El tartamudeo como ideología

“Hay que luchar contra el lenguaje, inventar el tartamudeo”
Gilles Deleuze

La sustracción creadora del lenguaje -el uso extranjero de la lengua materna- deriva en el advenimiento del silencio como espacio de subversión, encaminado a perpetrar el cambio en la realidad tangible

Giles Deleuze sentencia la muerte del binarismo: el modelo pregunta-respuesta, el género binario, hombre y animal… Frente a este modelo de dualidades, hay multiplicidades que se posicionan en la alteridad; líneas de fuga que rehúyen la estructura impuesta y coartada. Estos caracteres “al margen” no operan por diferenciación, sino que se deslizan entre seres homogéneos. El rizoma es esto, pensar las cosas entre las cosas.

El tartamudeo ya no se ejerce sobre unas palabras preexistentes, sino que las crea y las inventa por sí mismo. Ya no es el personaje el tartamudo de palabra, sino que es el escritor el tartamudo de la lengua; el escritor hace tartamudear al lenguaje mismo. Apunta Deleuze, en Mil mesetas, que “a ese resultado solo se llega por sobriedad, sustracción creadora. La variación continua sólo tiene líneas ascéticas, un poco de hierba y de agua pura”. El tartamudeo es, para él, una suerte de habla poética, que conjuga variación y bifurcación.

Gherasmin Luca se dedicó a escribir poemas tartamudos, o para tartamudos; en ellos, el protagonismo recae en el propio silencio, en el vacío impuesto entre las palabras. Luca, rumano de nacimiento, se acogió a una lengua extranjera -en este caso, el francés- para habitarla y arrastrarla a los límites de su sintaxis; su impulso creador lo condujo “al otro lado de la gramática” (Luiselli, 2020). Su poesía es “un desplome del lenguaje hacia el silencio”.

“je je t’aime
je t’aime je t’ai je
t’aime aime aime je t’aime
passionné é aime je
t’aime passioném”

Se tiende a pensar que solo se puede adoptar el rol de extranjero desde la lengua extranjera. Con todo, Deleuze reivindica su aplicación dentro de los márgenes de la lengua materna. Ya Proust señalaba que los buenos escritos se componen en esa suerte de franja extranjera; la intención no es acogerse a lo ajeno como un ente foráneo, sino empaparse del mestizaje, para engendrar una lengua nueva, más pura y genuina. El estilo crea lengua en el bilingüismo -multilingüismo- perpetrado dentro de un mismo idioma. Su multiplicidad es la que sienta la norma, la que enfatiza el devenir presentado por Deleuze; el tartamudeo creativo reside en el uso extranjero de la lengua materna, en rechazo al uso conformista, arquetípico y tácitamente impuesto.

En su artículo Tres preguntas sobre Six fois Deux, Deleuze se refiere a Godard, en relación al tartamudeo creador que emana de su obra. “Está necesariamente en una absoluta soledad. Pero no se trata de una soledad cualquiera, es una soledad absolutamente poblada. […] Una soledad múltiple, creadora. […]  No es que tartamudee al hablar, es que hace tartamudear al lenguaje mismo.” En oposición a la noción de ideas justas -aquellas perpetradas por el sistema como dominantes, y que no responden a criterio alguno más que las consignas establecidas-, hablar de justamente ideas implica un devenir presente.

La sustracción creadora, el vacío, el silencio. ¿Cómo se llega al rizoma? Partimos de cualquier variable lingüística, como variable en sí, y desde ella nos desplazamos siguiendo una línea continua -y virtual-, que nos redirige a un nuevo estadio de la misma variable. “Las líneas de cambio o de creación forman parte, plena y directamente, de la máquina abstracta” (Deleuze, 1972). Toda lengua, como espacio sellado, se resiste a la inclusión de un amplio catálogo de posibilidades externas. Estas opciones, dotadas de una inmensa potencialidad, se asientan en el espacio virtual, como espacio de resistencia a la materialidad precisa y estática. En ese sentido, adivinamos que el mundo virtual no se define por oposición al real; tan solo amplía su rango de visión, despejando un vasto horizonte de significaciones. E. M. Cioran apunta que un gran escritor “es un destructor que aumenta la existencia, que la enriquece minándola”.

