mismo. Miedo de ella, que sigue presente aunque ya no esté.

En los últimos meses todavía me visitaba, aunque rara era la vez que sucedía. Me gritaba, me pegaba, me increpaba, me besaba, me abrazaba. Pero sus brazos y labios etéreos nunca me rozaban. Mucho más certeras eran sus palabras. Porque aunque ya no esté, sigue presente. Y ahora seré yo el que la siga. Dejaré de estar, de ser, para estar con ella.

Recuerdo como si fuera hoy todo lo que yo hablaba y ella callaba. Escuchaba y ni siquiera asentía, pero siempre supe que me entendía. Y ahora que no está, que se fue, ya no tengo con quien hablar.

No recuerdo cuándo cambió todo. En qué momento dejé de escucharla. Cuándo me abandonó. Pero un día se fue sin decir nada y algo en mi cabeza dejó de ir bien. De un día para otro ya no estaba. Solo era yo. Y así ha sido hasta hoy.

Ya no piso el cemento agrietado del puente. Ahora toco aire, y es el mismo tacto que sentía cuando aún no se había ido. Mi último pensamiento es para ella, pero reparo en que no recuerdo su rostro, solo su voz, tan dentro de mi cabeza. ¿Y su nombre? ¿quién era? ¿cómo era?

Oigo las sirenas acercarse. Mi cuerpo, de espaldas a la oscuridad, me permite vislumbrar por última vez a esas dos figuras vestidas de bata blanca. Asomados a la baranda, me observan incrédulos antes de que haya tocado el suelo. Uno de ellos incluso estira la mano en un vano intento por cogerme. Pero ya estoy lejos de todo. Al fin y al cabo, siempre lo he estado.

Ya no volveré con ellos, maniatado ni sedado ni de ningún modo. No más batas blancas, no más enfermeros ni terapias ni pastillas ni paseos por ese deprimente patio. Por fin volveré con ella. Pero, ¿cómo era? ¿cómo se llamaba?

Mi nuca roza el vacío, y desde la oquedad, antes de que sea tarde, la vuelvo a oír. Me dice: ‘’Tú me creaste y contigo me voy’’.

Sonrío.

Ya la recuerdo.

La vuelvo a ver.

Sonreímos.

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