La metafísica (in)demostrable del mar

Pero si uno ansía en secreto la muerte del agua, ¿qué clase de vida le antecede?”

El mar indemostrable, Ce Santiago

El mar es. Porque el mar es demostrable. Ce Santiago (Cádiz, 1977) lo titula “indemostrable” y quizás sea porque este-su-mar sea el mar-total-que-no-es-uno, el mar que contiene todos los mares, el mar-agua-“estrías-membranáceas” inexistente por inconcretable con todas sus presencias marítimas condensadas en apenas 130 páginas: marineros, pesca, ahogados (“silenciosa muerte acuática”), viento, gaviotas, hijos como pecios y mujeres que esperan.

De noche, las esperas en el puerto amplifican los cuerpos y los objetos, subrayan los perfiles hasta igualarlos, los fijan a un único contexto y, como en una pintura flamenca, los enmarcan unos junto a otros, dentro de escenas nítidas, flotantes, que devoran la eternidad para vomitar tiempo”

Hay en esta novela-tragedia de héroes indefinibles (τραγῳδία al modo griego: canto del macho cabrío -τράγος “carnero” y ᾠδή “canción”-) más que una historia. Hay brisa de mar parmenidesiana que trae cada vez las mismas sentencias, un movimiento estático que sólo al final consigue avanzar hacia la justicia poética vital (justicia-injusticia -tal vez- en primera persona y justicia-cántico-liberador -seguro- en el resto). Hay el mar hecho voz, hecho voces, hay polifonía de olas en tierra, hay un coro indefinido que escucha y atropella las palabras y los hechos. Y hay, sobre todo, salvajismo (primitivismo), belleza y violencia: “el arpegio ronco” del mar-hombre-al-agua y la “verdad arquimedea” del agua-al-hombre, ese mar que engulle no sólo a los ahogados (“comida para peces”) sino también a los que saquean y violan su(s) fondo(s). Porque hay en la pesca de arrastre un paralelismo con la vida del protagonista, ese marino al que “las palabras le caen de la boca en sílabas acuosas, gotas de un grifo que cierra mal” y quien todo lo arras(tr)a a su paso: a su mujer (deseo de marea siempre baja), a su hijo (“cáscara maltrecha, fruto ya introverso”) y a él mismo (“el último sorbo es poco más que restos de deshielo que tienden al marrón; bebe igual que beben los peces: no por sed sino por respirar”). La vida en el mar, la de la hombría (in)demostrable, y la vida en tierra, la de la incomunicación en “subniveles antárticos”, en la que nada es decible porque, como respuesta a un gruñido, nada es explicable (explicacionable).

Esa noche sueña que los ojos se le caen de las cuencas y que un banco de caballas los devora, desde entonces el mar desde la orilla, la misma orilla desde la cual, paradoja entre paradojas, el profano se entrega a la creencia de que, de adentrarse, el mar le lavará todo pecado, cometido o por cometer, todo error y todo terror, venido o por venir; nada más falso; la orilla: el mar de los fingidos aspirantes a románticos y los acobardados”

Es El mar indemostrable una novela del pensar, del hablar, del decir. Es una novela en voz alta, en la que escuchamos a un(os) hablante(s), a momentos inentendible(s), que vertebra(n) la historia de su(s) vida(s), de su(s) ruina(s) de vida(s), de su(s) vida(s) en ruina, de las vidas arruinadas a su alrededor. Es también el espejo de un voyeur-escuchante en una taberna (por un momento vi el sombrero de Onetti en Los adioses), el puzzle construido con interrupciones verbales, con palabras a medias, con un lenguaje-casi-argot en el que perderse no importa porque la imagen última es la sensación global, la humedad traída-del-mar secándose en esos hombres varados. Y es, por último, la verborrea silente de los que hablan hacia dentro (“ella se tragó la respuesta y luego tragó aire”), testigos y padecientes de la “culpa magmática” que, girándose a mirar, se convierten no en estatuas salinas pero sí en marionetas violentadas (la escena del perro, no apta para estómagos débiles, como culmen –“antiarcángel de una anunciación inversa–“ de la relación entre el padre y el hijo).

El chico contiene el aliento. Nota el frío de los hielos en la yema de los dedos; le retiembla el perineo, y encoge los dedos dentro de las zapatillas como queriendo clavarlos en la tierra y así echar raíces profundas y exudar savia que se vuelva corteza para que lo endurezca por fuera”

En este mar que deviene violento en el poso que deja en los que pisan tierra, la mujer es, como tantas otras veces, la que naufraga cuando el barco atraca entre faena y faena. Cuando el marino no está en casa, ella es sirena en su soledad, pero dueña de su vida marcada con la letra escarlata del agua. Cuando el mari(n/d)o regresa, cuando asalta casa y esposa, cuando el reposo del guerrero es whisky de contrabando y hebras de tabaco y herrumbre y cuestionamiento per se de los gastos de la familia-cueva y nudos y cuerdas y saco de arpillera y ojos-muertos-de-pez, no hay paz de consolación, no hay calma, sólo “relente y humedad roedora” previa al “coito rápido y rabioso y silencioso”. Ella, arquetipo de tantas ellas literarias y literales, personaje-vivo vs vivas-no-personajes.

¿Cómo llegó hasta allí? Ya lo ha olvidado, era urgente olvidarlo. Hay cosas que a veces suceden así. Cierto día la vida es como jugar a la piñata, pero sin una piñata. Cierto día muere tu padre. Cierto día dejas la escuela a los ocho para limpiar unas escaleras a cambio de un bocadillo de mortadela y para ayudar en casa. Cierto día muere tu madre. Cierto día no parece mala solución dejarte hacer. Cierto día estás embarazada. Cierto día descubres que la semana escasa que pasa en tierra la pasa borracho, y cierto día encaras un cúmulo de ciertos días que equivalen a la asunción de que moverse es lo mismo que ir a ninguna parte, y que eso es peor que, al menos, estar en algún lugar”

Novela también de márgenes, literales y metafóricos. El margen de los personajes a lápiz, levemente esbozados, sólo perfilados (“cuya voz suena como si se hubiese sometido a una traqueotomía, pero inmediatamente después lo hubiesen degollado a sangre fría”), el margen de los no-escuchados, de los apenas entrevistos, de los vislumbrados (“Margen primigenio. Último renglón. Averbal revelación”). El margen de la derecha de las páginas extra-tabulado, el margen de la parte fragmentaria: más tabulado aún y con la justificación izquierda en oleaje, el margen de las notas al margen (al pie): notas que son citas-referencias-sedimentos-pensamientos-enlazados por donde transitan Pessoa, Melville, Carson, Barthelme, Nietzsche, Heidegger, Larkin, Woolf, Wittgenstein… Novela, también, al margen. Al margen de modas y etiquetas (utilizo el término novela pese a dudar de la exactitud del mismo), y al inmerecido margen, por el momento en que se editó (marzo de 2020), de las ediciones pandémicas.

El mar indemostrable es una reivindicación necesaria y un descubrimiento empírico: una novela-no-fácil que sumerge al lector en la corriente que habita a los personajes, en un estado existencial de ingravidez emocional asfixiante, opresivo, obsesivo y, a la vez, profundamente bello y transformador.

En tierra firme, a las puertas del dique seco de un mundo en el que se construyen mismiedades rendidas de antemano -todavía hoy-, como si dichas puertas no fuesen ya de por sí lo bastante estrechas, la mano del hombre ha clavado un lema: la firmeza y la soledad sostienen la vela en la casa del marino”

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