Panadero chileno

“¿Por qué los panaderos visten de blanco?”

Mi abuelo era panadero. Es algo que siempre me han dicho en casa pero que él nunca me contó. Realmente nunca fue de contar cosas, nuestra relación se sostenía en gestos. Se jubiló y olvidó el trabajo. Me gustaría hacer lo mismo si algún día me jubilo. Trabajaba en un horno del barrio, así que el padre de William Fuentes tiene su cara y sus manos hasta que pierde una. Cuando pierde una ya no tiene su cara, tiene la de alguien que no conozco.

Panaderos es una novela sobre la imposibilidad. Siempre escribo lo mismo: tal es una novela sobre la imposibilidad. Creo que todos los libros cuentan lo mismo pero de diferente forma. Todos cuentan imposibilidades, en este caso la de negar la herencia. La herencia siempre está ahí y llega de una forma u otra. Esta herencia llega por necesidad y se descubre la imposibilidad: no ser panadero. La herencia a veces también es imposición. Todo esto se entiende mejor cuando Nicolás Meneses escribe “Soy hijo del panadero Ismael Fuentes, heredero de sus manos de piedra”.

Panaderos tiene muchas imposibilidades: la del habla, la del tacto. Todo está atravesado por el trabajo, que moldea la vida de una familia entera. La mano del padre parece haber desaparecido pero no para siempre, como si él conservara la fe en que, en algún momento, volviera. El padre sufre como en un secuestro y hace sufrir a la madre, que lo hace como en una muerte. El hijo sufre como un padre y la hija evita que sepamos si sufre o no.

“Le gusta trabajar, no sabe hacer otra cosa que eso, además de ir a la iglesia, claro”

Panaderos es herencia porque es un libro que sigue con esa literatura chilena que habla de lo que hace el contexto a la gente. Represión, crisis económica, herencias que se mantienen en la sociedad. Zambra habla de Panaderos como una novela en la que “Nicolás Meneses hace visible un mundo que para nadie debería seguir siendo invisible”, algo que él también hace en sus libros. Que se lee en el Quiltras de Arelis Uribe. Que también hicieron Sepúlveda o Lemebel.

En cierto modo se forma una familia literaria, una herencia escrita de hijastros, padrastros, viejastros que avanzan y deforman una masa hasta su tiempo. Meneses habla de A todo gas, el Pro, Cartoon Network y Dragon Ball para cerrarnos en una época y yo se lo agradezco muchísimo. Leerle es como tener un amigo por carta que es de una país que nunca has visto pero que te lo explica todo con los mismos códigos con los que tú hablas.

Lo mismo pasa cuando habla del trabajo en cadena, de las empresas grandes, sus millones de normas y sus cero derechos reales. De por qué está ahí y no en otro lado, de la imposibilidad de respuestas a lo que rodea su vida. De cuando solamente ver las mismas películas y jugar al mismo juego te mantiene calmado por la sensación de control. Solamente pensar en lo demás en esas claves para no perderlo.

“Revolver la masa, dividirla y ovillarla, pedazo a pedazo”

A lo largo de este año he leído ya muchos libros en los que el trabajo temporal, la ‘cultura de la precariedad’ y las grandes empresas son protagonistas. Todas de diferentes editoriales. Todas de gente joven. Cada una de un sitio. Todas se sienten cerca

Me acuerdo de Hilary Leichter que dice en Algo Temporal  “Los dioses crearon a la Primera Eventual para tomarse un descanso” y pienso en los turnos que tenía en el burguer, que son los de la panadería del súper. Me obligo a pensar que no son nada comparados con los accidentes en la obra, en la mina, en la fábrica, en los almacenes. Que pocas cosas dan más miedo que las oficinas del paro o las de recursos humanos.

Y resulta que para algunos trabajar sí es una religión. Porque la idea de ganarse la vida se ha ido asentado en su cabeza desde siempre como la de la existencia de dios. La iglesia y el trabajo de la mano. Y ni los chistes los separan ni un sueldo hace milagros.  Qué curioso hacer pan para poder comer pan, pero no el que haces tú. Descubrir que todo es herencia y todo es trabajo. Como ahogado por el silencio que provoca tener que cumplir con tanto, como apretando el círculo para chutar y descubrir que en el Pro se chuta con el cuadrado. Ensayando el error.

El trabajo no tiene nada de poético, no me gusta encerrar en un canon la escritura de nadie, pero en Chile hay una tendencia hacia la escritura de una realidad que se derrite muy despacio. Un pasado que se endurece como reseco y se mantiene el resto de épocas. De un presente que se amasa y se cuida todo lo posible para seguir vivos.

“El pan se trata con delicadeza”

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