Ser tartamudo del lenguaje “pone en variación todos los elementos lingüísticos e incluso los no lingüísticos, las variables de expresión y las variables de contenido” (Deleuze, 1972). Las variables se adscriben a sus respectivas categorías, de acuerdo a su naturaleza [gramática, sintáctica, semántica, etc], pero la línea de variación que las conecta -esto es, la virtualidad- se contempla al margen de dicha categorización. Hablamos, entonces, de líneas agramaticales, asintácticas, asemánticas. Si bien aparentan términos contrarios, lo cierto es que la conexión establecida entre variables y líneas de variación guarda relación con el propio carácter virtual -ideal- de la línea unificadora; esta definición nos remite a un estadio de variación continua.

Para cruzar las fronteras de la lengua, es necesario incurrir en un proceso de “desterritorialización”: aplicar un elemento tensor, que empuje a la lengua hacia sus propios límites, en dirección a un “más allá”. La máquina abstracta está compuesta de todas las potencialidades inexploradas, y opera a escala individual, desde lo virtual-real. Cada uno de nosotros es creador de su propia lengua, rehuyendo los márgenes rígidos y esclavizantes de la que nos viene dada. La máquina trabaja en contra de la consideración precisa, ya que se define a partir de la propia variación en que incurre; es, por ello, un ente sujeto a reglas facultativas, y que juega con las líneas de variación que conectan las variables. Desde la expresión atípica, aplicamos tensión sobre el lenguaje.

El tensor es, por lo tanto, un simple mecanismo que asegura la continuidad del fenómeno de variación; es, en cierto modo, un garante de la virtualidad que reúne las variables. Y es que “cuando un lenguaje se tensa tanto —señala Deleuze— que comienza a tartamudear, a murmurar o a trastabillar… entonces el lenguaje en totalidad alcanza el límite que marca su exterior y lo obliga a confrontar el silencio”. Hacer tartamudear al lenguaje es descomponer el conjunto de ideas que encierra, desmitificando las ideas justas para extraer de ellas, en su propio devenir, nuevas ideas.

El tartamudeo, el balbuceo, se enfrenta a las palabras, en la medida en que él mismo las integra. Ya no existen como elementos ajenos a él, sobre los que incidir; no hay alteración posible cuando es el propio ente vivo [máquina abstracta] el que los compone y dirige. Lo cierto es que el tartamudeo, como fenómeno de devenir, ignora el ascendiente de la realidad temprana y se deleita en un estadio de suspensión asistida. El artista, como cualquier ser, desprecia el pasado e inventa o, más bien, refunda la cultura, edificándola sobre sus propias bases y ajustándola a la línea espacio-temporal que le atañe.

“El tartamudeo como ideología”. Así lo expresa el cineasta y escritor Terayama Shūji, en su película Throw Away your Books, Rally in the Streets. “El sol tartamudea, cuando se alza entre los edificios. La Quinta Sinfonía de Beethoven, tartamudea. La paz en Vietnam tartamudea en tierras azotadas por el fuego. […] ¿Te das cuenta? El orden y la obediencia son lisos. Pero el sol tartamudea. El corazón tartamudea.”

Reivindiquemos el tartamudeo como elemento tensor, como expresión atípica, como quiebra de la normatividad y fuente de subversión. Tartamudear es sacudir los engranajes del sistema, desgarrar el tejido que lo sustenta y “sacudir el aparato del lenguaje”, como propone Merleau-Ponty. La destrucción conduce a la creación orgánica, y la contracultura deriva en el advenimiento de una cultura nueva y refundada. El tartamudeo del lenguaje implica la creación de la lengua, y nos dota -como tipos individuales- de herramientas globales de subversión. Pretendamos el silencio, acojámonos al vacío poético. Ahí donde el mestizaje tome forma, donde se conjuguen habla y lenguaje, ahí es donde ampliaremos los límites de la lengua y, en consecuencia, de la vida que nos contiene. La realidad material se halla sujeta a los hilos invisibles de la virtualidad, de un mundo ideal que esboza todas las potencialidades ocultas. Hagamos tartamudear al lenguaje y, en consonancia, al mundo. La realidad es plana, en ella no cabe vida; en nuestras manos está el poder del silencio, la máquina abstracta que mueve los hilos de la realidad presente, esquivando la ascendencia y pretendiendo el estado de suspensión que, inequívocamente, nos redirige a lo poético.

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